Hillary: un trabajo en Pekín
Es conocida la animadversión que suscita en los Estados Unidos la política comercial china
Actualizado: GuardarDe repente, los reporteros que cubren la Secretaría de Estado norteamericana –por no hablar del público en general – tuvieron que tirar de mapa, encontrar en la carta las Islas Cook y averiguar por qué Hillary Clinton estaba allí el sábado para asistir a un forum con representantes de 16 estados que puso en el aire por unas horas al insignificante archipiélago…
Pero había un par de razones de peso: atender la invitación del gobierno de Nueva Zelanda, un sólido aliado de Washington en el Pacífico que tiene a su cargo la seguridad y la representación exterior de las islas, solo semiindependientes, y aprovechar para mandar un mensaje a quien corresponde: Pekín, objetivo central del viaje que este martes la ha llevado a la capital china.
Las islas, poco más de una docena, alojan en condiciones difíciles a solo unas 25.000 personas en menos de 240 kilómetros cuadrados, pero en la hora presente, y sobre todo en la del inmediato porvenir, tienen un valor: les corresponde una zona marítima exclusiva de cerca de dos millones de kilómetros cuadrados. Un tesoro en un área que, según un extendido pronóstico, será en los años próximos el escenario central de la rivalidad chino-norteamericana. El tema de nuestro tiempo…
Un tono de discrepancia
Es conocida la animadversión que suscita en los Estados Unidos la política china en la vasta región y se expresa, lo mismo con Bush que con Obama, en críticas a su política comercial y, en concreto, al manejo artificial del valor de su divisa, el yuan, para favorecer sus exportaciones. El esfuerzo discreto – Pekín no hace nada nunca bajo presión explícita y pública – por mejorar la situación con reevaluaciones ligeras, pero sostenidas, de su moneda ha sido apreciado, pero es insuficiente.
Con todo, este dossier no es el de actualidad, sino el tono más belicoso y la presencia activa y reiterada de la República Popular en el Pacífico, con barcos, tripulaciones, estaciones de radio y una logística más amplia y potente que en el pasado. Todo, sobre todo en el sur del “Mar de China” al hilo de divergencias sobre límites y aguas territoriales con buena parte de los países de la región, singularmente Filipinas, Japón y Vietnam. En este contexto adquiere todo el valor de un mensaje el hecho de que junto a Hillary estuviera en el forum nada menos que el almirante Samuel Locklear, jefe del “Pacific Command”, es decir el jefe de los grandes medios aeronavales que los Estados Unidos tienen en la zona.
Hace ya mucho tiempo que el nacionalismo, antes más contenido y matizado, se ha abierto paso en el discurso oficial chino, incluidos los innumerables blogs y espacios de debate en la red. Algunos observadores, entre ellos sinólogos tan solventes como el francés Henri Eyraud, un general con años sobre el terreno en funciones diplomáticas, han llegado a la conclusión de que, sin mudar el adjetivo del partido único (“comunista”) o el de la República (“popular”) el régimen es solo una burocracia brillante, patriótica y autoritaria al servicio de su verdadera naturaleza: un neo-confucianismo nacionalista. Ni más… ni menos.
Agua para todos
En Washington, por no hablar de sus socios en la zona, lo saben mejor todavía y creen que, salvo que se produzca una democratización rápida y genuina en China (poco probable a día de hoy) hay que contar con tensiones en el Pacífico y, por tanto, adoptar medidas políticas y militares de precaución. En Pekín se denuncia ya una estrategia de cerco a China que se combatirá por todos los medios. Esto, sobra decirlo, tiene apoyo popular sobre todo si el Japón está en el contencioso.
En el séquito de Hillary Clinton bromeaban indicando que no podía estar hoy en la convención demócrata porque tenía “un trabajo en Pekín”. Y es verdad. Ella presta a China más atención que sus antecesores republicanos, fomenta el diálogo bilateral, ve campo para la cooperación y ha acuñado una fórmula que ha hecho escuela y según la cual el Pacífico es suficientemente grande para que quepamos todos en él. Y no le falta razón. Lo repitió el domingo después de leer los editoriales con que la prensa de Pekín saludó las alusiones a China en la campaña electoral.
El superoficial “Diario del Pueblo” publicó dos casi seguidos. En el primero se dirigió en términos severos a los programas de los dos partidos, en términos generales aunque inequívocos, advirtiendo contra todo intento de mezclarse en los asuntos chinos o dictarle su conducta. Y el segundo, abiertamente contra el candidato Romney que, sin duda tras pensárselo mucho con sus asesores, halcones en su mayoría, optó por una mención directa y clara: si él gana no permitirá que el siglo XXI sea chino porque seguirá siendo americano…