El convoy del infierno
Diecisiete horas para recorrer 157 kilómetros entre amenazas y desfiladeros de 100 metros. Así es el repliegue de las tropas españolas en Afganistán
QALA-I-NAO Actualizado: Guardar"Un exprimidor de mentes", "un suplicio físico", "un desafío táctico en terreno enemigo". La madre de todos los repliegues militares conocidos en tiempos de paz está teniendo lugar en Afganistán. Las tropas españolas completaron la madrugada de este martes el cuarto convoy con material entre las poblaciones de Qala-i-Nao y Herat, al oeste del país. Diecisiete horas para recorrer 157 kilómetros por la Ring Road, una carretera que rodea el país y que en la provincia de Badghis está en obras. Una odisea que por fin puede ser narrada, ya que por primera vez Defensa ha autorizado que un periodista viaje en el convoy.
Medio centenar de militares se agolpan en una sala minúscula del mando de operaciones de la base de Qala-i-Nao, donde se encuentra el grueso de la fuerza española en Afganistán, más de 1.100 efectivos. Es domingo a media tarde y ya anochece. El capitán José Alberto Sánchez Romero, de 30 años, entra en el habitáculo y sus subordinados se cuadran de inmediato. Lleva un puntero rojo en una mano y en la otra una memoria electrónica que enchufa a un proyector. Se llama 'Operación convoy Delta'.
El capitán madrileño, destinado en el Regimiento Príncipe número tres de Asturias, detalla el croquis de la operación y las amenazas en ciernes. También los puntos sensibles del trayecto y las contingencias mecánicas que vayan a surgir -pinchazos, calentamiento del motor-, como si ya lo diera por hecho.
"La inteligencia reporta que la amenaza es baja hasta el paso de Sabzak, a 2.500 metros. Aparecen insurgentes conocidos dedicados al pillaje y más adelante un grupo de diez que cobra un peaje ilegal y otro con capacidad para colocar artefactos explosivos improvisados (IED). Si yo no lo ordeno que no se abra fuego de vanguardia", advierte Romero a su equipo.
La columna la conforman medio centenar de vehículos. Treinta blindados RG-31 y Lince, seis plataformas de carga que transportan contenedores con armamento, herramientas, repuestos y equipos de transmisiones, y una unidad de apoyo compuesta por dos 'Husky', especializados en la desactivación de IED, una célula de estabilización médica y una grúa. Además, en primera línea va una decena de blindados del Ejército estadounidense para dar protección.
El paso de Sabzak
La vanguardia sale a las seis de la mañana del lunes de la base de Qala-i-Nao. Media hora después lo hace el grueso del contingente y pasadas las 7.15 horas más blindados y el resto de los camiones con los contenedores. En paralelo, en un punto indeterminado de la región oeste, despegan dos helicópteros estadounidenses. Se dirigen al paso de Sabzak, el punto más alto del trayecto a 2.500 metros, donde una unidad de marines ocupa lugares estratégicos. Controlan cualquier movimiento sorpresa de los insurgentes.
En la retaguardia marcha el blindado del sargento Gorka Aparicio, del Regimiento Príncipe. Conduce la soldado Jessica Alejandra Zambrano y en el puesto de tirador va Jon Edwin Perdomo. Es su segundo convoy a Herat y la pícara sonrisa del sargento aventura el suplicio que está por venir. "Esto es Afganistán, es lo que hay", recuerda Aparicio.
La carretera es de tierra y piedras y el paso de la columna deja una estela de polvo que se distingue a leguas. Los vehículos van en segunda y no pasan de los 10 kilómetros por hora. La lentitud hace que hasta las motos iraníes de los afganos pasen como relámpagos. Los baches son una tortura. Cargan la espalda y los riñones, ya de por sí encogidos por el chaleco antibalas, y solo el casco impide que la cabeza siga intacta en el interior del RG-31. "Esto es peor que la atracción del rompehuesos", se escucha en el interior.
A las 11.00 de la mañana, en plena subida al 'Tourmalet' de Sabzak, flanqueados por desfiladeros que alcanzan los 100 metros de caída, surge la primera incidencia. El motor de un Lince se calienta y tiene que ser remolcado por el RG-31 del sargento Aparicio. El mismo que una hora y media más tarde, en las rampas más tendidas, le salta el piloto de la transmisión. Comienzan los problemas.
Entonces, la soldado Zambrano reduce la marcha a los 5 kilómetros por hora y hasta las cabras de los pastores pastunes parecen adelantar a la columna. Han pasado seis horas de la salida y se corona Sabzak, con los helicópteros de guerra protegiendo el perímetro. Si todo va bien, en otras seis horas se alcanzará la base de Herat. "Pero esto es Afganistán", repite el sargento Aparicio como un mantra.
Toda una premonición. Una hora después de comenzar la bajada se detiene un 'Husky'. Fallo en la transmisión. Una grúa lo carga y se emprende la marcha, pero a menor ritmo. Pasan otras dos horas y llega el colofón final: una plataforma de carga se para en medio de un poblado perdido en lo más inhóspito de Afganistán. "La avería es gorda", comenta el teniente González. "Tiene que venir una grúa de Herat y a lo mejor hay que pasar aquí la noche". Suspiros, demasiada exposición para la insurgencia.
Sin embargo, la grúa aparece "como un ángel salvador" al buen rato, con el sol ya cayendo. Cargan la plataforma y se continúa a Herat. La noche entra y a lo lejos se distingue la ciudad conquistada por Alejandro Magno. Parece una carretera interminable, pese a que los últimos 45 kilómetros son en asfalto. El reloj marcaba las 00.30 de la noche cuando se abren las puertas de la base. El convoy del infierno llega a su fin.