Fred Astaire, en una de sus películas. / Archivo
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Veinticinco años sin los pies más virtuosos de Hollywood

Fred Astaire fallecía el 22 de junio de 1987, dejando tras de sí una carrera inigualable

MADRID Actualizado: Guardar
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La meca del cine no olvidará jamás sus pies. Dotado de un talento sin par, era capaz de embelesar a la audiencia con cada coreografía que ejecutaba. Hasta tal punto llegaba su genialidad que leyendas de la talla de Rudolf Nureyev o George Balanchine le adjudicaron el título de mejor bailarín del siglo XX. Sus compañeros de profesión no tuvieron más que palabras de elogio para su virtuosismo. "De aquí a 50 años, el único de los bailarines de hoy que será recordado será Fred Astaire", apuntaba Gene Kelly. "No creo que jamás haya hecho un movimiento mal", señalaba Cyd Charisse. "Supongo que las únicas joyas de mi vida son las fotos que me hice con Fred Astaire", comentaba Rita Hayworth. "Es la persona más dulce y discreta que he conocido en mi vida", aducía Frank Sinatra. En 1950, la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos recompensaba su carrera con un Oscar honorífico. Y en 1999, el American Film Institute le aupaba al quinto puesto de la lista de las estrellas masculinas más grandes del séptimo arte, superado únicamente por Humphrey Bogart, Cary Grant, James Stewart y Marlon Brando. El 22 de junio de 1987, fallecía en su residencia de Los Ángeles, dejando tras de sí una impresionante trayectoria.

Descendiente de católicos austriacos por vía paterna y de alemanes luteranos por la materna, Frederick Austerlitz tardó poco en adoptar el apellido Astaire con el que pasaría a la posteridad. Con apenas cuatro años ya deleitaba a quienes asistían a sus representaciones escolares. Pero su precoz genio demandaba vías más anchas en las que desarrollarse. Perfeccionó su arte de la Alvien School of Dance y se presentó a diversos concursos de talentos junto a su hermana Adele.

Mediada la segunda década del siglo XX, ambos debutaban en Broadway, convirtiéndose en una de las parejas más célebres de la época gracias a obras como 'Over the Top', 'Lady Be Good' o 'Funny Face'. Bien podrían haber seguido juntos de no haberse cruzado en su camino un aristócrata británico con el que la mayor de los Astaire contraía matrimonio a comienzos de los años treinta, abandonando el mundo del espectáculo.

Un dúo de leyenda

Tras llevar al altar a Phyllis Livingston Potter, con la que andando el tiempo tendría dos hijos, Fred Jr. y Ava, Fred ponía Hollywood en su punto de mira. Logró que la RKO le fichase pese a que el informe de la prueba que efectuó para los estudios no fue demasiado alentador. "No sabe cantar, no sabe actuar y está un poco calvo", rezaba. "Sabe bailar un poco", agregaba. Fue eso lo que le salvó.

Su debut llegaba con 'Alma de bailarina' (Robert Z. Leonard, 1933), una cinta protagonizada por Joan Crawford y Clark Gable en la que tenía un rol secundario. Lo mismo ocurría en su segundo proyecto cinematográfico, 'Volando hacia Río de Janeiro' (Thornton Freeland, 1933). Allí todos los focos estaban situados sobre Dolores del Río, pero Astaire lograría robarle parte del protagonismo a la estrella gracias al número musical que realizaba junto a otra promesa en ciernes, Ginger Rogers. Sería la primera de una serie de colaboraciones que grabaría los nombres de ambos con letras de oro en la historia del cine.

En 'La alegre divorciada' (Mark Sandrich, 1934), Rogers y Astaire encabezaban el cartel. A las órdenes de ese director rodarían otras cuatro películas -'Sombrero de copa' (1935), 'Siguiendo a la flota' (1936), 'Ritmo loco' (1937) y 'Amanda' (1938)- formando equipo también en 'Roberta' (William A. Seiter, 1935), 'Swing Time' (George Stevens, 1936) y 'La historia de Irene Castle' (H. C. Potter, 1939). Durante esos años, Astaire únicamente le sería 'infiel' a Rogers en ‘Señorita en desgracia’ (George Setevens, 1937), en la que tenía como 'partenaire' a Joan Fontaine.

Un trabajador incansable

Las cosas cambiarían en la década siguiente. Astaire puso fin a la fructífera asociación con Rogers y fue saltando de flor en flor. Eleanor Powell, en 'Broadway Melody of 1940' (Norman Taurog, 1940); Paulette Goddard, en 'Al fin solos' (H. C. Potter, 1940); Rita Hayworth, en 'Desde aquel beso' (Sidney Lanfield, 1941) o Lucille Bremer, en 'Yolanda y el ladrón' (Vincente Minnelli, 1945) serían algunas de sus nuevas compañeras. Ejecutaría, eso sí, un último baile con Ginger en 'Vuelve a mí' (Charles Walters, 1949).

Seguiría engordando su leyenda en los años cincuenta con filmes como 'Melodías de Broadway' (Vincente Minnelli, 1953), 'Una cara con ángel' (Stanley Donen, 1957) o 'La bella de Moscú' (Rouben Mamoulian, 1959) y saldría más que bien parado de sus incursiones en el género dramático, obteniendo incluso una candidatura al Oscar gracias a su labor en 'El coloso en llamas' (John Guillermin, 1974). En 1980 se casaba por segunda vez -su primera esposa había fallecido en 1954- y un año después se despedía de la gran pantalla con 'Historia macabra' (John Irvin, 1981).

Atrás quedaban una treintena de largometrajes y muchos de los mejores números musicales de la historia del séptimo arte. Pero, sobre todo, el recuerdo de hombre dotado de un sentido del ritmo y de la elegancia sin igual, un trabajador incansable que amaba lo que hacía, una caballero que se esforzaba en hacer felices a cuantos estaban a su alrededor, una figura perteneciente a "un mundo de fantasía", tal y como lo describió Graham Greene, capaz de acomplejar a quien osase tratar de emularle. Simplemente representaba la perfección.