El diestro Alberto Aguilar en la faena con la muleta a su primer toro. / J.M. Vidal (Efe)
TOROS | FERIA DE ABRIL

Valor de ley

Los diestros Javier Castaño y Sergio Aguilar protagonizan el sexto festejo de abono en Sevilla

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Cada vez que salía de toriles, la gente exclamaba y aplaudía la belleza de un ejemplar único del toro de lidia, los Cuadri. La gesta de esta ganadería es una gesta romántica y el buen aficionado tiene la ilusión de presenciar una de esas tardes que forjan una ganadería, decir yo estuve allí con una corrida de Cuadri legendaria. Ayer no ha sido. La impecable presentación de cada uno de los toros ha ido de la mano de un comportamiento deslucido. Todos muy pegados a la arena, descastados, faltos de fondo y peligrosos. Muy peligrosos.

Los buenos augurios que algunos de ellos dieron en el caballo, como el primero, segundo y quinto, se perdieron en el último tercio donde todos los toros se quedaron en media embestida. Solo el tercero tuvo algo de recorrido y nobleza para poder intuir todo lo que este hierro puede transmitir en una plaza y la tarde de ayer podría haber sido tediosa de no ser por que ahí han estado tres toreros con valor de ley. Tres dignos depositarios de los fundamentos de este oficio que han hecho de la tarde ayer una tarde interesante.

Uno de ellos es Javier Castaño, un torero de esos que ha pasado su travesía en el desierto para regresar con las canas propias del que se encuentra a sí mismo. Cuando uno ve torear a Castaño tiene la sensación de que ha nacido entre unos pitones. No es que domine las cercanías, es que las disfruta, tiene este torero una genética hecha para las caricias de los pitones. Y ayer, como muchas tardes, se ha visto a Castaño sereno entre las astas de su peligrosísimo primero, al que ha sacado unos derechazos de valor, aguantando lo imposible delante de la cara del toro y precisando su sitio entre muletazo y muletazo. Ha llegado con esta lucha Castaño a los tendidos, a los que ha ofrecido una faena de corte didáctico, en la que al final, iba explicando con lentitud cuáles son las distancias, los pasos, los toques que hacen embestir a estas bellas moles.

Con su segundo, más peligroso aún, Castaño se ha vuelto a asomar al acantilado de las cornadas, solo que la gente ya se sabía la lección y no ha valorado igual la exposición del salmantino. Toreó Castaño a este su segundo sin desmontar, haciéndolo todo despacio y con una torería visiblemente curtida por el tiempo. Quien se tuvo que desmonterar por justicia fue su banderillero David Adalid, quien banderilleo los dos temibles toros en un alarde de técnica y arrojo.

El mejor toro de la tarde fue el tercero, que cayó en las manos de Alberto Aguilar. Fue este el más noble y el de recorrido más largo, pero lejos estuvo de ser un toro fácil. Lo citó Aguilar por ceñidas chicuelinas en los medios después de que el toro hubiese derribado al caballo cogiéndolo por los pechos. Ya en la muleta, la faena de Aguilar fue un prodigio de colocación, entendimiento y técnica, que sacó todo lo que ese toro llevaba en el pitón derecho.

Con todo el canon del toreo

Toreó Aguilar cruzadísimo y firme, con la muleta plana y con todo el canon del toreo honesto a sus espaldas. Como en todos los toros de la tarde, descabellar se convirtió en un suplicio.Duro de piernas y alto de cara, necesitó cuatro intentos Aguilar para doblar al toro y enfriar al tendido. Entendió el torero peor a su segundo, al que no consiguió templar su desclasada embestida. Fue ya al final cuando la plaza estaba de despedida, cuando consiguió arrancarle dos naturales limpios y templados. Seguramente sabía que ya casi nadie lo estaba viendo pero como los buenos toreros Aguilar lo hizo por él.

Ha estado en su sitio Antonio Barrera aunque la afición sevillana ya le trate como a un viejo conocido con el que tienes la confianza suficiente como para echarle de casa en una tarde hostil. No se merecía los pitos cuando intentaba robar algún derechazo a su peligrosísimo segundo que no dejó en ningún momento de apuntarle con los pitones en el pecho. Tampoco el comportamiento del toro era merecedor de un aplauso en el arrastre. Eso sí, si se lo dieron por bello, bien dado está.