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El deporte y el horror

Mientras haya un niño que se despierte media hora antes para ir a su entrenamiento, las puertas del horror no prevalecerán contra la razón

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El deporte simboliza lo más elevado de nuestro espíritu. Parecerá un sacrilegio teniendo en cuenta mi profesión de escritor, pero creo que en muchos aspectos el deporte supera a las artes, las ciencias y otras loables actividades humanas. Lo hace por su capacidad de aglutinar los valores que representan la esencia de nuestra especie. No es sólo citius, altius, fortius. Es más rápido, más alto, más fuerte, pero con unas normas. Un respeto a los demás contendientes, a la competición y a las reglas del juego. Compañerismo, amistad, valor y fuerza, y en general ese conjunto de valores intangibles que llamamos deportividad.

El deporte sólo es deporte, pensaréis. Sólo es un juego. Acarrea muchas injusticias, es obsceno en muchos de sus planteamientos modernos. La atención, el interés y las compensaciones económicas que reciben los deportistas de élite son excesivamente altas, incluso dolorosas si las comparamos con el erial yermo que afrontan en nuestro país los investigadores, los creadores, los artistas.

Pero cuánta grandeza, cuánta emoción, cuánto sentimiento. Tras el gol de Iniesta aullaron millones de gargantas al unísono y creyeron en la idea de que el esfuerzo colectivo puede llevar a una meta que durante décadas pareció inalcanzable.

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