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Memoria histórica europea
El nacionalismo xenófobo que incendió los Balcanes tiene capacidad de renacer en otros rincones del viejo continente
MADRID Actualizado: GuardarEste 6 de abril se conmemora el veinte aniversario de la guerra de Bosnia, la etapa más sangrienta y trágica del conflicto que desmembró la ex Yugoslavia y que se desarrolló de junio de 1991 a septiembre de 1995. Murieron cerca de 200.000 personas y aproximadamente dos tercios de la población fueron desplazados de sus hogares. Todo el catálogo del horror contra el género humano y muy especialmente contra la población civil se produjo en este conflicto: matanzas, torturas, violaciones, saqueos y destrucción.
Una guerra étnica que se produjo en el corazón mismo de una próspera y orgullosa Europa, incapaz de frenar la locura homicida. La ONU, por su parte, no solo exhibió su impotencia en brindar protección de la barbarie, sino que además asistió como testigo silencioso de la matanza. En la memoria queda uno de los capítulos más vergonzosos. El protagonizado en Srebrenica por los 400 cascos azules holandeses que asistieron impávidos al asesinato por parte de las tropas serbias de unos 8.000 civiles musulmanes bosnios, incluidos mujeres, ancianos y niños. El mayor asesinato masivo desde la Segunda Guerra Mundial. También permanece en el recuerdo el terrible asedio a Sarajevo, la ciudad sitiada, bombardeada y sometida a la tortura de los francotiradores. Solo la intervención militar de Estados Unidos y la implicación directa de la OTAN con sus incursiones aéreas fueron capaces de parar el genocidio, aunque para entonces la limpieza étnica nacionalista prácticamente había alcanzado ya sus objetivos.
Veinte años después quedan todavía profundas cicatrices en las poblaciones víctimas de la guerra y la advertencia de que Europa puede no estar a salvo de conflictos similares. La locura nacionalista y xenófoba que incendió los Balcanes tiene capacidad de renacer en otros rincones del viejo continente con nuevas máscaras ideológicas. Como estamos comprobando, la situación europea es de extrema fragilidad tras el embate de la crisis. Los problemas económicos han agrietado a la UE y reavivado los egoísmos nacionales bajo el común denominador del ‘sálvese quien pueda’, muy lejos del espíritu europeísta. Este clima ha reanimado los viejos demonios de echar la culpa de todos los males al vecino (Grecia, la UE o Alemania) y al recién llegado. El caso de Hungría y el ascenso de Marine Le Pen son fenómenos preocupantes. Conviene no caer en un alarmismo pesimista en este momento difícil, pero tampoco está de más hacer un ejercicio de memoria histórica y recordar que hace veinte años nadie pensaba que Europa podía albergar un nuevo genocidio.