Las lágrimas de Elsa
La ministra Fornero es la imagen del choque de la crisis en Italia. Lloró al hablar de "sacrificio" y de pensiones congeladas
CORRESPONSAL EN ROMA Actualizado: GuardarA eso de las nueve de la noche se produjo el milagro. Un ministro que llora y es incapaz de pronunciar la palabra "sacrificio". Fue a al hablar del drama de un jubilado que cobra más de 936 euros de pensión, quizá 937, y a quien el año que viene no se la van a subir. La nueva ministra italiana de Bienestar Social, Elsa Fornero, 63 años, una de las máximas expertas en pensiones de su país, estaba exponiendo con rigor profesoral en rueda de prensa la inminente reforma de este campo, uno de los puntos centrales del plan de choque para salvar a Italia de la quiebra. Era clara e impecable, con profusión de números y porcentajes, hasta que se atascó, precisamente en una de las exigencias más duras de todo el plan, la que toca a los más débiles, los jubilados con pensiones irrisorias. Rompió a llorar. Probablemente no era uno de los fines que se perseguía en Italia al colocar un Gobierno técnico para que tomara decisiones duras que los partidos no plantearán en su vida, pero una de las consecuencias es que nuevos ministros como Fornero, al contrario que los políticos, parecen pensar realmente en los ciudadanos. Tal vez porque vienen de la calle, o un poco más arriba, en su caso de la universidad de Turín y del consejo de vigilancia del primer banco italiano, Intesa-San Paolo. Lo cierto es que no parecen haber sacado el callo del cinismo, al contrario que los propios periodistas que asistieron a su conmoción con asombro, porque las expresiones sinceras parecen incompatibles con ciertos cargos.
Las lágrimas brotaron al final de una larga jornada de conversaciones con partidos y sindicatos. Y sobre todo éstos fueron muy hostiles al escuchar los planteamientos de Fornero. Si lo fueron en público - "medidas insoportables socialmente", "se ceban en los pobres"- es de suponer que cara a cara fue peor. La ministra, que como todos los técnicos ha entrado en este Ejecutivo de emergencia como un servicio a su país, debió de sentir en toda su crudeza el jaleo en el que se había metido, y el dolor de ser considerado casi un sicario insensible mandado a ejecutar una carnicería. Ésa es otra expresión que han usado los sindicatos, "carnicería social".
Dos hijos y tres nietos
El llanto de Fornero es más sorprendente si se profundiza en quién es. Con dos hijos y tres nietos, responde al tópico del carácter turinés, contenido, educado y que puede resultar hasta gélido, y tiene fama de estoica, dura y directa. En la universidad de Turín es de las profesoras más temidas y se cuenta una anécdota de un consejo de administración en el que se encaró con un joven ejecutivo financiero que se daba aires y no le respondía: "Si le pregunto una cosa, dígamela, no me hable de otras". Pero pese a moverse en el alto mundo económico y bancario no viene de la luna. Nació en San Carlo Canavese, un pueblecito a 25 kilómetros de Turín, su madre era ama de casa y su padre, empleado en un almacén del Ejército. Tuvo que estudiar de forma brillante para salir adelante gracias a becas y nadie le ha regalado nada.
Su biografía explica que también sea conocida por un talante batallador en cuestiones civiles, sociales y políticas. Al margen de cinco años de experiencia política en el ayuntamiento de Turín con una candidatura independiente, se ha volcado en la defensa del papel de la mujer, un terreno en el que Italia aún tiene mucho trabajo atrasado. En una entrevista a 'La Repubblica' declaró hace dos años que arrojaba directamente a la basura las invitaciones a actos y convenios en los que no hubiera al menos una intervención femenina. Es una faceta que ha hecho valer nada más llegar al cargo, y el mismo domingo, horas antes de la escena que la ha hecho famosa, protagonizó otra que ha quedado en segundo plano. En su ronda de contactos con agentes sociales recibió a una delegación de jóvenes y casi se va al ver que no había una sola mujer entre ellos. "Así no vamos a ninguna parte. Ni siquiera los jóvenes se dan cuenta de que deben dar valor a la contribución de las mujeres. Es una actitud cultural equivocada", les abroncó.
Esa franqueza bajo una apariencia rígida se refleja en otro episodio que ahora cobra interés. Con Mario Monti, el actual primer ministro, coincidió en Turín en los setenta, pues él era profesor de la universidad, donde gozaba ya de cierto prestigio. Una noche le invitó a cenar y su marido se escandalizó de que pusiera la mesa en la cocina y le hablara de economía mientras cocinaba un 'risotto'. Ayer hizo gala de su humor al presentarse de nuevo en otro acto público: "Iba a decir que estoy emocionada de estar aquí, pero no quiero que piensen que es una condición mía permanente".