Un convoy español por tierras afganas. Foto: Guillermo Hermida
MISIÓN EN AFGANISTÁN

Patrulla en Komuri, descanso en 'Ricketts'

Las tropas españolas y afganas tratan de ganarse a la población

QALA-I-NAW. Actualizado: Guardar
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El que sea domingo no se nota en casi nada en la base de Qala-I-Naw. La diana sigue sonando a las 6.30 de la mañana, como un día de diario. La única excepción es el viernes, día de descanso afgano, cuando se retrasa a las ocho. Es solo una muestra de la filosofía de adaptación que demuestran las tropas españolas en Afganistán. Otra es el ejército de traductores que las acompañan en sus misiones, sobre todo en lo que se denomina 'mentorización', y que los uniformados españoles prefieren denominar 'tutorización'. Lo explica el comandante Morgan, del equipo de tutorización de Moqur. Allí, de sus 45 hombres, diez son traductores, esenciales para que puedan cumplir su misión de entrenamiento y enseñanza. Son los 'omeletes', palabra derivada de sus siglas, OMLT. Solo en Qala-I-Naw suman 126 efectivos, un número que se verá reducido cuando pasen a ser MAT, un nivel con menor implicación táctica. ¿La diferencia? «Pasamos de enseñanza individualizada a asesoramiento de la unidad», explica el capitán Torres en el puesto avanzado 'Ricketts', en Moqur. Los resultados logrados hasta ahora por la 3ª Brigada del Ejército Nacional Afgano (ANA) respaldan este cambio.

También los resultados que un batallón reforzado de la brigada afgana está logrando en pleno valle del Murghab, una de las zonas en las que los insurgentes -una mezcla de talibanes, señores de la guerra y traficantes de opio- habían establecido un santuario. Allí, el ANA y la policía afgana han puesto un pie a través de tres puestos avanzados y decenas de puntos de observación que jalonan la única carretera que atraviesa la zona, la denominada Ruta Opal. Los casi mil efectivos afganos se agarran así al terreno para hacer llegar a la población las mejoras en infraestructuras que traen las contribuciones de la coalición, en este caso, las españolas.

Lo saben bien en Moqur, vía de entrada al Murghab y punto donde confluyen la ya citada ruta Opal por el este, la Sulphur por el oeste y la Litium al sur. Semejante confluencia no pasó desapercibida para los norteamericanos al principio de la guerra contra el régimen talibán, y allí construyeron un puesto avanzado (COP), el Ricketts, que el contingente español heredó en 2008. En el puesto, la 12ª Compañía de la III Bandera Paracaidista sirve como guarnición entre unos muros cuya historia se remonta al siglo XIX. Entonces, durante una de las guerras que afganos e ingleses libraron -con victoria para los primeros- los 'casacas rojas' británicos construyeron un fuerte de amplios muros. Un siglo y pico más tarde, fueron las tropas soviéticas las que ocuparon la fortificación. «Los viejos de la zona dicen que los muyaidines pasaron a cuchillo aquí a una unidad soviética a la que cercaron y que se quedó sin munición», comenta sin mucha fe un mando español mientras nos introducimos en una de los almacenes del viejo fuerte británico.

En Ricketts hay permanentemente unos 150 efectivos. El hecho de estar en una encrucijada les obliga a un alto ritmo de trabajo -practicamente una patrulla diaria por alguna de las rutas- pero según el comandante Fajardo, jefe de los 'omeletes' en el puesto avanzado, «si tú le preguntas a un 'paraca' si prefiere estar en Qala-I-Naw o en un COP, te responderá sin dudar que un COP». Confirman sus palabras numerosos de los soldados tanto 'omeletes' como de la 12ª Compañía que pueblan la zona de vida del puesto avanzado. Como el teniente Morales, que va a cumplir seis meses en Ricketts antes de volver, a mediados de octubre, a Murcia, de cuya pedanía de La Arboleja es natural. «Pensé que iba a hacerse largo, pero aquí hay más sentimiento de unidad, más convivencia».

Eso sí, para llegar a Ricketts hemos tenido que hacer casi dos horas de camino desde Qala-I-Naw, a apenas 20 kilómetros. El cabo Barreiro, que conduce el RG-31 en el que circulamos, confirma la sensación: «No pasamos de 40 kilómetros por hora». Y eso hoy, un día en el que hemos tenido apenas que hacer paradas. Una obligada a medio camino para hacer el rendez-vous o rendibú, es decir, para que nos 'entreguen' desde Qala-I-Naw al convoy que viene de Moqur. Otra para rescatar del barro a uno de nuestros vehículos, cuya parte derecha practicamente ha desaparecido tragada por lo que parecía un inocente hilillo de agua. Otras por seguridad, como la que hacemos para inspeccionar una zona susceptible de ser usada por los insurgentes para colocar explosivos u hostigar a los vehículos a lo largo del camino. Y otra para estrechar lazos tanto con la población local como con el ANA.

Esta última parada la hacemos en la aldea de Komuri, donde residen unas 400 personas. Las casas de adobe se extienden a lo largo de la ribera del cauce de un río por el que apenas un hilillo de agua da de beber a los rebaños de cabras que -junto a la agricultura de subsistencia- configuran la economía local. Nada más bajar de los vehículos, los ancianos y notables de Komuri salen al paso del capitán Torres, al mando de la 12ª Compañía y por ende, de Ricketts. «Pregúntales si funcionan bien los pozos que reparamos», le dice Torres al intérprete. La respuesta en ardi de los ancianos es positiva, aunque tratan de lograr que esa ayuda se extienda de los pozos comunales a los privados. Con mucha mano izquierda y persuasión, Torres hace entender a los 'elder' -como nombran españoles y norteamericanos a los viejos del lugar- que, de momento, nones.

La patrulla a pie por la extensa aunque poco poblada aldea se desarrolla sin ningún tipo de problemas y dentro de una normalidad que incluye cruzarse con docenas de burros -un animal omnipresente en el país-, decenas de niños y ninguna mujer. «Se esconden cuando llegamos», explica un militar español. Torres y los oficiales 'omeletes' aprovechan para estrechar las relaciones con la población local, interesarse por sus necesidades, hablar cara a cara y recabar información. Ganárselos, basicamente. Algo que solo se logra con constancia e interés.

Durante el periplo por Komuri, los soldados ejecutan una coreografía ensayada y perfectamente ensamblada, desplegándose por calles secundarias, tomando las alturas, ocupando las esquinas y en definitiva, construyendo una burbuja de seguridad para los civiles que los acompañamos. España se aplicó en entrenar esta coreografía e incluso construyó una réplica de un poblado afgano en la Academia de Infantería de Toledo, por donde han pasado casi todas las unidades que han acabado en el país centroasiático. Ya saliendo de la aldea, nos encontramos con una patrulla del ANA que hace lo mismo que nosotros: tratar de ganarse a la población.

Sin embargo, no todo se consigue con buenas palabras, como demuestra el hecho de que la ISAF sea basicamente una formidable fuerza de combate. «El negocio de la droga en este país mueve 4 billones de dólares al año. Que nosotros entorpezcamos esos envíos al controlar algunas de las rutas hace daño. Y el miedo lo consigue todo», asegura el capitán Torres. El miedo y la extorsión y el secuestro. En el historial de nuestra colaboración hay algunos baldones, intentos fallidos. Como el colegio que construimos en Darreh-I-Bum. Lo abrimos en diciembre de 2011, tras una inversión de 50.000 euros que sufragó Caja Extremadura. Al poco, los talibanes bajaron de sus refugios y secuestraron a los profesores. Nadie quiere sustituirlos y el colegio sigue cerrado.

Ricketts y sus muros decimonónicos -reforzados por nuevas fortificaciones- solo han registrado un ataque, por denominar así el lanzamiento de un cohete chino por los insurgentes a través de una teja. «El proyectil cayó a 200 metros del perímetros», explica el jefe del puesto avanzado. Fue en agosto. Desde entonces, los nuevos puestos de observación del ANA en el perímetro han alejado casi definitivamente la amenaza de ataques. Eso sí, la 12ª Compañía no se relaja ni siquiera en el futbolín del COP. Como reza un cartel en Qala-I-Naw, «último mes, pero ¡no bajamos la guardia!».