análisis

Siria: más complejo que nunca

La ofensiva del régimen se redobla en las ciudades opositoras como Homs mientras se suceden las iniciativas internacionales

MADRID Actualizado: Guardar
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Razonablemente, muchos observadores políticos se preguntan por qué el régimen sirio desaprovecha la oportunidad de oro que le da la posibilidad de poner a salvo a los periodistas heridos en Homs en un gesto de pura solidaridad que funcionaría en el terreno de las relaciones públicas. Es, sencillamente, “otro misterio sirio”, nos decía ayer una fuente siria.

Cuando se difunde esta nota había informes contradictorios sobre su suerte: el británico Paul Conroy estaba ya en Líbano y seguro, había informes contradictorios sobre la francesa Edith Bouvier y nada sobre el español Javier Espinosa.

El asunto, que parece meramente instrumental (si se asume que las dos partes estarían de acuerdo en la evacuación, esta debería ser sencilla y fácil) no lo es en absoluto. El ministro francés de Defensa, Gérard Longuet, lo decía un poco sinuosamente hoy, como si quisiera matizar el optimismo de su jefe el presidente Sarkozy, quien dijo que “una solución estaba a la vista”: según él hay “ciertos eslabones de la cadena de salida que no son de total confianza”.

Esta confusión aparente es un ejemplo de valor general para la crisis siria en su conjunto. Si siempre es recomendable la prudencia para la prensa y la acción diplomática, en el escenario sirio es una obligación estricta: la intoxicación está batiendo récords.

Un empate técnico

En efecto, desde el ahora cuestionado “Observatorio Sirio de Derechos Humanos”, con base en Londres y al que se acusa de estar financiado por el gobierno saudí y ser una herramienta a su servicio hasta las informaciones de la agencia estatal de noticias (SANA) todo debe ser recibido con cautela.

El primero es una fuente indispensable para la cuantificación de las bajas en las filas rebeldes y la segunda, para tomar la temperatura del mundo oficial y, en concreto, para intuir aquí y allá lo que entiende hacer el gobierno y, en concreto, el ministerio de Exteriores.

Descontando los entusiasmos de unos y de otros, la situación hoy, cuando la rebelión se acerca al año de vida, recuerda a un empate técnico. El recurso a la púdicamente llamada security solution (aplastar militarmente la revuelta) no ha servido, pero tampoco la revuelta ha conquistado Damasco o Aleppo ni introducido un caos insoportable en la vida del país.

Tal vez a la situación se pueda aplicar el viejo aserto atribuido al joven Henry Kissinger en sus libros de teoría y según el cual, “cuando un gobierno enfrentado a una guerrilla no gana, pierde, pero la guerrilla, aunque no gane, gana si no pierde”. En esta lógica, la imposibilidad aparente de un poderoso aparato militar y policial para liquidar la insurrección ya habría hecho perder al régimen.

Correlato diplomático y seguridad regional

Lo que sucede está confirmado el extendido pronóstico que circuló cuando empezó la agitación: el régimen peleará hasta el final y venderá cara su piel. La oposición armada tendrá que perseverar mucho y hacer un largo sacrificio para alterar el duradero statu quo que es también político, social, étnico y confesional. Siria, dicho, en tres palabras no es Libia…

Damasco ha hecho, además, otra cosa que se esperaba: exacerbar su alianza con Rusia y el Irán y mostrarse a Moscú como el socio local que puede ayudar a que la Federación Rusa no sea definitivamente desplazada del Mediterráneo Oriental (base naval de Tartus), mantenga su único gran cliente para la compra de equipo militar (Siria dispone de una potente fuerza balística antiaérea de fabricación rusa) y pueda seguir formando el gran triángulo de apoyo regional, con Irán y el Hezbollah libanés.

Hay que añadir probablemente, y este hecho merece menos atención, la actitud asumida ante la crisis por Iraq, el Iraq donde – y así lo subraya hoy mismo el “New York Times” – se afianza y gana poder el primer ministro Nuri al-Maliki, un chií con teléfono directo con Teheran que ya se mostró algo más que remiso a cooperar con la Liga Árabe en el programa en marcha de asfixia diplomática y económica de Siria.

Suerte con el calendario

Aunque no hay duda de que, en el origen, el conflicto es la versión siria de la llamada primavera árabe (que, en puridad, debía ser calificada en plural, como primaveras, porque cada contexto es propio y distinto) lo de Siria tenía desde el principio esa condición: la de que el país, armado, beligerante, duro y muy nacionalista y panárabe, al menos en la retórica oficial, era un factor regional de importancia estratégica incuestionable y de que la utilizaría a fondo.

El régimen ha tenido suerte con los calendarios. Primero porque lo sucedido en Libia ha vacunado a Rusia y China, que se abstuvieron en el Consejo de Seguridad en marzo pasado cuando se votó la resolución 1973, que autorizó la intervención armada en Libia, de la que se encargó la OTAN con el decisivo apoyo aéreo a los rebeldes. De hecho, ha llamado la atención la severidad con que Moscú está repitiendo estos días que “jamás permitirá que se cree en la ONU un nuevo escenario libio” (el último en decirlo, y por escrito, Vladimir Putin).

La campaña electoral del primer ministro ruso alimenta la vuelta al discurso del probable presidente de un tono neo-nacionalista de resonancias militares. Se diría que ha vuelto la guerra fría y Moscú se dice hostil no solo a todo intento de acabar con El-Assad, sino a un ataque militar al Irán y al refuerzo de la V Flota norteamericana. Esto es un seguro de vida para el régimen sirio. Moscú, además, alabó el referéndum constitucional del domingo, descrito como una broma en Washington y como una siniestra farsa en París.

También Obama está en campaña y su aversión por emprender cualquier aventura en el proceloso Oriente Medio, tras lo de Iraq, frena toda tentación de hacer algo directo sobre el terreno, aunque cerrará los ojos si el gran binomio árabe, Arabia Saudí-Qatar, siguen en la batalla de apoyo a la rebelión y, eventualmente, la financian y la arman sin disimulo alguno….