La trágica herencia del Yak-42
La dueña del terreno donde se produjo el siniestro vivió en primera persona el accidente y lo ha dejado en herencia a los familiares para que puedan seguir yendo a recordarles
MADRID Actualizado: Guardar«Lloro con ellos en este suelo. El avión que transportaba a los ángeles cayó a mi corazón. No puedo olvidar que su sangre recorre esta tierra». Fatma Karahan era la propietaria del terreno donde se estrelló el Yak-42, que el próximo 26 de mayo cumplirá su décimo aniversario, y donde fallecieron 75 personas, 12 tripulantes ucranianos, un bielorruso y 62 españoles que regresaban de su misión de paz en Afganistán. Una década después, las familias de las víctimas heredarán las cinco hectáreas donde tuvo lugar el suceso, situadas dentro del monte Pilav en Trabzon (Turquía).
Fatma falleció víctima de un cáncer a sus 82 años el pasado mes de enero y su marido Abdülkadir heredó usufructuariamente la finca 'Hasretlik kuzularým'. Sin embargo, ella antes de morir escribió en su testamento que esa tierra fuese donada, a su desaparición, a las familias de los soldados españoles.
En sus últimos momentos de vida, relatan, miraba desde su ventana a la tierra donde fallecieron los militares, y lloraba recordando la tragedia que vivió en primera persona. Recordaba cómo año tras año, los familiares de las víctimas o autoridades españolas venían a conmemorar su aniversario, al mismo lugar del accidente donde se sitúa un monumento en su recuerdo, y dentro de su propiedad. «Esa fue su tumba. Mi único deseo es que cualquiera pueda volver a esta tierra, gracias a sus familias», dijo antes de fallecer.
Desde aquel fatídico 26 de mayo de 2003 nada fue igual para ella. La tragedia marcaría sus últimos días de vida. Fatma, madre de ocho hijos, tuvo que explicarles la primera cesión de terreno para construir el monumento memorial. Ellos aceptaron sudecisión. Hace años que reciben altas cifras de dinero por comprar esta tierra a más de 2.100 metros de altura, sin embargo los ancianos decían que el dinero, no era más que pan, y allí ya había sido derramada demasiada sangre. Antes de morir recordó como «sus cenizas, en las montañas de Maçka, fluyeron como si fuesen sus hijos...». Cada vez que lo recordaba se ponía a llorar, asegura su marido.