poderosa descarga electroestática

La lotería del rayo

Todos los años provocan alguna muerte en España, pero la mayoría de las víctimas sobrevive. Es el caso de José María, que recibió la descarga un día de pesca, o de Lourdes, que estaba embarazada de su hijo Ekaitz, 'tormenta' en euskera

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Todo empieza allá arriba, a varios kilómetros del suelo, en unas nubes con aspecto de coliflor llamadas cumulonimbos. Dentro de estas inmensas arquitecturas de agua, las moléculas se recolocan según su carga eléctrica, las positivas arriba y las negativas abajo, y el conjunto se convierte en una gigantesca batería capaz de producir descargas de millones de voltios, que se abren camino hasta la superficie terrestre en un zigzag vacilante pero fugaz: en realidad, el rayo va explorando en milisegundos los canales que tiene a su alcance, con culebrillas que tantean las distintas posibilidades hasta dar con la que opone menor resistencia. De la trayectoria resultante dependerá el punto final de impacto, el lugar al que irá a parar esa chispa de los cielos con una temperatura de hasta 28.000 grados. Puede ser un árbol. Puede ser una torre. O puede ser también una persona.

Ocurrió el 22 de mayo del pasado año en Navas de San Juan, provincia de Jaén. Un rayo, en esa frenética búsqueda del suelo, fue a dar con el cuerpo de una adolescente de 16 años que estaba trabajando en una finca. La muchacha, embarazada, solo sobrevivió unas pocas horas. Las estadísticas de riesgos naturales de la Dirección General de Protección Civil y Emergencias, dependiente del Ministerio del Interior, recogen veinte fallecimientos por impacto de rayos durante la década pasada, aunque el índice que se suele manejar para Europa sitúa la mortalidad muy por encima de esa cifra, en torno a un caso anual por cada tres millones de habitantes. «Lo más probable es que un impacto directo te fulmine -explica Antonio Rico, del Instituto de Medicina Legal de Sevilla-. Además de las lesiones traumáticas, la descarga de altísimo voltaje provoca muchas veces una alteración neurológica, que inhibe los centros que controlan la respiración y la función cardiaca, o bien puede afectar directamente al corazón y causar una muerte súbita». El signo externo que delata la acción del rayo son las llamadas figuras de Lichtenberg, unas lesiones de la piel en forma de helecho exclusivas de esta causa de muerte, que los forenses denominan fulguración.

Pero no todas las personas alcanzadas por rayos fallecen, ni mucho menos: los expertos sitúan la tasa de supervivencia a este accidente entre el 70 y el 80%. El valenciano José María Nieto, por ejemplo, tuvo su encontronazo con el rayo el año pasado, durante una jornada de pesca en El Perelló. Se había instalado en una torreta que se alza al final de un espigón, de cara al Mediterráneo. «Tenía que esperar a mi mujer y me había llevado mi mochilita y una funda con mis dos cañitas, pero no llegué ni a sacarlas, porque empezó a llover -relata-. Decidí comerme el sandwich y fumarme un cigarrillo antes de volverme al coche: de repente, tuve la sensación de que todo se movía de derecha a izquierda y dejé de sentir las piernas. Noté un olor eléctrico, como cuando en una casa se quema algo de la instalación. 'Me ha caído un rayo', pensé, y creí que me quedaba una pincelada de vida». La bombilla de la torreta se hizo añicos. Solo había dos personas cerca, un paseante francés y su hijo adolescente, que le auxiliaron y, días después, le contaron qué habían visto ellos: un tremendo chispazo que cruzaba el aire y caía sobre él. En realidad, el rayo había entrado por la torreta y había atravesado la mochila y una de las cañas, un aparejo de fibra de carbono que se abrió «como un plumero», antes de llegarle a José María a las piernas. «Yo estaría a unos ochenta centímetros de la torreta. Mi primera intención había sido sentarme en mi sillita plegable, apoyado en la pared: en ese caso me habría pillado de lleno y seguramente me habría reventado», reflexiona.

Resulta habitual que los testigos sean más conscientes de lo ocurrido que la víctima, sacudida por una fuerza brutal cuyos signos externos no llega siquiera a ver. «Yo solo tengo recuerdos difusos: alguna sensación, algún sonido...», explica Lourdes Urbieta, una ingeniera de minas que recibió el impacto en 2001 mientras preparaba una voladura en una cantera de Mañaria, en Vizcaya. «El día empezó a ponerse un poco oscuro. Otras veces lo ves venir y tienes tiempo de recogerte, pero en esta ocasión el primer rayo me dio de lleno: me entró por la cabeza y me salió por la pierna, a la altura de la espinilla. Lo transmití. También le dio a otro compañero. Los de alrededor vieron el fogonazo y tuvieron que sacarnos de allí, su sangre fría nos salvó la vida».

- ¿Considera que aquel día tuvo buena o mala suerte?

- Yo creo que la tuve buena. En el hospital estuve al lado de grandes quemados y tuve tiempo para pensar. Cuando te ocurre algo así, te cambia el chip: te tomas las cosas con un poco más de filosofía, valoras más lo que tienes y te sientes más afortunada.

La diosa y el ministerio

Los antiguos, espantados por ese destino brutal que venía del cielo, lo atribuyeron a la voluntad y la buena puntería de los dioses: el Zeus griego, con su ramillete de rayos, o la china Tien-Mu, que dirigía los chispazos con dos espejos, asesorada por un sobrenatural Ministerio de las Tormentas. Pero la ciencia, además de explicarnos el fenómeno, nos ha mostrado su dimensión cotidiana: según los registros de la Agencia Estatal de Meteorología, entre enero y mayo de 2012 cayeron sobre la Península, las islas españolas y el mar de las inmediaciones más de 460.000 rayos -un 85% más que en el mismo periodo del año pasado-, con un máximo de 30.808 descargas en una sola jornada, la del 18 de mayo del pasado año. «En un día de tormentas generalizadas puede haber fácilmente 40.000 o 50.000», detalla el portavoz de Aemet, Ángel Rivera.

Un mapa, que se puede consultar en la web de la agencia, muestra las descargas producidas en las últimas seis horas: casi siempre aparece alguna zona poblada de puntos, reflejo de otros tantos rayos que han acribillado la comarca correspondiente. También se ve ahí que no todos los rayos son iguales. «Los más habituales son los de carga negativa, que se forman en las partes medias y bajas de las nubes -aclara Ángel Rivera-, pero también los hay positivos, que vienen de más arriba: pueden recorrer diez o doce kilómetros de distancia y tienen una intensidad y un poder de destrucción mucho más fuertes».

Las regiones de España más afectadas por este fenómeno son el Pirineo Central, donde se superan los treinta días de tormenta al año, y el Sistema Ibérico, sobre todo en las provincias de Teruel y Castellón, zonas montañosas cercanas a un mar cálido. Y la 'temporada alta' de rayos acaba de empezar: se extiende de junio a septiembre, cuando se incrementa la diferencia de temperatura entre el suelo y las capas altas de la atmósfera. En caso de verse sorprendido por una tormenta en un espacio abierto, los expertos recomiendan evitar los objetos puntiagudos y las instalaciones eléctricas, agacharse con las manos en el suelo y, si es necesario, tumbarse. «No hay que ofrecer un camino fácil -apunta Ángel Rivera-, aunque uno no está nunca seguro».

«Las marcas quedan»

José María Nieto, que ya experimentó en sus carnes la sacudida del rayo, les ha cogido «un poco de respeto» a las tormentas, aunque sus secuelas físicas son casi irrelevantes: «Solo noto a veces una sensación de escozor en el empeine, por donde recibí la descarga». Más complicado fue el caso de Lourdes, que estuvo hospitalizada un mes y tuvo que ser sometida a diversos injertos. «Las marcas quedan, pero lo que más me importa es que no puedo andar bien», se lamenta. Eso sí, la ingeniera vizcaína conserva también un recuerdo vivo de su suerte de aquel día: cuando el rayo atravesó de arriba abajo su cuerpo menudo de 49 kilos, ella estaba embarazada de cuatro meses, y la gestación continuó sin ningún problema. Lourdes decidió bautizar a su hijo como Ekaitz, que en euskera significa 'tormenta'.

- Ya tiene nueve años. ¿Qué opina él de todo esto?

- Dice que tiene una 'ama' muy fuerte. Y yo le digo a él que se llama así porque se merece el nombre. Es el auténtico Ekaitz.