Salma Hayek: «Mi marido me quiere tal y como soy»
La estrella ha conquistado la serenidad personal hablando con devoción de su hija, su marido y de su faceta más doméstica y desconocida...
MADRID Actualizado: GuardarLo primero que hace Salma Hayek, tras saludar con un apretón de manos, es quitarse los zapatos. Lleva todo el día pasillo arriba pasillo abajo de un hotel de Los Ángeles y ni siquiera una estrella soporta tantas horas subida a unos tacones de aguja sin flaquear. Descalza, se acurruca en un sillón, dobla las piernas y se relaja un instante. Es fácil imaginársela sentada en el salón de casa tras un largo día de trabajo. Le falta, quizá, una copa de vino en la mano para completar la estampa. Pero se conforma con una botella de agua. Hoy está de servicio, promocionando su nueva película, “Salvajes”. Su maquillaje es tan natural que apenas se nota y lleva su melena azabache recogida en un sencillo moño, pero está muy guapa. A sus 46 años, tiene la piel tersa y luminosa de siempre. Recibe el cumplido con modestia. “Para lo que como y para el poco ejercicio que hago, no estoy tan mal –sonríe–. En realidad, me gustaría comer mucho más. Soy de las que comerían hasta reventar. Acabo de ir a buscar unos churros y se habían acabado”. Hace una mueca sobre el catering arrasado por los periodistas. “Sé que podría estar mucho mejor, pero no hago suficientes esfuerzos. Y, aun así, ya es mucho, porque si por mí fuera...También me gusta el vino tinto. Y la cerveza”, explica riéndose, como si acabase de hacer público un vicio inconfesable.
Pero Hayek no es de las que se disculpan. Al contrario. Siempre ha reivindicado sus curvas. “Ya sé que soy bajita y rechoncha pero, ¿sabes qué? Mi marido me quiere así”, dice satisfecha. Obviamente, no tiene nada de rechoncha. El ajustado vestido le sienta como un guante y entre sus hechuras no se adivina ni un gramo de grasa rebelde. Cuenta su leyenda que se desarrolló tarde. Que un día, de adolescente, fue a misa con su madre, mojó la mano en agua bendita, se hizo la señal de la cruz y rezó para que Dios le diera un estupendo escote. “Y me lo dio”, le contó hace años al “showman” David Letterman. De paso, la convirtió en la sex symbol latina más famosa de Hollywood.
Aun así, es consciente de la tiranía de Hollywood. “Claro que noto la presión de la industria. Sé que Blake Lively es más guapa que yo, que me saca dos cabezas y que tiene las piernas más bonitas que he visto, pero también tiene 24 años... No me da envidia. Además, es encantadora”. Habla de su compañera de reparto en “Salvajes”, la película de Oliver Stone (estreno: 28 de septiembre). “Siempre había querido trabajar con Oliver. Sobre todo porque escribió el personaje para mí y eso es halagador”. Stone arrastra una reputación temible. Dicen de él que es implacable con sus actores y que le gusta llevarlos al límite. “Cuando empezamos a ensayar, todo lo que yo hacía le encantaba. Llegó a traer una grabadora para incluir mis frases en el guión. ¡Yo estaba feliz! Ya en el rodaje, hacíamos una sola toma y decía: “Muy bien ¡Siguiente escena!”. Vaya suerte, le digo. Ha logrado complacer a uno de los directores más exigentes de la industria. “No me entiendes... –interrumpe–. ¡Casi me muero! Es lo peor que podría pasarme. A mí me gusta meterme en el personaje. Llevaba meses preparándolo, quería vivir dentro de él, descubrirlo... ¡Imagina que solo te dan tres segundos para existir! Volvía a casa con una frustración terrible”, explica casi gritando para explicar su angustia.
Habla con pasión arrebatada de su trabajo, de su proceso para encontrar el alma de cada personaje. Supo que quería ser actriz cuando, de niña, fue a ver “Willy Wonka y la fábrica de chocolate”. A los 23 años, la telenovela “Teresa” la convirtió en una estrella en México. Pero no quería ser una actriz de culebrón y se plantó en Los Ángeles sin hablar una palabra de inglés. Nadie se la tomó en serio hasta que Robert Rodríguez vio en ella a la amante del mariachi Banderas en “Desperado”. Y cuando las puertas de Hollywood se abrieron, Salma aprovechó la oportunidad: se puso “tarantinesca” en “Abierto hasta el amanecer”, romántica en “Solo los tontos se enamoran” y salvaje en “Wild wild west”. Pero cada vez que hacía un casting, el productor de turno le ponía la misma pega: su acento era un problema. Su apariencia racial e inconfundiblemente latina, también. Llegaron a decirle que el público solo vería en ella a una asistenta sexy. Entonces, Hayek cambió de plan. Si Hollywood no era capaz de encontrarle un hueco, tendría que buscárselo ella misma. Le costó mucho, pero en 2002 produjo y protagonizó su proyecto más personal: “Frida”. Y la industria se lo reconoció con una nominación al Oscar.
Metamorfosis. Pero cuando, hace cinco años, se convirtió en madre, sus prioridades cambiaron. ¿Tuvo la tentación de decir adiós a Hollywood? “Sí, pero fue antes de quedarme embarazada. Yo ya estaba con mi esposo, aunque nadie lo sabía aún, y empecé a producir más y a actuar menos. Fue él quien me animó a volver a la interpretación”. “Él” es François-Henri Pinault, dueño del conglomerado de marcas de lujo PPR, que agrupa a firmas como Yves Saint Laurent, Bottega Veneta y Gucci. Pero de eso no podemos hablar. Nos han pedido expresamente que no mencionemos los negocios de su marido, considerado uno de los 100 hombres más ricos del mundo. También tenemos que evitar otro asunto, más espinoso todavía: el contencioso que mantuvo Pinault con la modelo Linda Evangelista sobre la pensión de manutención del hijo de ambos, Augustin James, de seis años, que se resolvió en mayo con un acuerdo extra judicial que no evitó el escándalo mediático. La relación de Salma con Pinault también tuvo sus dosis de suspense. Ahora, esos altibajos son historia. También la ansiedad de una mujer que se acercaba a los 40 sin saber lo que quería. “Antes pensaba: “¿Qué voy hacer con mi carrera? ¿Y con mi vida? ¿Con quién voy a acabar? ¿Me casaré? ¿Con quién? ¿Tendré hijos?” Cuando, por fin, tienes una familia y eres feliz, dejas de tener esas angustias. Te angustias mil veces más, pero por otras cosas [Risas]. Que les pase algo, si les estarás educando bien, si has elegido el colegio adecuado...”.
Habla en plural porque Salma es ahora madre de familia numerosa. Pinault tiene dos hijos de su anterior matrimonio y Hayek habla de ellos como si fueran suyos. “Yo tengo más hijos, los de mi marido. Cuando salimos de casa, empiezo: “¿Ya habéis ido al baño? ¿Lleváis abrigo? ¡Los zapatos!”. Ya fuera, me doy cuenta de que hace un frío horrible y... ¡yo no me he puesto el jersey! Me aseguro de que ellos hagan lo que tienen que hacer, pero me olvido de mí. Como si yo ya no existiera”, dice riéndose. Confiesa que fue una niña mimada. Su madre, la cantante de ópera Diana Jiménez Medina, y su padre, Sami Hayek, ejecutivo de una petrolífera que probó suerte en la política local, se encargaron de que nunca le faltara de nada. Quizá se excedieron, pero a Hayek no le preocupa cometer el mismo “pecado” con su hija. “La mimo mucho. Para mí no hay límite para mimar en lo que a demostraciones de amor se refiere. No hay besos suficientes en el mundo. Pero también le inculco disciplina, responsabilidad, valores, conciencia sobre lo material... No por mimar a tu hijo dejas de educarlo. Ella hace su cama y le fascina lavar los platos. Me hace gracia, porque a mí también me gustaba cuando era pequeña”, dice entre risas, dejando claro que la pequeña Valentina es su tema de conversación favorito.
Conexión España. Se nota, por cómo habla de las pequeñas liturgias de la vida doméstica, que está en un momento dulce. Hayek vive entre París, donde su marido maneja los designios de su imperio, Los Ángeles y los aeropuertos de medio mundo. Ahora, España le queda más cerca que nunca. El año pasado protagonizó la cinta de Álex de la Iglesia “La chispa de la vida”. ¿Le gustaría recibir la llamada de Almodóvar? Le sugiero que su íntima, Penélope Cruz, tiene hilo directo con el manchego y quizá podría echarle un cable. “No, no, no... Creo que si él hubiera querido trabajar conmigo, ya me habría ofrecido un papel. Yo no le voy a presionar”, dice con un gesto resignado. ¿Tan negro lo ve? “No creo que vaya a suceder, la verdad. Pero no tengo que estar en todas las películas de los directores que adoro, me basta con que no dejen de hacerlas porque me inspiran como actriz”, dice con diplomacia, pero sin poder ocultar la espinita clavada. El desencanto dura solo un instante. Nadie le agua la fiesta a Salma Hayek. “Ahora mismo estoy encantada con mi vida. Si no trabajara un día más, sería súper feliz, pero es que, encima, mi carrera va mejor que nunca. Y, por otro lado, también me encanta ser ama de casa”, confiesa con un punto de pudor. Ha encontrado el equilibrio. Ese que hace solo cinco años le parecía una quimera. Ahora, la quimera es su vida. Y está disfrutándola.