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Václav Havel, la voz del terciopelo

Dramaturgo e intelectual de prestigio, estaba considerado como uno de los dirigentes europeos más respetados por su defensa de la libertad y los derechos humanos.

MADRID Actualizado: Guardar
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Hace un mes casi día por día, un expresidente de la República de Checoslovaquia (y de Chequia, a secas después) convocó a un puñado de amigos antiguos en Praga para conmemorar a su manera el fin del régimen comunista y allí se presentó una troupe de primer nivel con mayoría de periodistas de postín (Adam Michnik) o artistas (Joan Baez) mientras el gobierno ideaba otros fastos por su cuenta. El anfitrión, Vaclav Havel, que murió la pasada noche en Praga, su ciudad natal.

Havel, con la ayuda de su fundación y su segunda esposa, Dagmara (había enviudado en 1996 al morir su compañera de toda vida y activista como él, Olga) fue fiel a su estilo, la verdad es que poco amigo de componendas, hasta el fin. Otros, como los socios del presidente Vaclav Klaus, que no podía ocultar una antipatía personal y política por el padre de la democratización en el país y celos por su reputación internacional, optaron por otros recordatorios del evento.

En efecto, Vaclav Havel es un ejemplo acabado y no muy frecuente de personalidad eminente como escritor y como hombre político. Bien conocido como autor teatral –'El memorándum' es un pieza magistral representada en medio mundo– y como ensayista de tono moralizador, era al tiempo un correoso activista, trabajador infatigable y hombre de temperamento. Sus detenciones frecuentes, sus visitas a la cárcel en cuanto terminó la efímera primavera de Praga a finales del 67, solo pudieron confirmarle en sus ideales democráticos servidos con su fe en la resistencia pacífica.

Terciopelo y carta

Havel sabía que el régimen comunista bajo Gustav Husak, escogido por los soviéticos tras la invasión como relativamente conciliador y templado tras el fin de los años de la experiencia Dubcek, estaba exangüe, pero que se resistiría a morir. Su después rival, el que sería su primer ministro y hoy es jefe del Estado, Klaus, se ha basado siempre en esa suposición para restar méritos a Havel y los suyos, percibidos como hombres de letras y agitadores diletantes y, por ejemplo, para desdeñar la reunión del mes pasado.

Pero Havel, hombre de temperamento y férrea voluntad, siempre creyó que las palabras en una sociedad con alto standard cultural medio y una tradición literaria y técnica muy elevada, sería sensible a la predicación. Eso fue Havel: un escritor que redactó un papel conocido como 'Carta-77', en enero de ese año, 1977, y animó con una tenacidad que aún asombra a la llamada 'revolución de terciopelo'. Sin disparar un tiro, pero con una inflexible exigencia de cambio de régimen y democracia solvente, fue ganando poco a poco la partida y exactamente el 17 de noviembre de 1989 (por eso la sesión conmemorativa de hace un mes) el régimen comunista pasó oficialmente a mejor vida.

Havel fue, por sus méritos y sin mucha discusión, el primer jefe del nuevo Estado, aunque entonces, como casi siempre porque él no era el jefe de una facción, debió acomodarse a los gobiernos de coalición en tanto el panorama político se aclaraba y se producía el referéndum, también de terciopelo que separó a Chequia de Eslovaquia (en aplicación del mecanismo constitucional previsto y sin oposición digna de mención). Fue presidente hasta 2003. Chequia sería miembro de la UE y Checoslovaquia lo era de la OTAN desde 1999.

Así pues, cuando dejó la política oficial para volver a ser el cascarrabias de siempre, independiente e imposible de callar, su programa personal, político y vital estaba concluido. Lo de personal alude a su mala salud, la de un fumador crónico y empedernido que a veces estuvo al borde de la muerte y era, a ciertos efectos, un superviviente. Ayer murió, dice discretamente la nota oficial, por una infección pulmonar…