ANÁLISIS

Divorcio a la inglesa

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Un chiste popular pretende que cuando hay galerna en el canal de la Mancha, el parte meteorológico británico reza así: "temporal en el Canal, el continente, aislado". Es el continente, no las Islas Británicas o, técnicamente, el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, es Europa entera, no Britain, la que se aisla.

Pero tal vez en la memorable noche del ocho al nueve de diciembre de 2011 las cosas han sido vistas de otro modo. Los titulares de dos grandes diarios ayudan a visualizar la mutación. 'The Guardian' escribió en seguida en su edición digital que el Reino Unido se enfrenta a un aislamiento creciente, y 'Le Monde', en su editorial de hoy titula que Gran Bretaña es cada día más insular…

Es verdad que esos dos periódicos, como todos en el mundo, tienen una opinión antigua sobre el particular, pero el francés asume la versión más extendida en…. el continente y el británico se sabe minoritario en lo tocante a la percepción que los británicos tienen de la Unión Europea, vista como un peligroso engendro burocrático que no debe inmiscuirse en sus asuntos y que el ciudadano medio, pero también la gentry y, desde luego, la élite del gobierno, detesta.

Revisitar la historia

Las cosas estaban ya difíciles cuando el primer ministro británico se dirigió al público el miércoles por el procedimiento aún tradicional, esperado y ritual: escribir un artículo en 'The Times', no en otro medio, sino en 'The Times', para decir que él iba a Bruselas para recordar que no podrá aceptar que la sedicente refundación de los Tratados europeos (el vocabulario es de Sarkozy) alumbren un nuevo Tratado que no atienda claramente los intereses británicos.

Formalmente prudente, Cameron no ha abrazado la idea de un referéndum porque tal cosa solo debería producirse si hubiera el menor peligro de ceder soberanía, lo que el Reino Unido lo que no es el caso. Tal cosa ¿estará explícita o tácitamente presente en el nuevo marco jurídico que se quiere tener listo en marzo y que es, que se sepa y hasta nueva orden, de naturaleza económica y solo obligará a sacralizar el principio de la solvencia presupuestaria y un principio de armonización fiscal?

Incluso así, suponiendo que la UE siga siendo solo el despectivamente descrito como "gigante económico y enano político", 'Britain' difícilmente podrá seguir en un club que ahora no hace excepciones. Y que hizo saber claramente que si no había acuerdo "a 27" bastaría con el arreglo "a 17", es decir, los países del euro y algún voluntario añadido, lo que se consiguió de sobra porque la negativa sueca (sin euro) no es relevante y las reservas de Chequia y Hunngría son formales y remiten el sí al apoyo de sus parlamentos. Se evidenció que Londres prefería su altiva soledad al rumbo que Europa toma para precaverse de las crisis financieras. Además y muy sinceramente, el primer ministro no ocultó nunca que él iba a Bruselas no solo como el enviado del parlamento (o sea, el pueblo, castizamente antieuropeo), sino de la poderosa "industria financiera", la famosa City.

¿Retraimiento o aislamiento?

El dúo Merkel-Sarkozy conocía de sobra la oposición británica al plan trazado y aprobado, pero parecen, se dice hoy en Berlín y en París, un poco sorprendidos por la rigidez de Cameron, su vivacidad casi física en su negativa y su falta de cintura para interiorizar que el proyecto europeo, en dificultades ciertamente, se las ha ingeniado para sobrevivir, ninguno de sus miembros cuestiona su utilidad y, sobre todo, franceses, alemanes, italianos y españoles, por citar los países mayores, más poblados y con más PIB del continente, han resuelto ir adelante sin sentirse impresionados por el "no" británico.

Aunque tal vez deba optar por un retraimiento más aldeano que internacional, Londres no ha podido esta vez, porque ya no toca, resolver su peculiaridad como se le consintió en 1973, cuando consiguió entrar con un estatus hecho sobre excepciones en todos los registros clave de la Unión, empezando por una proceso de idolatrización de su querida libra esterlina que llamó la atención. Hacía casi tres años que había muerto el general de Gaulle, que sin miramientos, vetó sin oposición de los otros fundadores, alemanes e italianos en cabeza, los del grupo inicial de 1952, la entrada de Gran Bretaña en 1961.

Esta situación, jurídicamente útil, pero políticamente muy pobre, sancionaba lo que todo el mundo sabía: Londres no desea la integración de la Europa continental, percibida, por muy democrático que sea ahora el escenario, como la emergencia de un poder político y eventualmente militar. Como ha hecho todo gobierno británico desde los días de Waterloo: oponerse a toda hegemonía en el Continente. En particular se ve con un punto de circunspección a la Alemania reunificada y una Francia militante en cabeza del esfuerzo europeista, dirigir el cotarro. El Merkozy, el liderazgo conjunto e hiperactivo de Angela Merkel y Nicolas Sarkzoy, no entusiasma precisamente.