ENTREVISTA

«Nos han robado la vida»

Sadako Monma dirige una guardería en Fukushima, a 62 kilómetros de la peor catástrofe nuclear tras Chernóbil

MADRID Actualizado: Guardar
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Sadako Monma vive a 62 kilómetros de Fukushima, la central que sufrió el mayor accidente nuclear de la historia de Japón hace ahora un año. Dirige una guardería a la que ya solo asisten ocho niños. El resto se ha marchado. Sus familias han preferido huir a convivir con el miedo a una radiactividad todavía incontralada en las poblaciones cercanas a la instalación dañada. "Al saludar por la calle la gente te pregunta cuál es tu nivel de radiación", explica Sadako.

Su guardería está fuera del perímetro de exclusión obligatoria, fijado por el Gobierno nipón a veinte kilómetros, pero dentro del área de evacuación recomendada. "Vivimos en la incertidumbre, sin saber si estamos contaminados", reconoce la maestra. La mayoría de los jóvenes se han marchado pero "el apego de los mayores a sus tierras y a sus casas" donde nacieron y crecieron es más fuerte que el miedo.

Ella se quedó. "Lo hice por los niños", admite Sadako. Son muchos los días en los que los pequeños no pueden salir a jugar al aire libre como hacían antes, aunque no entienden muy bien la razón. Ya no tienen columpios ni arena en el patio, tuvieron que enterrarlos bajo tierra al estar expuestos a la radiación. La comida debe ser traída desde fuera de la prefectura de Fukushima porque aún deben pasar al menos veinte años para poder cultivar los campos. "Todo son limitaciones" reconoce Monma quien ahora contempla la posibilidad de trasladar el centro a una zona menos contaminada y donde los niños "puedan volver a jugar al aire libre" y sin miedo.

Un antes y un después

El 11 de marzo de 2011 quedará grabado en su memoria para siempre. Coincidiendo con la hora de la siesta en la guardería, a las 14.46 horas la tierra tembló en Japón con una fuerza inusitada. A las enormes pérdidas materiales y de vidas humanas, en pocas horas se sumó una situación de pánico nuclear durante la que se tuvieron que tomar decisiones críticas. Mientras Japón se tambaleaba tras el terremoto más potente de su historia -8,9 grados en la escala de Ritcher-, el tsunami de catorce metros barría la central nuclear de Fukushima y dejaba inutilizado el suministro eléctrico y los sistemas de refrigeración, básicos para su funcionamiento.

"Nos han robado la vida", asegura Sadako con la mirada impasible. "Si hubiese sido solo el terremoto no hubiese pasado nada, pero el accidente nuclear… Nos ha cambiado la vida por completo", se queja la maestra japonesa, para quien los recuerdos de aquel día afloran constantemente. "Fukushima debe enseñar que algo parecido puede ocurrir en cualquier parte del mundo en cualquier momento", explica Monma, quien reconoce que el Gobierno nipón "actuó demasiado tarde", lo que ha generado cierta desconfianza entre la población.

El seísmo y el maremoto dejaron más de 15.000 muertos y 3.000 desaparecidos y desencadenaron una catástrofe atómica que aterrorizó al mundo. Japón intenta recuperarse con gran esfuerzo. Aún quedan cerca de 350.000 desplazados que siguen enfrentados a un futuro de incertidumbre, sin saber si podrán volver a casa. Algunos podrían ser autorizados a regresar dentro de unos años, una vez descontaminadas las localidades. Pero otros corren el riesgo de esperar decenios, porque ciertas ciudades se han vuelto demasiado peligrosas.

Doce meses después del desastre, aún no han llegado las indemnizaciones esperadas de la compañía Tokyo Electric Power (TEPCO), que gestiona la central Fukushima Daiichi. “Sabemos que la cantidad que va a dar el Gobierno es de 400.000 yenes para los menores de 18 años (unos 3.700 euros) y de 80.000 para los adultos (unos 740 euros), pero nadie ha recibido nada a día de hoy”, explica Sadako. La legislación japonesa obliga a TEPCO a tener un seguro privado de 1.600 millones de dólares, insuficiente para cubrir el número de víctimas, y además no estipula cómo solicitar la indemnización lo que augura una ardua y larga batalla por delante para los más de dos millones de damnificados.

Hoy, un año después de la tragedia, el mundo admira la fortaleza del pueblo japonés que mira al futuro sin perder de vista el presente. “Recuperaremos la normalidad”, sentencia Sadako Monma.