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Dime cómo te llamas y te diré cuándo naciste

Antes de la tele, nos regíamos por los santos y la familia, pero ahora los padres están condicionadas por el deseo de originalidad

MADRID Actualizado: Guardar
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Mi abuela nunca superó el disgusto que le produjo que la princesa Soraya fuera repudiada por su marido. Por aquel entonces (en 1968) el emperador de Irán todavía era el Shah de Persia y por aquí casi nadie sabía que en realidad se llamaba Mohammad Reza Pahlevi. Tampoco sabíamos que Soraya es la variante hispana de un nombre de origen árabe que significa “estrella” o “princesa”, ni que en su lengua vernácula se decía Thurayya. El influjo de Soraya, la princesa, a través de aquellas revistas del corazón que mi abuela compraba con embelesada fidelidad, se dejó notar mucho por aquí en los 60 y 70. No se me ocurre otro modo de explicar que dos de las mujeres con más futuro de nuestro Parlamento, nacidas respectivamente en 1971 y 1963 compartan un nombre que entonces no era nada común en España: Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta del Gobierno, y Soraya Rodríguez, la portavoz del Grupo Parlamentario Socialista, respectivamente.

Y es que en esto de los nombres las modas dictan tendencia, como en todo. Antes de la llegada de la televisión, nos regíamos por los santos del día, los patrones locales, la familia o la admiración hacia grandes figuras (incluida, ejem, la realeza). Había sacerdotes que endilgaban nombres como quien imparte penitencias. Y padrinos que no se cortaban un pelo. Tanto le colocaban al recién nacido un “de la Santísima Trinidad” como le hacían homenaje andante a San Canuto, y tan anchos. (Más información en MujerHoy.com)