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Irán: en tiempo de descuento

La escalada de tensión por las últimas maniobras navales de Teherán en el Gólfo Pérsico han acelerado las sanciones de EE UU y la UE

MADRID Actualizado: Guardar
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Casi por sorpresa, si se recuerda el tiempo transcurrido desde que los europeos decidieron unirse eventualmente a la política norteamericana de sanciones petroleras al país, la UE hizo saber el miércoles que ha alcanzado un acuerdo de principio para aplicar sanciones conjuntas a Irán en forma de embargo de las compras de petróleo.

Quedó claro, y París no hizo mucho por ocultarlo, que el gobierno francés había sido el motor del arreglo y, de hecho, quien lo impulsó y lo vendió al resto de los socios hasta vencer las últimas resistencias, que en algunos casos como el de Grecia, han durado mucho tiempo. Los técnicos están dando el repaso final al programa de sanciones que podría ser formalmente aprobado el día 30 de enero y sería de aplicación a renglón seguido.

Su capacidad de perjudicar a la economía iraní es elevada, pero insuficiente para alterar la conducta del régimen a corto o medio plazo. En realidad, a Teherán le preocupa más cualquier boicot financiero o de las prácticas habituales en el mundo del petróleo, es decir, la mecánica bancaria de rápidos cobros y pagos, que la reducción de sus ventas de crudo. Y no solo, ni principalmente, porque China y terceros países podrían elevar su nivel de compras y limitar sus efectos, sino por el efecto dominó que provoca en el conjunto de la intensa vida comercial.

Un problema político

El recurso a sanciones económicas sugiere a primera vista algo relevante: que no se contempla a día de hoy un recurso a medios militares para acabar con el programa atómico iraní, legal y civil para Teherán, sospechoso de ocultar una dimensión militar para Occidente. Lo que sucede, asumiendo que se trata de dos caras del mismo poliedro, es puramente político y, en definitiva, estratégico. El régimen islámico (se le puede llamar porque tal es su nombre oficial, caso único, con el de la República del Sudán, en el mundo musulmán, un hecho notable y poco valorado) no comparte la visión del consenso internacional sobre varios asuntos clave: Iraq, su negativa a reconocer a la entidad sionista (Israel) la existencia del Hezbollah libanés, la crisis en Siria, la navegación en el Golfo y, más que cualquier otro, su plan nuclear.

De hecho, formalmente no hay otro motivo para justificar el recurso a las sanciones. Por eso, es difícil comprender cómo el régimen no cambia una cooperación intachable con la Agencia Internacional de Energía Atómica en torno al programa, por una relativa normalización diplomática que rompería el principio de aislamiento en curso. Con la ventaja añadida de que, en tal caso, pondría a Israel en un grave aprieto: es una obvia potencia atómica militar… que no ha firmado el Tratado de No Proliferación (lo que sí hizo Irán) ni, por descontado, acepta ningún control de la Agencia. Una situación embarazosa.

En este orden hay que subrayar como muy significativa la visita que empezó ayer y debe terminar en la tarde de hoy del ministro turco de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoglu, quien parece protagonizar el último intento, ya en tiempo de descuento, para poner el conflicto en las vías políticas. Anotamos aquí que parece favorecer este giro el envío el sábado a Catherine Ashton, a cargo de la política exterior de la UE, de una carta proponiendo discutir el plan atómico sin condiciones previas, tal y como ha pedido siempre la Unión. La carta fue remitida por el jefe del programa, Said Jalili, quien es también, nunca se olvide, jefe del “Supremo Consejo de Seguridad Nacional”, una instancia que solo depende del Guía, Alí Jamenei.

El papel turco

No es muy arriesgado creer que Davutoglu sabía del envío de la misiva que, además, según filtraciones deliberadas, recuerda los criterios turcos como base de la negociación. Son sencillos: el proceso de enriquecimiento de uranio, en sí mismo no prohibido por el TNP, no excedería de los parámetros requeridos para los usos médicos y científicos, se enviarían al exterior (Rusia y Francia por ejemplo) las cantidades precisas para su conversión en el combustible necesario, la Agencia recibiría todas las facilidades en sus inspecciones e Irán ratificaría el protocolo que le obliga a aceptar visitas inesperadas de los inspectores.

Se puede suponer que el ministro Davutoglu, mano derecha del primer ministro Erdogan y cerebro de la nueva política exterior neo-otomana de una Turquía en pleno auge económico y despliegue diplomático regional, entiende correr solo un riesgo limitado de fracaso. De nuevo fracaso, por mejor decirlo. Cuando hace un año, con ayuda de Brasil, lo organizó todo y un acuerdo parecía al alcance de la mano, Teheran vaciló en el último momento y paralizó la negociación, algo que apreciaron poco en Ankara.

Tampoco estiman mucho allí el fuerte respaldo que, pese a todos los pesares, Teheran sigue dando al régimen sirio de los Assad… del mismo modo que la parte iraní recibió con sorpresa y críticas la decisión de Turquía de instalar en su suelo el primer gran radar del llamado “escudo anti-misiles” norteamericano. Es en este poliédrico escenario en el que la visita del canciller turco suscita gran interés. Bastaba leer ayer la información al respecto del acreditado “Today,s Zalman”, el diario turco que mejor refleja el punto de vista oficial, para decirlo cortésmente….