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El Prado rescata la exquisita pintura de 'El Labrador'
Maestro del bodegón, solo se conocen trece obras de Juan Fernández, enigmático pintor barroco obsesionado con las uvas y las flores
MADRID Actualizado: GuardarSolo se conservan trece pinturas de Juan Fernández, apodado ‘El Labrador’, un enigmático y exquisito maestro barroco especializado en bodegones y naturalezas muertas. De notable fama en el siglo XVII pero olvidado hasta el XX, la realeza europea apreció la pintura de ‘El Labrador’, apodado así por su origen campesino, y que se dedicó en exclusiva a la pintura de y frutas -casi siempre uvas- y flores con una magistral sencillez. El Prado ha logrado reunir once óleos de los trece atribuidos con toda certeza a su paleta. Conforman una preciosa, pequeña y extraordinaria muestra de la que es comisario Ángel Aterido. Cinco de las pinturas son del propio museo -cuatro proceden de la colección Naseiro-, una de la colección de Isabel II de Inglaterra y el resto del museo Cerralbo y colecciones particulares, en algunos casos nunca expuestas.
Personaje raro y estrafalario, era “un pobre diablo” según un embajador británico de la época. De origen quizá extremeño, apenas se sabe que estuvo en Madrid entre 1630 y 1636. Muy probablemente analfabeto, se supone que disfrutó de una temprana formación pictórica al amparo de un noble italiano. Se cree que vivió retirado en el campo y se acercaba a Madrid una vez al año a vender sus apreciadas pinturas en primavera.
Casi todas sus óleos expuestos son de pequeño formato, a excepción de ‘Bodegón con uvas, membrillo y frutos secos’, perteneciente a la colección de la reina de Inglaterra y que se expone en España por primera vez. Con sus 83 por 68 centímetros, es la obra más grande de esta delicada exposición que se divide en dos apartados: ‘Un Zeuxis moderno’, centrado en las uvas, y ‘Naturaleza en el lienzo: primavera y otoño’.
Lo más característico de su escasa obra son sus atemporales racimos de uvas. “Su pintura es de una sorprendente modernidad; como precursor del hiperrealismo” explica el comisario. “Sus uvas podrían ser del otoño pasado, del siglo XVII, o de la Grecia en la que Zeuxis de Heraclea pintó hace 2.500 años unas uvas que, según la leyenda, engañaban a los pájaros que trataban de comérselas” explica Aterido.
El maestro olvidado
‘El Labrador’ abordó a partir de 1633 composiciones más complejas sumando flores y frutas, otoñales a sus solitarios racimos de uvas. Con ellas adquirió una fama que, según Aterido, se debe “a su frescura, su sensación realista y el nuevo colorido primaveral de su paleta”.
Los responsables del Prado creen que la muestra hará que afloren más obras de este exquisito maestro barroco olvidado en el XVIII y el XIX y revalorizado “cuando mediados del siglo XX renació e interés por el bodegón”. Saben que viajaron a Gran Bretaña entre ocho y diez pinturas “de las que solo dos están localizadas”, apunta el comisario. Su único lienzo firmado, uno de los dos floreros expuestos, recoge su apellido abreviado “lo que nos invita a pensar que era analfabeto, como muchos pintores de su tiempo, que incorporaban la firma como una imagen más” precisa Aterido.
Los estudiosos suponen que pudo formarse al lado de otro gran maestro extremeño, Luis de Morales, pero que un carácter entre huraño e indómito le invitó a alejarse de las intrigas y componendas de la corte. Dotado de una extraordinaria sensibilidad, “su detallismo extremo se potencia con una violenta iluminación heredera de Caravaggio”. De su calidad da prueba el hecho de que el Prado comprara en 1946 uno de los dos floreros que se exhiben en la exposición desde la convicción de que se trataba de una obra de Zurbarán.