Javier Arenas, el eterno perdedor
El líder de los populares andaluces no aprovecha el viento a favor y se queda por cuarta vez a las puertas del palacio de San Telmo
MADRID Actualizado: GuardarJavier Arenas soñaba con poder decir '`Por fin, campeón!'. Campeón fue porque ganó las elecciones, pero no alcanzó su gran objetivo, gobernar la Junta de Andalucía. Él dice que nunca ha entendido por qué en el extinto programa de televisión de los 'guiñoles' su personaje repetía de manera machacona la palabra 'campeón'. Asegura que ese latiguillo no es suyo. Igual tiene razón, pero la cosa es que Arenas y campeón se convirtieron en un binomio indisoluble. Sus adversarios políticos no se molestaron en discernir si era cierto o falso y emplearon ese remoquete con intenciones más que irónicas para comentar sus cosechas electorales. Ni siquiera hoy podrá sentirse campeón con todas las de la ley. Ganó, pero no convenció, y volverá a escuchar las aceradas ironías.
Se puede recurrir al tópico de la sensación agridulce, pero no es cierto. Es mucho más agria que dulce. Para una vez que gana, la victoria es amarga. Se ha quedado de nuevo en las puertas del sevillano palacio de San Telmo a pesar de que así se las ponían a Fernando VII. Tenía todo a favor para acabar con la racha de derrotas. Tres veces había paladeado la hiel de la derrota, en 1994, 1996 y 2008, frente a Manuel Chaves. Ahora había olido la miel de la victoria, pero eso, olido, porque de saborearla nada de nada.
A perseverante y tenaz le ganan pocos. La primera vez que optó a la Presidencia de la Junta de Andalucía, en la lejana primavera de 1994, en España se pagaba en pesetas, el PSOE atesoraba la mayoría del poder autonómico y municipal y al paso de su comitiva electoral se cerraban puertas y persianas en algunos pueblos de la Andalucía profunda. En los últimos 15 días ha recorrido más de 6.000 kilómetros repartiendo besos, apretones de manos y abrazos prometiendo el cambio para una comunidad con casi un millón de desempleados. El clima era otro. El cambio, pensaba y decía, estaba a la vuelta de la esquina, pero una vez más fue esquivo.
La imagen
Este político de 54 años lleva ocho subido al coche empeñado en desterrar la imagen del PP-A heredero de la derechona más casposa. Y el mejor que nadie sabe lo que le ha costado. De hecho, el PSOE volvió a mostrar en uno de sus vídeos de esta campaña la manida fotografía de un Arenas al que un limpiabotas lustra los zapatos en un hotel mientras lee un periódico.
Aquella imagen, que bien le pudo costar la victoria en 1996, cuando todas las encuestas daban por hecho su triunfo, no ha sido determinante ahora para que el PP no consiguiera la mayoría absoluta, pero ha devuelto a la memoria de los andaluces la fotografía del señorito. Una instantánea que sumada al enfado por la reforma laboral, las subidas de impuestos y los temores larvados ante el ajuste que se viene encima con los Presupuestos han dado como resultado un cóctel de imposible digestión.
Algo debía barruntarse cuando se lamentaba ante sus más allegados de la inoportunidad política de los cambios legales en el mercado de trabajo, una iniciativa que en una comunidad con un millón de desempleados podía tener un efecto demoledor, y al parecer lo tuvo. También comprobó que el impacto electoral del escándalo de los ERE irregulares es relativo. Golpeó a los socialistas, pero no engordó a los populares.
Pero el gran problema de Arenas es que aún no ha acabado de pagar la factura de 1996, cuando tomó la decisión de marcharse a Madrid en vez de gestionar su segunda derrota electoral en Andalucía. Este gesto, que le valió múltiples elogios por su gestión como vicepresidente del Gobierno de José María Aznar y como ministro de Trabajo primero, y de Administraciones Públicas más tarde, le alejó del electorado andaluz y este aún no le ha perdonado. La penitencia por la 'espantá' comenzó en 2004, tras la inesperada derrota electoral de Mariano Rajoy, y continuó hoy.
¿Qué va a hacer ahora? El tiempo lo dirá, pero no es aventurado pensar en una discreta retirada. Cuatro derrotas consecutivas, la última impensable con todo el viento a su favor, hacen reflexionar a cualquiera por más animal político que sea.