El ángel de Las Ventas
El cirujano Máximo García Padrós aguarda cada tarde entre bambalinas, sufriendo con el torero cada lance enchufado a la televisión dispuesta en un cuartito anexo al quirófano
MADRID Actualizado: GuardarEn las entrañas de la plaza de las Ventas, muy cerca del patio de cuadrillas, aguarda cada tarde el ángel de la guarda de los toreros. Rechaza humilde el apelativo, pero lo cierto es que sus manos y su buen hacer han salvado vidas y remendado cornadas desde el año 66, cuando terminó sus estudios de medicina y se incorporó como segundo ayudante en la enfermería de su padre, el doctor Máximo García de la Torre, de quien heredó nombre, apellido y plaza. Desde ese primer contacto han pasado 46 años, casi medio siglo regado de horas de tensa espera en una plaza tan golosa como atada. No se pierde ni una, entre 70 y 80 tardes al año -la mayoría festivos- en una letanía calendaria que condiciona la vida familiar. "Mi mujer dice que veraneamos de lunes a toros porque los domingos, por suerte o por desgracia, a pocas corridas he faltado".
Mucho han cambiado las cosas en el vientre de las Ventas desde que el padre del doctor García Padrós tomara las riendas en el año 72. En esa época aún hervían el instrumental médico y el quirófano, pequeño y mal ubicado, seguía rodeado del alicatado de ladrillos con el que fue construido en el año 29. Hoy, una vez que se deja atrás la jarana venteña y la estructura castiza y desconchada de una plaza con solera, traspasar la puerta de la enfermería es como transportarse a las entrañas de un gran hospital. Los ojos se topan con un espacio aséptico, diáfano y luminoso, rodeado de instrumental de última generación y acondicionado para hacer cualquier intervención de urgencia hasta el traslado a un hospital si es necesario. "El problema no es Sevilla, Madrid o Barcelona, si no esas plazas de segunda o tercera que no tienen una red de hospitales cerca en caso de heridas graves". No hay sin embargo enfermerías de segunda o de tercera, explica, si no enfermerías de plazas fijas y de plazas móviles.
El punto de inflexión se produjo con las muertes de Paquirri y Manolete. "Marcaron mucho el cambio en España, desde las infraestructuras hasta las ambulancias o los hospitales comarcales como Pozo Blanco, que se inauguró a raíz del fallecimiento de Paquirri", recuerda el cirujano. Clave fue también la aparición de la penicilina, avance que atestigua el monumento a Fleming que le brindaron los toreros en el año 64. "Cambió completamente el tratamiento de las heridas por asta de toro. Antes se dejaban abiertas y, hasta que se descartaba la temida infección, no se aproximaban los bordes. Una cornada a lo mejor tiraba toda la temporada".
Entre bambalinas
El reino del doctor García Padrós es el lugar a evitar en una tarde de toros, al menos una vez que el matador ha puesto el primer pie sobre la arena alisada. Antes es otra historia y algunos diestros lo han convertido en lugar de refugio para evitar el trasiego del patio de cuadrillas previo al paseíllo. Entre gasas y bisturís se concentran en dibujar la faena perfecta mientras la plaza bulle con la espera. Y allí, entre bambalinas, aguarda paciente el cirujano durante la corrida, sufriendo con el torero cada lance enchufado a la televisión dispuesta en un cuartito anexo al quirófano.
Cuando hay una cogida, la plaza se paraliza y la acción se traslada a su escenario. La experiencia le permite intuir las lesiones que puede haber sufrido el torero, aunque el margen es corto: en tres minutos estará tumbado en la camilla y comienza su puesta en escena. La presión es enorme, pero al cirujano no le tiembla la mano. "Cuando está en la mesa del quirófano no ves figura, ves uno más. Atiendo igual a un novillero que a Espartaco o a José Tomás". Tampoco permite que su enfermería se transforme en espectculo; los portones que la rodean se cierran en cuanto hay un percance. "Aquí solo entran los cabales; el mozo de espadas y cuatro o cinco personas más".
Otra cosa es lidiar con el herido. "Lo primero que te preguntan es si van a poder torear, como Castella este año, que le cogió el toro un jueves y al jueves siguiente vino a la plaza con los puntos puestos". Aunque, entre todos, recuerda con una sonrisa el caso de Curro Romero. "Entró sin conocimiento, hasta que se asomó un miembro de la cuadrilla y le dijo: "Maestro, que hemos cortado una oreja". Fue escuchar eso y levantarse de un salto y sin zapatillas ni nada salió por la puerta a coger la oreja y dar la vuelta al ruedo".