DEFENSA

Psicosis por la seguridad en Kabul

La 'zona verde' tiene siete controles de entrada, arcos de seguridad de vehículos y dirigibles de vigilancia

EMPOTRADO CON LAS TROPAS ESPAÑOLAS EN AFGANISTÁN | KABUL Actualizado: Guardar
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A veces, el éxito o el fracaso de las misiones militares depende de los pequeños detalles. Si el enemigo te ataca en el campo de batalla se asume como algo probable. Pero si éste te golpea en el corazón de tu seguridad es que la cosa va mal.

En Afganistán, la operación de la OTAN se juega doce años de credibilidad en los próximos meses. La cesión de la seguridad a los afganos concluirá en 2014 y todo el trabajo de los aliados se pondrá en la picota hasta que no finalice el repliegue.

Uno de los pequeños detalles es la protección de la denominada ‘zona verde’ de Kabul. Se trata de un complejo en el centro de la capital que acoge las principales embajadas extranjeras y el cuartel general de la ISAF. Un ataque suicida, un coche bomba o un ataque con morteros dentro o en el perímetro del fortín abriría una brecha insalvable en la Alianza.

Por ello, acceder como visitante a este recinto exige dos condiciones: paciencia y atención. La primera sensación son los farragosos controles. Siete en menos de un kilómetro. En tres de ellos pasan el espejo y el perro a los bajos del vehículo para prevenir posibles bomba-lapa. Y en otro una especie de algodón al volante para saber si el conductor ha manipulado explosivos.

Desconfianza

La razón de tanta psicosis se llama desconfianza. Y no tanto en la insurgencia. Los ‘check-points’ están controlados por soldados y personal de seguridad privada de diferentes países. Quién le dice al marine o al empleado de ‘Diplomatic Security’ (una de las contratas) que los afganos o los indios del anterior control no han sido sobornados.

Tras pasar los filtros y antes de levantarse la última batalla se pasa por un gran arco. No es una arcada que te da la bienvenida, sino un escáner para radiografiar el interior de los vehículos, por si había dudas. Tras ello, ahora sí, después de media hora de trasiego, se entra al cuartel general. Y encima, revoloteando, un globo aerostático de vigilancia.

“Esto es una isla de seguridad. La situación está ahora estabilizada”, afirma el teniente coronel Juan Treceño, antes de explicar con ímpetu las reglas básicas en caso de un ataque. “Tiraros al suelo, abrir la boca y tapaos los oídos...”, exclama para no olvidar dónde estamos.

El último suicida tuvo lugar en el aparcamiento de un campamento anexo. Han pasado seis meses. Desde entonces los muros del corazón del búnker se han elevado hasta los diez metros. “Si queremos acercarnos a los afganos no quedará más remedio que derribarlos”, previno un oficial de la ISAF