ANÁLISIS

Siria: El veredicto Kissinger

El generalizado pronóstico de que el régimen sirio pelearía contra la rebelión y resistiría largo tiempo se ha cumplido

MADRID Actualizado: Guardar
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El generalizado pronóstico de que el régimen sirio pelearía contra la rebelión y resistiría largo tiempo se cumple, avalado por la marea de opiniones autorizadas que piden cautela ante toda intervención militar exterior. La última, y de peso, ha sido expresada por Henry Kissinger.

Se reducen a tres sus argumentos centrales: a) no hay seguridad de que la oposición victoriosa presente un consenso sobre el régimen de recambio; b) no la hay tampoco de que el país pueda permitirse un periodo de tiempo para asentarlo y defenderlo; d) atajar una tragedia humana puede acarrear otra aún peor.

Como se ve, esto es Kissinger en estado puro. El antiguo y acreditado Secretario de Estado en dos administraciones republicanas, quien acaba de cumplir 89 años y viaja y trabaja bastante, ve la cuestión con la frialdad de un analista y la perspicacia propia de los consejeros de los jefes de gobierno. Con esta opinión, que no sorprende, se puede decir que coincide con su sucesora Hillary Clinton.

La creación de un consens

Es sabido que el gobierno Obama, muy severo con el régimen sirio en materia de sanciones políticas y económicas y aislamiento diplomático, es por completo hostil a toda intervención militar y ha cedido el protagonismo en este sentido a un par de países aliados suyos y árabes (Arabia Saudí y, más abiertamente, Qatar) para que defiendan ese punto de vista y lo vendan, si pueden (que no pueden) en la Liga Árabe.

Esta prudencia, o división, de los árabes (Sudán, Líbano, Argelia, Iraq y los palestinos también son hostiles a la intervención) se mantiene y el hecho prueba lo extendida que está la tesis de que una guerra abierta desbordaría las fronteras sirias y podría incendiar la región entera, con daños irreparables e incontrolables.

Además del veto ruso y chino en las Naciones Unidas hay, pues, una suerte de autoveto en las grandes democracias occidentales y en muchos estados árabes. Esto blinda objetivamente al régimen sirio y solo deja sitio, como medio de ayudar a la valerosa oposición armada o civil, a la posibilidad de que progrese alguna clase de consenso intervencionista basado, desde la violencia exagerada y cruel de la represión, en la licitud de una intervención por razones humanitarias.

El precedente libio

El argumento humanitario tiene un antecedente de gran peso en la intervención occidental en Bosnia-Herzegovina a principios de los noventa tras las matanzas de motivación étnica y/o confesional. Es sabido que la decisiva intervención aérea de la OTAN en los Balcanes no dispuso de la pertinente resolución del Consejo de Seguridad, pero mal que bien pasó el escrutinio del público porque se trataba de parar la masacre y no había peligro de desbordamiento regional.

La acción creó toda una escuela favorable a la “intervención humanitaria”, de la que el intelectual francés Bernard Henri-Levy, se hizo un tenaz teórico y que pudo persuadir mucho después al presidente Sarkozy de la pertinacia que tendría actuar en Libia… pero allí, en marzo del año pasado, con la luz verde del Consejo de Seguridad.

Moscú y Pekín, es sabido, han juzgado severamente la interpretación de la resolución 1973, que preveía la utilización de “todos los medios al alcance para proteger a la población civil” y fue, además de eso, un instrumento decisivo para derrotar al ejército de Gaddafi desde el aire: la OTAN otra vez, con gran protagonismo francés y sin visibilidad americana, un detalle que merece un subrayado.

Un porvenir incierto

Con estos precedentes, un eje Moscú-Pekín firmemente hostil a la expedición militar y una general convicción de que Siria es un caso peculiar de gran peso y difícil gestión, es probable que el trágico “statu quo” tienda a mantenerse, salvo en la hipótesis de que la insurgencia armada (“Ejército Sirio Libre”), que ha hecho visibles progresos en las últimas semanas, pudiera derrotar al ejército nacional.

Pero eso, a su vez, abre el peor de los escenarios: un régimen puesto contra las cuerdas podría recurrir a su fuerte arsenal balístico y, eventualmente, a sus armas químicas. Esta posibilidad, que alarma particularmente a los israelíes, sugiere un escenario dantesco y fuera de control: la hipótesis kissingeriana de que “atajar una tragedia puede acarrear otra peor”.

Israel, en fin, mantiene sobre el conflicto un silencio casi total que ahorra explicaciones y traduce el deseo de su gobierno de que no haya intervención. La razón está en el punto uno de la argumentación de Kissinger: la incertidumbre sobre el régimen de recambio, tal vez dominado por islamistas radicales, peor que al-Assad, dictador pero previsible. Y también maneja otra: el Hezbollah libanés, el aguerrido factor shií y pro-sirio del Líbano, que puede provocar una densa lluvia de misiles sobre Israel…

Sí. El anciano Kissinger resume bien la situación. Y la inserta en su recordada tesis del idealismo pragmático. En román paladino: se hace… lo que se puede.