Un nuevo e «inspirado líder»
Tras la muerte de su padre el pasado sábado, Kim Jong-un será el joven sucesor de la única dinastía comunista hereditaria del mundo
MADRID Actualizado: GuardarTras ser difundida la noticia de que el líder norcoreano, Kim Yong-il, había muerto el sábado y con buen humor, un distinguido colega nos decía esta mañana que “como no nos lo aclare un poco Stephen Bosworth, nos quedaremos donde estábamos”.
La mención del gran diplomático norteamericano, tan solicitado por los medios en estas horas, no es ociosa: nombrado por el presidente Obama su “representante especial” para la política con Corea del Norte, el eminente especialista se aplicó a fondo en el asunto hasta el mes pasado, cuando se retiró del servicio.
No consiguió nada y, en un caso similar o idéntico al del acreditado Robert Mitchell en Oriente Medio, también dimitido, su renuncia significa el cansancio del mundo con el régimen norcoreano, donde ocasionalmente parece que va a suceder algo positivo antes de volver a la realidad monótona, el hermetismo, el bloqueo informativo y el aburrimiento.
Por ejemplo, el ministro británico de Exteriores, William Hague, decía ritualmente esta mañana que podría abrirse ahora una “oportunidad para el cambio”, pero la propaganda oficial, única información legalmente disponible, difunde ya el consabido paquete de descripciones hagiográficas del muerto y de su padre y fundador de la dinastía, Kim Il-sung y elogios desmedidos del joven sucesor y símbolo del juche, una palabreja que significa más o menos “auto-confianza” (en la revolución comunista, leninista pero con un baño cultural coreano).
Líder, no presidente
Lo de “inspirado líder” no es una broma en el vocabulario oficial en Pyongyang porque a su muerte en 1994 y semideificado en vida, el régimen nombró a Kim Il-sung presidente eterno, de modo que ni su hijo, Kim Yong-il, fue oficialmente jefe del Estado, sino líder y, eso sí, presidente de la Comisión Militar del partido que, con el precedente de China todavía observado, da a su titular una oficiosa legitimidad moral y autoridad política.
Por eso, cuando en septiembre del 2010 y en vida de su padre, el ahora nuevo “líder”, Kim Yong-un, fue hecho vicepresidente de tal instancia se dio por confirmada su condición de sucesor.
Tenía entonces, al parecer, 26 años lo que sugiere, si no hay cambios hoy imprevisibles, un larguísimo reinado salvo que lo remedie, y en esto hay unanimidad, la única instancia que podría cambiar las cosas, el ejército, poderoso y numerosísimo, aunque dotado de equipo antiguo y de cuya operatividad real hay todas las dudas imaginables exceptuadas sus capacidad, únicas, para desfilar con brillo, orden y marcialidad inigualables.
Un relevo generacional
Una inevitable especulación surge de la mera edad del interesado, que no le ha permitido vivir la posguerra con el Sur (1950-53), sus estudios fuera del país (en Suiza una bien establecida y bastante larga estancia) y, sobre todo, su relación personal y sostenida con la nueva generación de dirigentes chinos, que parecen interesados en fomentar una evolución controlada hacia hábitos más moderados y, desde luego, una apertura económica.
Pekín ofreció de inmediato sus condolencias y reiteró su amistad y buena vecindad con Norcorea, a la que apoyó decisivamente contra los Estados Unidos en 1950 y, de hecho, posibilitó el empate en que terminó la guerra inter-coreana. Y tiene un estatus único en el mundo: es el foro que ha permitido arreglos, cancelados y reiterados varias veces, sobre el programa nuclear norcoreano, una pesadilla regional.
Corea del Norte, contra lo que parece o se escribe, no tiene “armas nucleares”, en el sentido de que no ha construido cabezas atómicas y las ha instalado en sus cohetes, incluidos los de largo alcance, “Taepodong-II”. Pero sí ha procedido, en 2006 y 2009 a ensayos atómicos y abandonó el Tratado de no Proliferación. Su industria balística y su dominio científico del ciclo atómico forman, unidos, una sombría amenaza potencial que el régimen ha usado cínicamente con frecuencia para obtener ventajas materiales.
Washington, el Sur y los chinos
Con un completo realismo, en los tiempos de Clinton se abordó la cuestión norcoreana aceptando el burdo planteamiento: ayuda económica – sobre todo alimentos y carburante – a cambio de moratorias nucleares. Eso se llamó el “compromiso de Ginebra” y el gobierno Bush no lo alteró en primera instancia, aunque sí intensificó su retórica hostil al régimen y visualizó a fondo su compromiso con el Sur, crecientemente inquieto.
Obama nombró un “representante especial” de alto bordo con el que hablaron los norcoreanos mucho y con cierta regularidad en Pekín, cuando los chinos asumieron el control diplomático de la situación y recibieron luz verde de Washington para ver de encauzar la crisis, que registró progresos bajo la administración republicana en el foro chino a con reconocimiento para el papel moderador de Pekín.
Nada de eso ha cambiado, ni es de prever que lo haga pronto. En el Sur, en la Corea liberal y democrática, han optado por un perfil bajo que pasó por la meritoria paciencia con que recibieron el hundimiento de uno de sus barcos de guerra por un torpedo del Norte (42 muertos) en marzo del año pasado y el bombardeo inopinado del islote de Yeonpyeong (cuatro muertos) en noviembre de 2010.
Por si acaso, pero en el fondo por rutina, las autoridades surcoreanas han declarado el estado de emergencia mientras esperan con paciencia franciscana un cambio en el vecino y hermano del Norte. Pero nada indica que vaya a producirse milagrosamente solo porque haya muerto el segundo líder…