Análisis

Carnicería en Bagdad

Lo más probable es que los ataques sean obra de Al-Qaida y se hayan producido en la lógica terrorista conocida

MADRID Actualizado: Guardar
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Un rápido y mecánico consenso informativo relaciona los terribles atentados de esta mañana en Bagdad con la crisis política que se agrava en el país, pero es lo más probable que los ataques sean obra de al-Qaeda y se hayan producido en la lógica terrorista conocida. Observadores árabes consultados por este digital así lo creen unánimemente con el argumento de que la crudeza y gravedad del conflicto en el interior de la coalición en el poder no llega de ninguna manera a un recurso a medios semejantes. ¿Qué ganaría una facción recurriendo a un baño de sangre que dejaría muertos indiscriminadamente entre shiies, sunníes y cristianos?

Hay otro indicio que avala esta interpretación: a mediados de año el sedicente “Emirato Islámico en Mesopotamia” (nombre retórico de al-Qaeda en Iraq) anunció que disponía de los medios y la voluntad para lanzar cien ataques y que cubriría de sangre las filas de sus enemigos.

Y lo ha cumplido, pero no solo ahora: en septiembre, octubre y noviembre hubo ya terribles atentados, muchos de ellos con conductores-suicida, aunque nunca alcanzaron el elevado número de muertos en un día: 67 en diez explosiones en varios barrios, incluido el céntrico distrito comercial de Karrada.

Una crisis dentro de otra

El baño de sangre confirma la fragilidad de la situación política y la insuficiencia de la política de seguridad, aunque Bagdad es una ciudad literalmente tomada por miles de policías bien entrenados por los norteamericanos antes de su partida, que por etapas, se terminó el sábado pasado. Pero ataques anteriores, algunos de la envergadura del de hoy, se produjeron con miles de soldados USA aún presentes, una estrategia que sorprendía porque parecía avalar indirectamente la necesidad de una prórroga de la presencia militar americana en el país.

El primer ministro, Nuri al-Maliki, un shií de tendencias autoritarias y políticamente muy correoso, pero designado por una coalición con mayoría parlamentaria y, por tanto, legitimado, no quiso rendirse ante esa argumentación e insistió ante Obama en que el plazo de retirada, negociada con Bush y que los demócratas no alteraron ni en una coma, debía mantenerse.

Esta crisis de seguridad debilita la autoridad política y la credibilidad del gobierno, pero no tiene aún la capacidad de alterar por sí misma el vigente y complejo statu quo, amenazado, en cambio, por el divorcio irreparable entre al-Maliki y los dos líderes sunníes más fuertes y representativos del país, el vicepresidente de la República, Tariq al-Hachemi y el viceprimer ministro, Saleh al-Mutlaq. El primero, acusado nada menos que de instigar un complot contra el primer ministro y de pagar asesinos a sueldo, ha huido al norte, la región autónoma del Kurdistán y rehúsa volver a Bagdad.

¿Vuelta al caos?

El director de la CIA (y ex-comandante en jefe en Iraq) general Petraeus, está en Bagdad desde el martes… es decir, antes de la tragedia, lo que indica que su preocupación era más política que de seguridad pública. Ha ido, en efecto, para exhortar a las partes a que busquen un acomodo a través del gobierno de coalición entre al-Maliki (“Partido del Estado de Derecho”, shií con varios ingredientes) y su rival electoral, Ayad Alaui que,aunque shíi, es estrictamente laico y supo, hábilmente, reunir en su partido (“Al Iraqiya”) a los sunníes, ese veinte por ciento de la población sub-representada y siempre sospechosa de haber sido el respaldo y la base social del régimen de Saddam Hussein.

Fue el más votado, por la compacta y hábil disciplina de la población sunní, pero no tanto como para formar el gobierno, finalmente una coalición de amplia base pletórica de desconfianzas y dobles juegos que, como se temía, funciona muy mal. Como será que al-Maliki no ha podido nombrar todavía, a falta de consenso, ministros del Interior y de Defensa y se ha dedicado a acumular sus funciones, o sea, casi todo el poder.

Al-Hachemi, saltándose las últimas prudencias le ha llamado mentiroso y dictador y ha huido a Erbil, en el Kurdistán, mientras la coalición se acerca a una crisis que empeorará si, como es seguro, los kurdos, en excelentes relaciones con Washington, rehúsan devolverlo para ser juzgado en Bagdad. Eso podría ser la última y trágica pata de juego para que el país volviera exactamente a donde estaba… antes de la invasión de 2003. Todo eso está detrás del baño de sangre de hoy. Y al-Qaeda, que tiene su propia agenda, lo sabe perfectamente.