Expediente Aaron Swartz
El genio de la informático apareció muerto en su apartamento el pasado 11 de enero. Su familia y conocidos denuncian una persecución desmesurada por parte de la Justicia. Otros, reconocen que lo que puedo inducirle al suicidio fue una depresión
MADRID Actualizado: GuardarEn 2008, un programador informático dejaba escritos los motivos que le empujaban al suicidio. «Me muero libre», aseguraba Jonathan James en la carta que fue hallada poco después de que se descubriese su cuerpo sin vida. «He perdido el control de esta situación y esta es mi única manera de recuperarlo», reconocía. El desgarrador mensaje reflejaba el profundo desencanto que sufría por culpa del sistema judicial en el que «había perdido la fe». Había sido objeto de una larga investigación federal tras la que fue acusado de colaborar en un delito informático, algo que negaba de manera contundente. A pesar de lo contundente de su 'autoalegato', James estaba seguro de que pasaría muchos años en la cárcel por mucho que demostrase su inocencia.
Aunque fue un caso poco mediático, muchas miradas se dirigieron a la labor de Stephen Heyman, uno de los fiscales encargados del proceso y en el efecto que sus métodos habían ejercido sobre el adolescente. Apenas cuatro años después, este funcionario ha vuelto a estar en boca de miles de personas. Y es que Heyman ha participado en un proceso que también ha contado con un final infausto: el del activista Aaron Swartz. El que fuera un abanderado de las libertades digitales fue hallado muerto el pasado 11 de enero en su apartamento de la calle Crown Heigths de Brooklyn con apenas 26 años recién cumplidos.
El forense encargado del levantamiento del cadáver informaba de que se había ahorcado. Y lo hizo cuando caía sobre él la sombra de una pena de prisión de varias décadas y una multa millonaria por supuesto fraude informático y electrónico, entre otros cargos, por haber accedido ilegalmente a la intranet del Instituto Tecnológico de Massachusets (MIT) para descargar miles de documentos científicos con el objeto de distribuirlos de forma libre en internet. Un escenario que ha supuesto un caldo de cultivo único para los polémicos y los teóricos de la conspiración.
La versión de su familia
Susan y Robert son dos padres partidos por el dolor. Sacaron fuerzas de flaqueza para rendirle un homenaje en forma de emolumento web: «Usó su talento como programador no para enriquecerse, sino para hacer de Internet y el mundo un lugar más justo y mejor». La semana pasada, su padre rompió el luto para responsabilizar de la muerte de su hijo directamente a las autoridades judiciales por la persecución a la que el joven fue sometido. Todo ello sin hacer ninguna mención explícita a Heyman, al contrario que lo que hicieron miles de personas en Twitter y otros mentideros tecnológicos. Al MIT le acusó de traicionar a Aaron por «insistir» en la demanda y no hacer nada para frenarla. En una entrevista concedida al New York Times, relató que se reunió en dos ocasiones con el rector de la institución de renombre internacional como uno de los mayores caladeros de innovación. Según la versión de Robert Swartz, el docente le confesó que el Gobierno les había obligado a recolectar pruebas para incriminarlo.
Aaron, que contaba con una beca de colaboración en Harvard, utilizó sus datos de acceso para descargarse estudios de Journal Storage (JSTOR), una organización divulgativa sin ánimo de lucro. Cuando su acceso fue bloqueado decidió colarse en el MIT para seguir recolectando archivos. Esquivar la seguridad de los sistemas informáticos no era gran problema para un talento precoz de la tecnología que contaba con un currículum con varios éxitos como cocreador de los RSS, las licencias copyleft, Reddit o Markdown.
Sin embargo, la institución detectó un intruso en su red y preparó, con la colaboración, una auténtica ratonera a base de cámaras que se saldó con la detención de Swartz desencadenando los hechos que desembocarían en el fatal desenlace. Anonymous respondió a su muerte con un ataque a la escuela de Boston. Al igual que ellos, muchos son los que creen que había especial interés en incriminarle. Una suposición alimentada por Wikileaks, que desde su cuenta de Twitter afirmó que el joven de Illinois había mantenido contactos con Julian Assange y sugería que podía haber sido «una de las fuentes» de la plataforma que desnudó y escrutó las interioridades de la potente maquinaria diplomática estadounidense.
¿Víctima de su depresión?
Sin embargo, la prensa estadounidense se ha hecho eco desde casi el mismo día de su muerte de informaciones que señalaban que podía estar padeciendo una fuerte depresión. Algo que ha causado situaciones dispares en su círculo de confianza. Lawrence Lessing, un reconocido activista y catedrático de Stanford que trabajó mano a mano con Swartz para dar vida a Creative Commons, tachó estos rumores de infundados y destacó su carácter jovial, culpando a los investigadores de demostrar «una actitud absurda» al perseguir desmesuradamente al joven acusándolo de lucrarse con las descargas. «Cualquiera que diga que se puede hacer dinero de un puñado de esos artículos o es un idiota o es un mentiroso. Estaba claro que eso no era así. A pesar de eso, nuestro gobierno siguió presionando como si se tratara de terroristas», aseguró Lessing. Una versión que contradice a la del bloguero Cory Dotcow, quien aseguró, sin desmentir el suicidio por el miedo a la cárcel, que sufría una «depresión desde hacía años y hablaba públicamente de ello». Una afección que se habría visto acentuada por la situación económica y personal derivada del proceso penal.
Parece que el enconado debate desencadenado no solucionará nada. Es difícil dictaminar los motivos que le llevaron a quitarse la vida. La polémica sigue engordando a la misma velocidad que lo hace el número de homenajes al que era considerado un defensor de la neutralidad de la Red. «Aaron está muerto. Caminantes del mundo, perdimos a uno de nuestros sabios. Hackers por derecho, perdimos a uno de los nuestros. Padres todos, perdimos a un hijo. Lloremos», afirmó el creador de la World Wide Web, Sir Tim Bernes-Lee.