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Diez años con el euro en el bolsillo
Del orgullo al desapego, crónica de la convivencia con la moneda común
MADRID Actualizado: GuardarEste 1 de enero se cumplen diez años del uso del euro en monedas y billetes como moneda única europea. A lo largo de la última década los españoles han vivido sentimientos encontrados, al pasar desde la sensación de orgullo de los primeros momentos a la decepción por el empobrcimiento paulatino que supuso comprobar la escasa cuantía a que se veían reducidos salarios y otros ingresos tras su conversión a la divisa común.
Pero, en el arranque del siglo, a la pujanza del euro se sumó el abaratamiento de la financiación hasta unos niveles insospechados -el coste del dinero llegó a estar por debajo de la inflación, es decir, que tomar prestado salía a cuenta- lo que condujo a una larga etapa de bonanza, que familias y empresas españolas aprovecharon para contraer un excesivo endeudamiento. Vivir por encima de las posibilidades ha tenido graves consecuencias, y muchos ciudadanos no dudan ahora en culpar al euro como principal causante de los actuales desequilibrios y de la fase de vacas flacas.
Una moneda fuerte
"Te llamarás euro". La moneda única europea, la más ambiciosa iniciativa de los países del viejo continente, fue así bautizada en el Consejo Europeo de Madrid en diciembre de 1995 bajo liderazgo de Felipe González. Se había gestado seis años y medio antes, en junio de 1989, también bajo presidencia española, cuando se aprobó la Unión Económica y Monetaria, a aplicar en diez años y tres etapas. Tras la liberalización inmediata de capitales, se decidió la creación de un Banco Central Europeo, independiente y único responsable de la política monetaria. Se le encargó fijar el coste oficial del dinero y combatir a toda costa las subidas de precios.
La idea se vendió muy bien. Se explicó que, mientras el ciudadano norteamericano circulaba por cincuenta estados con billetes de dólar en el bolsillo, el viajero español que transitaba por los países de la Unión con mil pesetas tenía que cambiar hasta quince veces de moneda, y tras pagar el peaje de los sucesivos canjes, veía el valor de su dinero reducido a la mitad, sin haber realizado una sola compra.
España cumplió, con el entusiasmo de los conversos, las exigencias de rigor fiscal y estabilidad de precios y, tras pasar con nota alta el examen de Maastricht, figuró en primera línea de los once socios que adoptaron, en el largo fin de semana del 31 de diciembre de 1998 al 4 de enero de 1999, el euro como moneda, por entonces solo virtual aunque con plena existencia jurídica.
Para la historia quedan los datos: la última cotización de la peseta en el mercado de divisas europeo fue de 85,078 unidades por marco alemán, y para comprar un dólar hacían falta entonces 142,063 pesetas. Cuando, pocas horas después, se conoció el tipo de conversión definitivo, es decir, fijo e irrevocable, del euro, la suerte estaba echada. La equivalencia de la divisa común fue de 166,386 pesetas. Éramos uno de los países condenados al encarecimiento del coste de la vida, porque ese suele ser el precio a pagar cuando se adopta una moneda más fuerte.
Los precios se disparan
España hizo la transición al euro 'físico' a partir del 1 de enero de 2002 con celeridad y sin problemas. Se había previsto que la peseta quedara fuera de circulación el 28 de febrero de aquel año, e incluso sobraron días del periodo de transición. Pero el Banco de España ya había anticipado sus recelos ante los riesgos que para la inflación iba a suponer la fijación de los precios en euros. Y una mayoría de los comerciantes y prestatarios de servicios, que se podían inclinar por las distintas modalidades para fijar lo que los expertos llaman 'precios atractivos' -los redondeados, los fraccionarios y los psicológicos- se decantaron por añadir céntimos y realizar redondeos al alza.
Con la peseta tenía sentido comercial fijar precios fraccionarios, terminados en cero o en cinco, que se ajustaban a la existencia de monedas sin exigir devolución, pero el alto valor del euro les restó interés. También se hubieran podido aplicar precios psicológicos, aquellos que al restar una pequeña cantidad a los precios redondos (2,90, por ejemplo) dan la idea de ser más baratos. En la práctica, la búsqueda de precios atractivos se dejó de lado y triunfaron los redondeos adicionales.
Diez años después, un estudio que acaba de elaborar la Organización de Consumidores y Usuarios estima que la 'cesta de la compra' de artículos básicos que una familia podía adquirir a mediados de 2001 por 4.600 euros al año le sale ahora, para similares calidades y cantidades, por 6.800 euros al año, es decir, un 48% más cara. Estima que la alimentación subió entre 2001 y 2011 el 48%, la vivienda el 66%, el transporte entre un 45% y un 58% y la tecnología es lo único que ha bajado.
Añade que la variación acumulada del Índice General de Precios de Consumo ha sido entre esos años del 32%. La diferencia se explica porque las subidas se han concentrado en los alimentos, los transportes y los carburantes. En el IPC también figuran los pocos bienes y servicios que se han abaratado, como los electrodomésticos y las telecomunicaciones.
Recuerda la OCU que el aumento medio de las retribuciones se ha limitado en ese plazo al 14%, según la última encuesta de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística. Para los consumidores españoles, la entrada en el euro habría supuesto una pérdida de poder adquisitivo en torno al 18%. Un análisis temporal revela que el impacto ha sido variable a lo largo del tiempo. Hubo comerciantes que anticiparon los aumentos y los aplicaron al precio todavía en pesetas. Transcurridas las primeras semanas en las que las cadenas comerciales respetaron un código de buenas prácticas, y mantuvieron un doble etiquetado, las alzas que inicialmente aplicaban bares y establecimientos de restauración se generalizaron.
Al concluir 2002, los consumidores ya se habían dado perfecta cuenta de que la introducción del euro les había salido muy cara. Y constataban por sus propios medios que una moneda de euro -166 pesetas- apenas alcanzaba para adquirir lo mismo que meses antes pagaban con veinte duros. Como si todo se hubiera encarecido el 66%.
En los años recientes, los desequilibrios acumulados en tiempos de financiación fácil han conducido en España al parón económico y la recesión, y frenado un poco las subidas de los precios. Por eso, algunos bienes y servicios que integran la cesta de la compra cuestan hoy día un poco menos que en 2008.
¿Qué ha sido del euro, mientras tanto? En los dos últimos años, la ofensiva contra la deuda soberana de los países socios más vulnerables, también bautizada como crisis del euro, ha provocado no tanto el colapso de la moneda europea como el de algunos Estados, mientras los dirigentes europeos se mostraban incapaces de acompañar la integración monetaria con la unión política. Pero la cotización de la divisa europea, que el 1 de enero de 2002 se fijó en 0,9038 dólares, se ha revalorizado desde su fijación más del 40% con relación al billete verde norteamericano. Aunque estos días se mueve otra vez por debajo de los 1,30 dólares por euro, el 15 de julio de 2008 llegó a anotarse un cambio de 1,6038 dólares, su máximo histórico.
Pese a las turbulencias de los mercados, más de la cuarta parte de las reservas mundiales se mantienen en euros. Y hay más ventajas: la ausencia de tipo de cambio en los intercambios entre los socios de la moneda única ha posibilitado una fuerte expansión comercial. Ciudadanos y empresas han podido realizar unos ahorros que fuentes de la Comisión Europea evalúan en torno a los 25.000 millones de euros al año.