Ascenso y caída del 'mercader de la muerte'
La condena de Viktor Bout a 25 años de cárcel saca a la superficie un negocio floreciente y turbio amparado por los Gobiernos
MADRID Actualizado: GuardarLa condena a 25 años de cárcel del traficante de armas ruso Viktor Bout por una juez de Nueva York ha causado un buen revuelo mediático y un enfrentamiento diplomático con Moscú. Su caso ha servido para recordar el alto coste en vidas y la total falta de escrúpulos que conlleva la venta de armamento en conflictos armados y guerras internas. Sin embargo, lo que hacía Bout no se diferenciaba mucho de lo que hacen algunos Estados sin que se arriesguen a una persecución internacional.
Casado y con una hija, se asegura que domina varias lenguas, incluido el esperanto, y que es muy competitivo, astuto y discreto. Exoficial de la fuerza aérea soviética, despojó a la venta de armas de toda contaminación ideológica y lo convirtió en un puro y pingüe negocio personal. Bout se aprovechó de los inmensos arsenales de la extinta URSS y del final de la Guerra Fría para alimentar a las facciones enfrentadas en cualquier rincón del mundo. En su catálogo figuraban aviones, pilotos, helicópteros, misiles, fusiles de asalto, lanzagranadas, minas y toda clase de munición y explosivos. Tenía de todo y además barato para quien lo quisiera comprar. Era capaz de vender armas a los dos bandos en guerra y así lo hizo en numerosas ocasiones, en especial en Angola (al Gobierno y a la guerrilla rebelde de UNITA) y en Afganistán (al señor de la guerra Massoud y a sus enemigos talibanes).
Kathi Lynn Austin, que trabajó para la ONU durante varios años y actual directora ejecutiva de la organización Conflict Awareness Project, siguió la pista de Bout y su trabajo pudo facilitar la detención. Según relató al diario colombiano ‘El Tiempo’, “a finales de los 90 ya había construido un imperio: primero en el centro de África y luego en el norte”.
Pero las actividades de este ‘mercader de la muerte’, como lo definió el exsecretario de Estado para África del Reino Unido, Peter Hain, no se centraron en África ni fueron clandestinas. Con una flota de cerca de treinta aviones de segunda mano, Bout facilitó transporte aéreo al Pentágono en las campañas de Irak y Afganistán, a pesar de que el presidente George W. Bush había firmado una orden ejecutiva en las que se prohibía cualquier negocio con el traficante ruso. Aunque los responsables militares hicieron oídos sordos, la ONU ya había alertado hace tiempo sobre sus actividades y dado cuenta al Departamento del Tesoro.
En medio de la fuerte presión de la ONU, el error de Bout pudo ser el haber vendido armas a Al Qaida junto a un exceso de confianza tras años de impunidad. Finalmente agentes estadounidenses que se hicieron pasar por compradores de armas para la guerrilla colombiana de las FARC le tendieron una trampa y lo detuvieron en Tailandia. Extraditado a Estados Unidos en noviembre de 2011, se le declaró culpable de todos los cargos que se le imputaban y el pasado seis de abril se le sentenciaba a 25 años de cárcel. La peripecia de Bout inspiró la película ‘El señor de la guerra’, protagonizada por Nicolas Cage, y se prepara otro filme inspirado en su perseguidora, Kathi Lynn Austin, a la que daría vida en el celuloide Angelina Jolie.
Según Austin, una de las razones por las que existe este tipo de personajes es porque es útil a los Gobiernos y facilita la puesta en práctica de las llamadas ‘operaciones encubiertas’. Su detención y sentencia quizá pueda servir de argumento en las tortuosas negociaciones que se llevan a cabo en la ONU desde hace un año para acordar un tratado internacional que regule de forma global el comercio y venta de armas. Hay prevista para julio una reunión final para definir el texto final, aunque las resistencias de los países, tanto importadores como exportadores de armamento, amenazan con transformarlo en un texto aguado y sin relevancia práctica.