análisis

Maduro no es Chávez

El sistema electoral venezolano tiene una excelente reputación y al fallecido mandatario nadie pudo probarle un pucherazo

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Sorpresas que da la vida: la elección presidencial de ayer en Venezuela terminó en un empate técnico (con un punto y medio de ventaja de Nicolas Maduro sobre Henrique Capriles) la petición de un nuevo recuento, alguna declaración ominosa sobre el inmediato porvenir y una persona desconocida fuera del país, Tibisay Lucena, presidenta del Consejo Central Electoral,convertida en un actor central del nuevo escenario.

Por raro que pueda sonar, el sistema electoral venezolano, por completo electrónico, tiene una excelente reputación y a Chávez, acusado por sus detractores de todos los pecados imaginables, nadie ha podido probarle un pucherazo. Es incluso de rutina recontar la mitad más tres puntos de los votos emitidos para confirmar el resultado y, además, el teniente coronel ganó todas las consultas de su animada carrera, con la sola excepción de un referéndum de reforma constitucional que perdió por un punto en 2007.

Con todo y eso, el recuento inmediatamente exigido por Henrique Capriles es inevitable, lo mismo que la auditoría de más de tres mil incidentes – intimidaciones o fallos técnicos en su mayor parte – acreditados por sus interventores. Maduro dijo en seguida que lo acepta – aunque sin detalles sobre su cuantía, que debe ser la totalidad según Capriles – pero su bullicioso ministro de Defensa, Diego Molero, fue algo más explícito al decir que ahí están las fuerzas armadas para “hacer respetar el resultado”, sin precisiones sobre si el anunciado con la exigua victoria o el final…

La hora de la cabeza fría

El almirante Molero no pasa por un intelectual refinado ni por un ministro discreto al frente de una fuerza armada nacional y de todos, pero da el tipo, que no es el único ni necesariamente el modelo, de uniformado militante que representa al colectivo remodelado por Chávez, un oficial profesional que entró en política con un alzamiento militar en 1992.

Una fuente venezolana nos decía esta mañana que, contra lo que pueda parecer, las FFAA nacionales no están en la voluntad de mantener eventualmente al régimen por la fuerza, entre otras cosas porque Chávez – y en esto se distingue de otros dirigentes autoritarios – no ha parado, hasta el cansancio, de pedir al público que lo vote todo. De hecho, hay un cierto cansancio con las campañas, que exigen una motivación política y militante casi constante, y se preferiría ahora “más administración”.

Es la hora de la calma y no faltan las exhortaciones al respecto. La autoridad electoral, respetada, tendrá un papel central en los próximos días, el presidente elegido en primera instancia, también y, desde luego, el candidato opositor, Henrique Capriles, también. Este hombre, de 40 años, a quien hubo que presionar mucho para que volviera a ser candidato tras perder contra Chávez por once puntos en octubre, tiene una responsabilidad grande en mantener la calma y ayudar a un desenlace pacífico basado en un recuento inevitable.

Lecciones varias

El sorprendente resultado remite a muchas consideraciones. Algunas son obvias y tienen precedentes en otras latitudes, como el fracaso de las encuestas. Otras son de más calado, entre ellas el dato de la todavía muy elevada participación, con más del 78 por ciento de concurrencia, solo un par de puntos por debajo de octubre, lo que significa que el cansancio no se tradujo en desmovilización y confirma una situación delicada: la polarización política entre dos mitades casi iguales del censo, una situación no muy deseable que se traduce, entre otras anomalías, en la inexistencia de otros partidos de peso.

Pero la gran lección de la jornada es que incluso desde una campaña que se volcó en Chávez, un difunto, su sombra permanente vagando sobre un país que, en su mitad parecía huérfano, el desaparecido líder no tiene sustituto. Maduro no es Chávez y un liderazgo carismático y personal es intransferible. Esa humilde verdad constatada muchas veces en la historia, se confirma en Venezuela aunque por fortuna, por razones estrictamente técnicas, se tomó la juiciosa decisión de no embalsamar al teniente coronel para convertirlo, contra toda lógica en un “segundo Bolívar”.

Así pues, la gran sorpresa podría ser una ocasión de oro para comenzar – con un recuento avalado e indudable – la gran labor que el país necesita: la normalización. Capriles, decididamente un candidato capaz, pareció intuir la necesidad al indicar que buena parte de los generosos programas sociales de Chávez, que le dieron la adhesión de los pobres del país, podrían ser mantenidos. Maduro atina al no rechazar el recuento y sabe bien, además, que chavistas de peso, como Diosdado Cabello o Elías Jaua, tienen puntos de vista personales…

Y el público parece esperar acontecimientos con tranquilidad. Caracas es a esta hora la ciudad caótica de siempre, capaz de digerir lo que, por otra parte, es un día para la historia de Venezuela.