ORIENTE MEDIO

Pakistán: democracia a prueba... De bomba

El país celebra este sábado elecciones generales en un ambiente de grave dificultad y con un fuerte auge de la violencia política

MADRID Actualizado: Guardar
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Un observador acreditado, el norteamericano Noam Chomsky, indicaba hace poco que en las dos grandes democracias vecinas en el sur de Asia, la India y Pakistán, se advertía más debate y una prensa mucho más vibrante en la segunda… y este sábado Pakistán da otra prueba: celebra elecciones generales en un ambiente de grave dificultad y con un fuerte auge de la violencia política.

Se trata de la primera legislatura que completa su calendario, lo que indica hasta qué punto la democracia ha sido frecuentemente puesta entre paréntesis por golpes militares que, en realidad, son percibidos por el público como paréntesis inevitables y hasta cierto punto útiles para devolver cierto orden y calma suficiente como para devolver el poder a los civiles. O, al menos, devolvérselo formalmente.

El ejecutivo saliente es, como otras veces en el pasado, emanación del “Partido Popular Pakistaní”, la obra de la familia Bhutto, que ha dominado gran parte del escenario político desde mediados de los cincuenta. Su último vástago, Bilawal, hijo de Benazir Bhutto, ex- primera ministra asesinada en 2007, no está en el país (la edad aún le impide aspirar a un escaño) a causa de las amenazas contra su vida… Y, con todo y eso, la elección va a ser limpia y lo que salga de ella será la expresión genuina del humor social del momento.

Una "nación de naciones"

Con doscientos millones de habitantes y cerca del millón de kilómetros cuadrados, Pakistán es, materialmente, un gran país. Pero lo adecuado es llamarle un gran Estado, nacido de las ruinas de la descolonización británica en la región, con la India, tras la segunda guerra mundial. Porque, en realidad, es una “nación de naciones” y de sus correspondientes culturas. El mismo nombre del país lo reconoce y lo asume: Pakistán no es sino una sigla hecha desde Punyab-Afgán- Kashmir-Sind-Beluchistán…o sea cinco países distintos y en algunos aspectos antagónicos.

Este hecho pesa decisivamente y es inseparable de la crónica crisis política que pesa sobre el país, un mosaico llamado técnicamente “República Islámica de Pakistán” no sin buen sentido: el 95 por ciento de sus moradores son musulmanes… pero no bien avenidos por ello. Una fuerte minoría (un veinte por ciento más o menos) es shií y, por serlo, es sistemáticamente atacada por los radicales integristas sunníes. La libertad religiosa está constitucionalmente protegida y hay cristianos abundantes con su correspondiente jerarquía y una vida aceptable en ciertas regiones y mucho más difícil en otras. La minoría vota a los partidos que mejor protegen sus intereses, un registro, sobra decirlo, donde la acción islamo-terrorista del “Tehriq-i-Taliban Pakistan” (movimiento talibán pakistaní) es un grave obstáculo .

Los talibán describen la elección como un diabólico invento occidental, pero solo pueden alterar a fondo el proceso político en las regiones del Noroeste administradas federalmente, con su propio status constitucional y que son su feudo. Prácticamente a esa inmensa región, con capital en Peshawar, no se extiende el proceso político-institucional en marcha. Allí, en el gran país de los pastún fronterizo con Afganistán, funcionan los liderazgos tradicionales, el poder de los viejos clanes (Mehsud, Haqqani, Bahadur sobre todo) que hacen su política, incluidos a veces pactos no oficiales, pero útiles, con los gobiernos… por no decir con el ejército, poder real de hecho en el área.

¿Unas nuevas fuerzas armadas?

Esta autoridad que se concede a los militares, vistos como un salvavidas eventualmente disponible para evitar el estallido final del país, sigue siendo un hecho central en la vida nacional, pero parece haber evolucionado algo. Un tribunal acaba de vetar sin apelación la vuelta al ruedo político del último ejemplo de militar-estadista, el general Musharraf (1999-2008) y se anota el papel más discreto e institucionalmente sobrio del vigente jefe del Estado Mayor, el general Ashfaq Pervez Kayani, previamente jefe del poderoso ISI (el servicio de inteligencia), tenido por el corazón del poder uniformado.

Los militares mantienen y administran lo que es percibido como la salvaguardia final del país, su existencia contra los adversarios exteriores (la India, enemigo público número uno) e interiores (el terrorismo yihadista), pero lo hacen sutilmente, a menudo con arreglos oficiosos útiles para todos. Los partidos lo saben de sobra y asumen tácitamente que, gane quien gane, su poder tendrá límites oficiosos inseparables de la seguridad nacional.

¿Quién ganará? No habrá mayoría absoluta y los sondeos, que parecen incapaces de indicar qué sucederá con el PPP de los Bhutto, dan por más votada a la Liga Musulmana-N (por Nawaz, el primer ministro destituido por Musharraf en 1999) y tendrá su gran resultado en el sur y oriente del país el “Muttahida Quami Movement”, liberal de centro que representa muy bien a los urdu-parlantes, la población llegada de la India tras la fundación del Estado. La novedad y la incógnita de la jornada será el resultado del “Pakistan Tehrik-i-Insaf” (“Movimiento por la Justicia”) animado por el hombre más popular del país, el antiguo campeón mundial de críquet Imran Jan. Moderno y liberal, su programa es vaporoso y general, pero ha hecho una promesa concreta y sorprendente: pondrá fin a los ataques que contra la insurgencia islamista ejecutan en secreto los norteamericanos con sus aviones no tripulados (“drones”)….