la carrera hacia la casa blanca

Las Convenciones, el mayor espectáculo político del mundo

Tradicional pistoletazo de salida a la recta final de la campaña, han perdido brillo en los últimos tiempos

MADRID Actualizado: Guardar
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Seguramente constituyan el mayor espectáculo político del mundo. Pero las Convenciones llevan años perdiendo fuelle en Estados Unidos dado que su guion está cada vez más milimetrado y apenas deja espacio para la sorpresa.

Durante cuatro días, miles de simpatizantes republicanos y demócratas se concentrarán para agitar banderas, corear eslóganes y aclamar a los candidatos de ambas formaciones a la presidencia y vicepresidencia del país de las barras y las estrellas. Los seguidores del partido del elefante lo harán entre el 27 y el 30 de agosto en Tampa (Florida) y una semana más tarde, entre el 3 y el 6 de septiembre, les tomarán el relevo los del partido del burro en Charlotte (Carolina del Norte).

Siguen así una tradición que se remonta al siglo XIX, concretamente a 1831, cuando los miembros del denominado partido Antimasón se reunieron en una taberna de Baltimore para seleccionar a sus candidatos y redactar un programa en el que se apoyasen los mismos. Un año después hacían lo propio los demócratas, poniendo fin al sistema precedente conocido como 'asamblea reinante' en el que únicamente intervenían los miembros del Congreso identificados con una formación de la época.

Durante décadas, los jefes políticos controlaron el proceso, seleccionando a los delegados que participaban en las Convenciones y dirigiendo los votos de los mismos en favor de sus favoritos. Pero acabaron teniendo que ceder a las demandas de un sistema más democrático, estableciendo un sistema de primarias que cobraría impulso con el advenimiento de la televisión. Desde entonces, son esos representantes estatales escogidos mediante el voto de los ciudadanos quienes eligen formalmente a los candidatos.

Cada uno de los estados que integran el país enviará a Tampa y a Charlotte una delegación cuyo tamaño varía en función de factores tales como la población de dicho estado, el pasado apoyo del territorio correspondiente a los candidatos del partido en cuestión o la cantidad de funcionarios electos y lideres de la formación que ocupan cargos a nivel estatal y federal. El problema es que en las últimas décadas su papel se ha visto reducido poco menos que al de meros espectadores.

Épicas batallas

No siempre ocurrió así. Hubo un tiempo en el que el resultado de las Convenciones, como el de los buenos choques deportivos, no se conocía hasta el final. En la década de los sesenta, por ejemplo, John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson desplegaron a sus huestes en Los Ángeles, escenario de la convención demócrata, para que realizasen las promesas que hiciesen falta con tal de lograr la candidatura, que acabaría recayendo en el primero después de que Wyoming le entregase los votos que aún precisaba. Hasta entonces, los seguidores de Adlai Stevenson, derrotado dos veces por Dwight D. Eisenhower en las presidenciales, aún albergaban la esperanza de que la encarnizada lucha acabara convirtiendo al exgobernador de Illinois en el candidato de urgencia.

Mucho más cruentos fueron los disturbios que se produjeron ocho años después en los aledaños del recinto donde se celebraba la Convención Demócrata de Chicago, con un partido dividido por la guerra de Vietnam y desnortado tras el asesinato poco antes de Robert F. Kennedy cuando este parecía a punto de lograr la candidatura. El penoso espectáculo ofrecido minó aún más las escasas opciones que tenía Hubert Humphrey de derrotar a Richard Nixon en noviembre y operó como aleccionador ejemplo de lo que nunca más debía ocurrir.

Impacto económico

Desde entonces, demócratas y republicanos se cuidan muy mucho de no dejar nada al azar. Los aspirantes llegan ya con la candidatura asegurada e incluso anuncian previamente su compañero de fórmula. El resultado es un espectáculo perfectamente orquestado que sirve para poco más que dar oficialmente el pistoletazo de salida a la recta final de la campaña, conseguir presencia en la televisión sin necesidad de invertir las ingentes cantidades de dinero de los anuncios electorales y servir como trampolín a políticos en alza, caso de Barack Obama, quien pronunció el denominado 'keynote address' en la Convención Demócrata que designó candidato a John F. Kerry en 2004, o al republicano Marco Rubio y al demócrata Julián Castro, sobre quienes recae dicha responsabilidad este año.

También sirven para dejar una buena cantidad de dinero en las ciudades anfitrionas del evento. El Congreso destina 50 millones de dólares a cada una de ellas con el fin de cubrir los gastos de seguridad. Pero el impacto económico es mucho mayor. Los analistas calculan en 160 millones de dólares los beneficios que le reportó a Denver acoger la Convención Demócrata hace cuatro años, con 50.000 visitantes, una cifra parecida a la que registró Minneapolis-St. Paul al albergar a los republicanos cuando designaron a John McCain.

Este año, ambos partidos han programado además actos de servicio comunitario con el fin de contribuir a la mejora de las localidades por las que pasarán miles de voluntarios que redoblarán sus esfuerzos para tratar de captar votos en una de las contiendas más reñidas de las últimas décadas.