Las enciclopedias ya no se apilan en las casa. / RC
LIBROS

Las enciclopedias prefieren la pantalla

La edición de este tipo de obras en papel es un negocio en declive, aunque han encontrado en Internet su medio idóneo para sobrevivir

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Google y Wikipedia han dado la puntilla al saber enciclopédico impreso. Aunque todavía existen obras de este tipo en papel, se trata de un mercado que languidece a ojos vista. Las nuevas versiones digitales ofrecen acceso instantáneo y fácil a los contenidos y, algo tan importante como lo anterior, lo hacen de manera gratuita. El ocaso de la edición en papel de la Enciclopedia Británica ilustra el fin de una era y el declive de iniciativas y empeños que crecieron al calor de la imprenta. La revolución digital va tan rápido que hace viejos inventos tecnológicos recientes. La web ha acabado con el prestigio de las enciclopedias en papel, pero también con las que se materializaban en un CD-Rom. No en vano, antes que la Enciclopedia Británica en papel cayó Encarta, el producto de Microsoft al que se echó el cierre a finales de 2009. Ni siquiera el imperio de Bill Gates podía competir con el ejército de colaboradores voluntarios que de forma altruista escriben en la Wikipedia.

Los cambios tecnológicos y sociológicos han desterrado la imagen del vendedor de enciclopedias a crédito que visitaba los domicilios españoles hace algunas décadas. En algunos casos, el tránsito de la edición en papel a la digital se ha hecho sin demasiados traumas. Las editoriales especializadas en la producción de libros de consulta científicos, técnicos y jurídicos han rotado de la galaxia Gutenberg al ciberespacio de forma natural. Sin embargo, otras veces las empresas del sector han sufrido una reconversión. Es lo que le ha ocurrido a Larousse, cuya enciclopedia se publicó por última vez hace diez años. La sociedad que antaño editaba la célebre enciclopedia se dedica ahora al negocio de los libros de bricolaje, cine, arte, salud, jardinería, gastronomía, atlas históricos y mitología. Del antiguo quehacer de los diccionarios enciclopédicos solo queda 'El Pequeño Larousse Ilustrado', que ahora cumple 100 años, y otros volúmenes dedicados al público infantil, en el que el sello goza de gran predicamento. Los usuarios de 'El Pequeño Larousse' podrán acceder en breve a una web en la que dispondrán de información actualizada, mapas interactivos y vídeos, según informa Enrique Vicién, responsable de marketing del sello.

Para adaptarse a los nuevos tiempos, Larousse mantiene en Internet la página diccionarios.com, que mantiene en colaboración con Vox, con amplia experiencia en la edición de diccionarios de idiomas. Esta web ofrece sus servicios de manera gratuita, aunque también hay una opción que plantea una oferta de pago. Como destaca Vicién, hay razones de carácter socioeconómico que explican la decadencia de las enciclopedias impresas. «Las casas de ahora son más pequeñas y es difícil alojar 20 tomos. Las estanterías ya no están pensadas para libros de formato grande, además de que se ha perdido el respeto por el saber. Ya no está tan arraigada esa convicción de que a través de la cultura se puede ascender en la escala social», señala Vicién.

Por añadidura, el saber sí que ocupa lugar. 'La Británica' -como la conocen los documentalistas- constaba de 32 volúmenes que pesaban 60 kilos, lo que requiere tres metros de estantería. En España, el equivalente a 'La Británica' es la Enciclopedia Espasa. Sin llegar a los 244 años de la obra que vio la luz en Edimburgo, la Espasa cumplió en 2005 los cien años. Esta enciclopedia sigue editándose en papel, si bien hay una versión digital pensada para los suscriptores que, mediante una contraseña, pueden consultar los contenidos actualizados.

Modernizarse

Pese a que a su futuro en papel están en el alero, los diccionarios se han aprovechado de las ventajas que ofrece Internet. La sencillez para buscar una palabra y las facilidades para actualizar las definiciones hacen posible que los diccionarios vivan una edad de oro en la Red. El secretario de la Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva, asegura que en el pasado mes de enero el diccionario en línea de la institución tuvo 62 millones de consultas lingüísticas, lo que representa unos 2,2 millones de consultas al día. El éxito de Diccionario de la RAE (DRAE) no ha persuadido a los académicos de la supuesta conveniencia de abandonar el papel, como han hecho los responsables del diccionario de Oxford. No en balde, en 2014 saldrá la 23ª edición del DRAE. Los miembros de la RAE consideran que a la edición impresa todavía le queda vida. A diferencia de los editores de la 'Enciclopedia Británica', a la RAE no le agobian los apremios mercantiles. A juzgar por sus obras, la Academia ha sabido adaptarse al mundo digital. No por casualidad el Nuevo Diccionario Histórico de España es la primera obra de la RAE que vivirá solo en la web y que nace con vocación exclusivamente digital.

Con todo, como señala el lingüista y escritor José Antonio Millán, la edición digital del DRAE aporta definiciones, pero no permite búsquedas en su interior. Para Millán, el diccionario de la Academia debería posibilitar la localización de palabras haciendo preguntas del tipo cómo se llama un reloj con música, de manera que el usuario pudiera llegar con facilidad al término 'carillón'. Pese a la hegemonía de Internet, hay vida fuera de la Red. El Diccionario de Dudas de Manuel Seco o el Ideológico de Julio Casares, pilares ambos del español, nunca han tenido una versión electrónica.