La revolución del ‘Cholo’
Simeone trajo la paz social al Manzanares, elevó la autoestima de la plantilla, convirtió un equipo sin alma en un bloque vigoroso y exigió más responsabilidad a Diego, Arda y Falcao
MADRID Actualizado: GuardarDel aquel equipo lánguido que dirigía Gregorio Manzano y encajó tres goles en poco más de cinco minutos de meditación en ‘La Catedral’ solo quedan recuerdos. Más allá de los resultados, algo mejores con Simeone que con el técnico jienense, el Atlético ha sufrido una metamorfosis desde la llegada del ‘Cholo’. Ya la sufrió en sus carnes el Athletic cuando, en la 29ª jornada de Liga, cayó 2-1 en el Calderón, y pudo ser goleado por un bloque vigoroso y desmelenado. El 9 de mayo, se volverán a ver las caras en la gran final española de la ‘Europa League’.
El compromiso de la plantilla, muy corta para competir en varios frentes, el esfuerzo y el espíritu competitivo resultan innegociables con este técnico. “Lo de los jugadores es heroico. Dan el alma y tienen una actitud linda de ver. Ojalá que podamos continuar así mucho tiempo”, expresó el técnico argentino, exuultante, después de que su Atlético pasara por encima del Espanyol, en Liga, tres días después de acabar extenuado frente al Valencia, en la ida de semifinales.
A diferencia de Manzano, que aterrizó como cuarta opción –tras Luis Enrique, Benítez y Caparrós- en su segunda etapa como técnico del Atlético y fue contestado por la afición desde el primer día, Simeone encandiló a los colchoneros en el minuto uno. Le consideran uno de los suyos, un símbolo del equipo de Radomir Antic que conquistó el doblete en 1996. Su carácter como futbolista, técnicamente limitado pero capaz de jugar 106 partidos internacionales y tres Mundiales con Argentina por su gen ganador, trasladado al banquillo.
“Quiero un equipo que responda a la idiosincrasia del Atlético. Que presione a todos los rivales, corra, salga rápido al contragolpe y sea concreto al definir”, dijo al exponer su código. El ‘Cholo’ había ganado un Torneo de Apertura con Estudiantes y otro de Clausura con River, pero su única experiencia europea consistía en salvar al Catania del descenso a la Serie B. Pero nadie le cuestionó porque su nombre ya había sido coreado mucho antes en el Calderón.
Sus mandamientos
Su primera aportación fue conseguir la paz social. El Atlético padecía desde hace años una guerra civil, una batalla permanente entre los dueños de la sociedad –Miguel Ángel Gil y en menor medida Enrique Cerezo- y buena parte de los aficionados. Casi en cada partido se escuchaban gritos contra el técnico de turno y contra los propietarios, acusados de haber convertido el club de sus sueños en una agencia de compra-venta de jugadores. Los jugadores se sentían superados por ese ambiente bélico. Con Simeone, de momento todos reman en la misma dirección. La grada está con el equipo, éste responde con una actitud irreprochable, salvó algún partido fuera de casa como el de La Romareda, y en el palco viven tranquilos.
Con mensajes claros y directos, cortitos y al pie, Simeone elevó la autoestima de la plantilla. Les hizo ver a los jugadores que en diciembre no se podía renunciar a nada, ni bajar los brazos. Cuando llegó, el Atlético marchaba décimo en la Liga con 19 puntos en 16 jornadas, a diez de la zona ‘Champions’ y cinco de la Europa League. No había ganado ni un partido fuera de casa. Tras 18 encuentros, el Atlético es séptimo, todavía sueña con participar el curso próximo la máxima competición continental y ha ganado tres veces lejos del Calderón. Ocho victorias, cinco empates y cinco derrotas jalonan su trayectoria en Liga.
En Europa, la trayectoria de los rojiblancos es inmaculada. Con Manzano, se habían clasificado sin problemas en la fase de grupos, ante Rennes, Celtic y Udinese. La capacidad de persuasión de Simeone en las eliminatorias ha sido óptima. Dos victorias ante el Lazio, otras dos ante el Besiktas, dos más frente al Hannover y éxitos en el doble duelo fratricida ante el Valencia. Mejor hasta ahora que cuando el Atlético conquistó el según do título europeo, de la mano de Quique Sánchez Flores y los pies de Agüero y Forlán.
No son valores tangibles pero Simeone supo inculcar a sus jugadores, algunos de paso los cedidos como Courtois y Diego Ribas, lo que representan la camiseta y el escudo del Atlético, donde no luchar por títulos y no acabar entre los cuatro primeros en Liga supone un fracaso. Prohibido dejarse llevar y asumir la mediocridad. Hay cuatro ejemplos claros de transformación en la plantilla. El primero es Juanfran. Es cierto que el exosasunista ya se había estrenado como lateral con Manzano, pero ahora es titular indiscutible en esa demarcación y ha alcanzado un nivel de selección.
Habló con Diego y le exigió mayor jerarquía en el equipo. Debía recuperar el nivel del Werder Bremen si quería tener opciones de volver a jugar con Brasil. Y el brasileño se ha echado al equipo encima. Pide el balón, gambetea, asiste y remata. Es el líder natural sobre el campo, encandila a la grada y su aportación defensiva es notable. Seguro que la gente del Wolfsburgo no le reconoce.
Al turco Arda Turan le reclamó más continuidad y gol. Ha hecho indiscutible a un futbolista de gran calidad técnica pero intermitente, aficionado a la noche y propenso a las lesiones. Sus dos golazos ante el Espanyol, el primero de media chilena y otro tras jugada individual, le han convertido en ídolo del Calderón. En ataque, Adrián se hizo más intenso con Simeone y, sobre todo Falcao, titubeante y desorientado al principio, ha recuperado las mejores sensaciones goleadoras. Un ‘tigre’ indomable al que ya dirigió en River. El banquillo se siente protagonista. Salvio, en progresión geométrica, aporta como nunca.
Simeone es, en fin, un caso extraño como técnico. Resulta más defensivo en las salas de prensa que en sus planteamientos sobre el campo. Acumuló palos cuando dijo que le bastaba llegar una vez, marcar y ganar, y que la posesión del balón como tal no le interesa, pero luego su Atlético sale al ataque, achica en campo rival, hace goles y juega con los mejores. A un tipo que sale con Arda, Diego, Adrián y Falcao, no cabe tacharle de conservador. Llegados los últimos minutos, empero, no le ruboriza acabar con hasta cinco centrales. Su ideario ya se conoce a orillas del Manzanares como el ‘cholismo ilustrado’