Esperanza Aguirre junto al exciclista Miguel Indurain./M. Alvarado (Efe)
ANÁLISIS | RELEVO EN LA COMUNIDAD DE MADRID

El final de una política de raza

Aguirre aspiraba a lo más alto, a la presidencia del gobierno, y a sus sesenta años ha llegado seguramente a la conclusión de que esta posibilidad ya se le ha escapado de entre las manos

MADRID Actualizado: Guardar
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No abundan los políticos de raza, estos personajes intuitivos, capaces de interpretar cabalmente las aspiraciones colectivas y de seducir a un electorado hasta volverlo fiel a perpetuidad. Y Esperanza Aguirre pertenecía a esta categoría infrecuente, era en realidad la única mujer adscrita a este escalafón en toda la etapa democrática, en el que tampoco abundan los hombres: Suárez, Felipe, Aznar, Pujol…

Aguirre aspiraba, y nunca lo ha ocultado, a lo más alto, a la presidencia del gobierno, y a sus sesenta años ha llegado seguramente a la conclusión de que esta posibilidad ya se le ha escapado de entre las manos. Por añadidura, la enfermedad, la grave enfermedad que ha padecido, le ha puesto en antecedentes sobre lo efímero de la vida. Como ella ha dicho hoy, en algún momento había que poner la rúbrica. Y ha sido esta mañana, ante la sorpresa sincera de todos, amigos y enemigos.

Esperanza Aguirre perdió en realidad su oportunidad de liderar el PP en 2008, cuando Rajoy, tras perder las elecciones por segunda vez ante Zapatero, consiguió mantenerse al frente de su formación política en el Congreso de Valencia, donde Aguirre no consiguió los apoyos suficientes para intentar siquiera dar la batalla. Tras la victoria de Rajoy el pasado 20N, ya se le cerraban definitivamente todas las puertas. Cuando Rajoy se marche, a ella le habrá traicionado la edad.

Aguirre ha expresado siempre su pesar por haber tenido que supeditar la vida familiar a la política. Ahora tendrá ocasión de desquitarse. Se va a casa, con los suyos, aunque, conociéndola, es seguro que añorará lo que deja durante un tiempo largo. Habrá más sufrimiento que liberación en la rotunda decisión de hoy, que efectivamente no tiene retorno. Por ello mismo, hay que pensar que ha habido una espoleta determinada en lo súbito de su dimisión. Quizá no la conozcamos nunca, quizá sí. De cualquier modo, este país pierde a una política de envergadura, que deja tras de sí un relativo páramo. Nadie es indispensable pero hay políticos cuya marcha marca una profunda huella.