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El baile del rey, un recuerdo para Noah y las lágrimas de un holandés

La Cartuja pasó del miedo al llanto en un duelo donde argentinos y españoles vivieron momentos demasiados tensos

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Entre los amuletos de la buena suerte en el vestuario español está una camiseta de Sergio Ramos. El madridista fue el primero en entrar al vestuario a animar a Rafa Nadal. “Hoy ganas y a celebrarlo”, le dijo antes de enfrentarse a Del Potro. Y acertó. Tras la última bola, el defensa saltaba abrazado a su amigo, el sevillista Jesús Navas. A su izquierda, Perotti, argentino también del Sevilla. “Creí que lo íbamos a lograr pero Rafa es insuperable”. Las dos caras de la moneda. Unos lloraban de alegría, otros lo hacían de tristeza.

Entre los primeros estaba una protagonista anónima del fin de semana. Concha es su nombre, natural de Camas. Portaba una pancarta irónica. Xavi Segura, encordador de la selección, la vio y se lo ‘chivó’ al resto. Bajo el sol hispalense, “Noah: No pócima, ‘Zí prozima’”, rezaba aquel cartel en claro acento andaluz. La sonrisa se dibujó sobre el rostro del tío de Rafa. Recuerdos para un francés que sigue sin creerse la grandeza del deporte español. Ya lo dijo el noble hidalgo: “Ladran Sancho, luego cabalgamos”. Y ahí siguen derrotando a los ‘gigantes’ como Del Potro. “Ahora a ver qué dicen de este chico que es lo mejor del mundo”, proclamaba el marido de Concha, Andrés.

Cerca de la pareja española, el llanto de un suave bolero argentino. Es Chelo, el ‘alter ego’ albiceleste de Manolo ‘el del Bombo’. “Hasta el capitán, Tito, me ha llamado la atención”, reconocía uno de los que parecen molinos de vientos cuando gritan como si La Cartuja fuera la ‘Bombonera’. A él y al resto de los 2.500 de las gradas, el juez de silla tuvo que darles un aviso. “Entiendo que hayamos molestado. Nadie nos cambiará”, repetía Blanco, compañero de fatigas, para seguir cantando como si nada.

Para acallar los decibelios de estos ‘barras bravas’ aparecen entre el jolgorio José, Antonio y Manuel. Entran con corneta, trompeta y flauta. “No es la Macarena”, aunque lo parezca. Fueron los únicos que pudieron hacer competencia en más de tres horas a los rivales. “Nunca he jugado en un ambiente tan increíble”, se emocionaba Nadal nada más acabar. No era para menos. Demasiada tensión en las gradas.

“Ha habido un conato de pelea en mitad del segundo set, pero ahora nos vamos de marcha, como si nada”, relataba José, refiriéndose a un intento de agresión cuando los ánimos estaban más caldeados.

Pasión catalana en Sevilla

“No me han dejado meter la botella de cava. A pesar de que la traemos desde Barcelona”, se irritaba Soledad, sin poder evitar una mirada de reproche hacia un guardia de seguridad que solo hacía su trabajo. Era Carmelo, atento a los seguidores rivales: “Hemos tenido que quitar un par de botellas de whisky, pero nada importante”. También era el responsable de que nadie se acercara al banquillo español. Allí estaba Feliciano López, en cuyos ojos las lágrimas no paraban de brotar. “Mi mal partido de dobles me hizo casi no venir esta tarde, pero he recobrado la ilusión”, concluía.

Mientras ‘Feli’ seguía llorando, también le daba tiempo para tararear la canción compuesta por Álex Ortiz. “Que miles de personas canten tus letras es único”, decía el compositor. En el pabellón había un ilustre personaje que incluso amagó con bailarla. Era el Rey, que con José Luis Escañuela, el presidente de la Federación de Española de Tenis, se marcó unos pasos. Eso sí, sin dejar sus gafas de sol, que lo protegían de una luna hispalense que ya se reflejaba sobre el río. De vuelta por el Guadalquivir estaba un holandés llamado Juan. “Mi familia de Sevilla me consiguió entradas y he estado en todas las finales. Hasta en Mar del Plata”, se mostraba orgulloso quien sacó una bandera de España tras el Mundial por las calles holandesas.

Unos se iban y otros permanecían. Nadal lloraba frente a la camiseta de Sergio Ramos, de Casillas. Oía las frases de ánimo de famosos y aficionados anónimos. Veía a su izquierda un “Eres el mejor” y escuchaba de fondo a José Mercé recitando un poema en forma de bulerías. Al otro lado, los argentinos lloraban entre tangos de Gardel. La Quinta ‘Ensañadera’ era sevillana. Y el “Soy español”, se escuchaba por Triana.