Fernando Llorente, el luchador elegante
El riojano se ha convertido en un referente para el Athletic, gracias a su tesón, su calidad por alto y con el balón en los pies, y busca convertirse en el '9' de 'La Roja'
Actualizado: GuardarLuchador. El diccionario de la Real Academia Española (RAE) enumera una serie de definiciones para este adjetivo. Por un lado, “tenaz en el esfuerzo para sacar adelante su propósito” (en el caso que nos ocupa fusilar al portero rival, marcar gol). Por el otro, “persona que lucha”, un verbo que significa “abrirse paso en la vida”. Ambas definiciones encajan como la estilizada camiseta que porta en la selección si nos referimos a Fernando Llorente, nacido hace 27 años por circunstancias de la vida en Pamplona, pero siempre residente, crecido, en el municipio navarro de Rincón de Soto, el de las peras. Porque el delantero del Athletic siempre ha sido un luchador; lo demuestra cada día en el campo, cuando le da igual quién sea su marcador, esa tropa de defensas que tratan de frenarle de cualquier forma (muchas sobrepasando la legalidad): él nunca se rinde con la meta de anotar una diana y que su equipo, ya sea el rojiblanco o a partir del 8 de junio la selección, supere al oponente.
Y también porque este arieta ahora en la cima del éxito, objeto de deseo de múltiples multinacionales del balompié, ha sufrido para llegar a la cumbre; siempre con un potencial exquisito, eterna promesa, hasta que explotó en el curso 2008-09, con 18 goles en 43 partidos. Él nunca cejó en su empeño para “abrirse paso en la vida”, es decir, para triunfar en ese deporte que le apasionó desde pequeño, que le hizo marcharse de casa muy pronto para formarse en Lezama, y que ahora le coloca como uno de las delanteros más en forma de ‘La Roja’.
Sí, Llorente es un gladiador del balón, pero no exento de clase. Pese a su altura, 1,95, goza de una exquisita calidad. Cuando el esférico está en el piso, en el suelo, el de Rincón de Soto demuestra su elegancia, su capacidad para tocar el esférico, para driblar a los defensas con sus regates y sus quiebros. Poderoso por alto, un serio peligro para el rival en los balones aéreos, disfruta de unas excelentes condiciones con la peltoa en el pies. Sino, no estaría entre los futbolistas más deseados de Europa, con múltiples novias en España y en la 'Premier'.
Desde los once años en Lezama, donde llegó por influencia de José Mari Amorrortu, el riojano siempre contó el papel de perla de la cantera, señalado como uno de esos jóvenes que, con seguridad, iba a triunfar en el Athletic. Le costó, sin embargo. Aunque en su segundo partido con el primer equipo, de la mano de Ernesto Valverde, logró un 'hat-trick' en Copa frente al Lanzarote. No obstante, tardó en explotar, a la sombra de Ismael Urzaiz. Las comparaciones eran habituales, y casi siempre el riojano salía perdiendo. Pero hasta hace cuatro años. Entonces, dio un golpe en la mesa, con Joaquín Caparrós en el banquillo. Y su crecimiento continúa imparable. Ha crecido, se ha convencido de sus fortalezas, mentalmente se endureció, y físicamente ha ganado fortaleza. Es el mismo, pero ha evolucionado. Imprescindible en el Athletic, batalla por convertirse en el titular de la selección, en el caso de Vicente del Bosque se decante por un delantero fijo, por un 'nueve'. Él, con su elegancia, luchador impenitente, buscará consolidar su clase, calidad y instinto letal en el escaparate continental.