Movilla y el gusto por los clásicos
El capitán del Rayo disputa este fin de semana uno de esos partidos que marca siempre con una cruz en el calendario, ante el Real Madrid
Actualizado: GuardarUno de los momentos más bonitos que ofrece el fútbol es la contemplación de un gran jugador veterano, héroe y superviviente de mil batallas, dando sus últimas lecciones. Da gusto observar a los clásicos y disfrutar de su juego sabiendo que éste no tardará en apagarse. El último néctar que dejan los grandes jugadores es, además, el más puro. Porque, a medida que el físico va declinando, lo que aflora a la superficie, lo único que queda en realidad, es el talento, el fútbol en su estado más esencial.
Recuerdo dos magníficas actuaciones crepusculares en San Mamés. La primera fue la de Juan Gómez, Juanito, a finales de los ochenta, en una visita del Málaga. Hacía tiempo que el genio de Fuengirola había dejado de ser aquel extremo incendiario que provocaba terror en las defensas rivales. Se había convertido en un conspicuo centrocampista, en un señor de orden que jugaba moviendo su batuta y, de haberlo tenido, se hubiera atusado el bigote entre pase y pase. La afición del Athletic le aplaudió al terminar el partido y a él, que ante todo era un sentimental, se le saltaron las lágrimas. Algo muy parecido sucedió con Eusebio Sacristán, en el año de su retirada con el Valladolid, la última vez que jugó en Bilbao, ya casi cuarentón. Uno juraría que se pasó el partido moviéndose en una parcela del tamaño del jardín de un adosado y que no pegó una carrera mayor de veinte metros. Y, sin embargo, de él surgió todo el fútbol de su equipo.
De un tiempo a esta parte, cada vez que observo a José María Movilla lo hago con el respeto debido a los clásicos y la sospecha de que tal vez pueda ser la última. Reconozco que esta sospecha no tiene mucha lógica viendo jugar al centrocampista de Leganés, cuyo tono físico es impecable y su rendimiento, espectacular. Es algo inaudito que, después de 20 temporadas como profesional, haya sido en las tres últimas en las que más ha jugado. Esta campaña, por ejemplo, no se ha perdido un solo partido. Pero el caso es que el capitán del Rayo tiene ya 37 años, lo que le convierte en el jugador de campo más viejo de la Liga, y esa cifra impone mucho, se quiera o no. Y por si esto fuera poco ya tiene su propia escuela de fútbol en Leganés y quizá pronto bauticen algún polideportivo con su nombre, que son cosas que a uno le hacen venerable y un poco antiguo e invitan a tratarle de usted.
Para un guión
Siempre he pensado que, cuando se retire, alguien escribirá un guión con su vida y lo llevará al cine. Bueno, quizá esto último -lo de llevarlo al cine- sea una ingenuidad en los tiempos que corren, pero lo del guión es seguro. Más que nada porque los dos comienzos posibles para la historia de Movilla son demasiado sugerentes como para que alguien no se anime con la tarea. Billy Wilder, que mataba por un buen comienzo, lo hubiera hecho. Imaginémoslos. Exterior. Amanecer. Barriada obrera. Un niño sale del portal de su casa pegando toques a un balón, recorre de esta manera tres calles sombrías, entra en el patio de su colegio y, sin dejar que el balón caiga al suelo, mientras sus compañeros le hacen un pasillo y le animan, sube las escaleras que conducen a su aula, entra en ella y llega así hasta su pupitre. Segunda opción. Exterior. Noche. Alrededores del estadio Vicente Calderón. Un camión de la basura recoge los contenedores. Terminada la faena, uno de los currelas, un chico joven, hace un guiño al conductor, que asiente con una sonrisa. El chaval entra al campo del Atlético, su equipo del alma, pisa el césped, recorre con su mirada las gradas durante unos segundos y cierra los ojos. Un sonido en off reproduce entonces el coro de la hinchada colchonera gritando 'Movilla, Movilla'. La escena concluye con el bocinazo del camión, que despierta al chico de sus ensoñaciones, reclamándole para el tajo una noche más.
Este fin de semana, José María Movilla juega uno de los partidos que, a comienzo de temporada, marca siempre con una cruz en el calendario: ante el Real Madrid, su enemigo de toda la vida. Y eso que militó un par de temporadas en sus categorías inferiores. Ya ha advertido Movilla que el líder puede pasarlo muy mal y conviene creerle porque este Rayito valiente de Sandoval tiene el espíritu de su capitán. El hecho de jugar en Vallecas le privará de escuchar los gritos que le dedican los Ultrasur en el Bernabéu: 'Movilla muérete'. Uno apostaría a que se los toma como un honor, como una medalla más de las muchas que ha recibido por su magisterio en los campos de fútbol, esos campos de batalla que resiste a abandonar porque siempre ha pensado que en ellos está lo mejor de la vida. No te mueras, Movilla.