Gritar y callar
La sanción de dos años a Alberto Contador ha tenido en España el efecto esperado, una defensa en bloque del héroe maltratado
Actualizado: GuardarLa sanción de dos años a Alberto Contador ha tenido en España el efecto esperado. Todos a una, como en Fuenteovejuna, saliendo en defensa del héroe nacional maltratado por agentes del mal procedentes del exterior, envidiosos patológicos que no soportan los éxitos de nuestro deporte. El resorte nacionalista siempre acaba imponiéndose en estos casos y cualquiera que se salga del guión patriótico acabará siendo visto como un sucio traidor. Qué se le va a hacer.
Uno no quisiera pasar por un aguafiestas en esta ceremonia general de adhesión inquebrantable al ídolo en la que han participado, en primera línea, dos señores a los que resulta bastante fácil encontrarles cometidos más productivos: José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Debo reconocer, además, que mis conocimientos del ciclismo no pasan de ser los de un simple aficionado que concede al Tour y a la Vuelta a España sus siestas estivales. (Y esto sólo cuando la etapa tiene un atractivo superior al de un simple sprint). Pero reconozco que me ha molestado todo este ruido de vestiduras rasgadas que se ha producido en torno a Alberto Contador. Y ello por varias razones. La primera es que esa misma furia no se ha vivido con otros ciclistas que han pasado por situaciones como la suya o todavía más dudosas. Porque, al fin y al cabo, el campeón de Pinto ha dado positivo -y su disculpa de que ha consumido carne contaminada con clembuterol, la verdad, puede ser verdad, pero suena bastante a chino-, mientras que otros compañeros suyos de profesión han sido castigados sin llegar a dar valores prohibidos, por simples sospechas o intuiciones. Ahí tenemos a Valverde. Y, sobre todo, ahí tenemos, en la memoria, a Rasmussen.
Me he acordado estos días del ciclista danés. En aquel Tour de 2007 yo iba con Contador. Desde el principio, me pareció un superclase, el heredero de Indurain. Un crack. Y quería que ganase, claro. La gran actuación de Rasmussen, por tanto, comenzó a inquietarme. No entendía que un ciclista de 33 años se agarrara al maillot amarillo con semejante fuerza. Entonces cayó la bomba. Cuando ya tenía el Tour en la mano, Rasmussen fue expulsado de la carrera porque, según explicaron los responsables de la ronda francesa, unos meses antes mintió a la hora de notificar dónde se encontraba cuando debía pasar dos controles por sorpresa. Recuerdo muy bien porque me sorprendió mucho -y que no lo he olvidado se demuestra en este artículo- la poca solidaridad de Contador con su compañero caído. Ni siquiera un gesto impostado de solidaridad. Ni una palabra de aliento. Nada. "Me hubiera gustado ganar el maillot amarillo en el Aubisque. Pero, bueno, para ser primero hay que ser segundo. Tengo una sensación extraña", se limitó a decir el de Pinto, antes de airear su intachable limpieza como ciclista. "He pasado sin problemas todos los controles y me exculparon de la 'Operación Puerto'", recordó.
Reconozco que, a partir de aquel día, comencé a mirar a Contador de refilón, a admirarle con frialdad. Y cuando saltó su caso y se escuchó en todo el mundo su tremenda indignación de español perseguido, no tardé nada en adherirme al comentario que le dedicó en 'twitter' un excompañero suyo en el Liberty, David Etxeberria, uno de los damnificados por la operación Puerto. "A.C. gritas que no crees en este sistema antidopaje cuando antes por él ganaste un Tour. Con Rasmussen callaste. Cuando hubo excompañeros que pidieron ser juzgados y no lo fueron, callaste: no te tocó. Eres el tío con más clase que he visto... pero no grites cuando antes callaste".