Bill Gates. / Archivo
El fin de una era

Cuando el jefe es la empresa

Líderazgos como los de Jobs o Gates afianzan los éxitos de sus firmas pero crean dependencia en el momento de la sucesión

MADRID Actualizado: Guardar
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Los vestigios de Apple siempre estuvieron enlazados al destino de Steve Jobs, más aún cuando se le diagnosticó un cáncer de páncreas. Cada baja médica golpeaba a la cotización de los títulos bursátiles de la empresa como si estos formasen parte de la estructura molecular de su fundador. Tras su fallecimiento, la atención se centra en su sucesor, Tim Cook. La pregunta es sí el hasta ahora brazo ejecutor de las ideas que hilvanaba Jobs podrá gestionar el legado creativo de un hombre que empapó con su esencia los éxitos firmados por la marca de Cupertino.

Pasado el luto de rigor, la competencia se frota las manos y la duda carcome a muchos analistas e inversores. Bastantes evocan lo ocurrido con Microsoft. Bill Gates abdicó hace once años y Steve Ballmer, su hombre de confianza, pasó a ser consejero delegado. El cambio no fue tan sencillo como parecía. La empresa no pudo cortar el cordón umbilical que le unía con el creador de Windows hasta 2008, cuando, por fin, se pudo dedicar de lleno a la caridad. Esa dilatada transición le cerró las puertas de mercados como el de los 'smartphones' o el negocio de Internet. Tanto Jobs como Gates engrosan esa raza de líderes que reinventaron la filosofía de empresa y, gracias a un acaudalado magnetismo, consiguieron anticiparse al mercado ganándose la admiración de sus clientes. Una vinculación tan fuerte que se tradujo en un sentimiento de orfandad cuando su nombre desapareció de los organigramas.

Estos iconos son armas de doble filo. La historia está llena de directivos que solo ven simples sombreros en las chisteras de donde sus predecesores sacaban conejos. Pero también los hay que fracasaron por insistir en los patrones y las ideas que recibieron con el cargo. Es el caso de la factoría Disney que supo seguir la estela que dejó su creador tras su muerte en 1966, culminando proyectos como 'El Libro de la Selva' (1967) que mantuvieron la cuenta de resultados durante al menos un lustro. A partir de ahí, su esencia se evaporó y la nave permaneció varios años a la deriva.

La sucesión se convirtió en un asunto de primer grado. Lo intentó su hermano, su yerno y su sobrino. La fortuna les esquivó hasta que Michael Eisner -que llegó a la presidencia en 1984- dio la vuelta a todo y recuperó la senda del triunfo en 1991 con títulos como 'La Bella y la Bestia' o 'Aladdin'.

Sagas familiares

Hay imperios económicos cuyo liderazgo pasa de padres a hijos, como el Banco Santander, que encadena tres generaciones de 'Botínes'. Sin embargo, el relevo familiar no siempre es sinónimo de gloria. Es el caso de Henry Ford, cuyos descendientes no contaron en sus genes con el liderazgo de su padre para manejar la factoría automovilística.

Esta preocupación ronda a Ingvar Kamprad, fundador de la multinacional del mueble IKEA. Un concepto empresarial que recoge su carácter ahorrador y austero además de sus iniciales, las de su ciudad natal y la granja donde se crió. Aunque en 1986 delegó el poder en sus hijos, aún vigila desde su puesto de asesor. Kamprad ya ha dejado ver sus dudas sobre la capacidad de sus vástagos para manejar los retos de los complejos mercados de Rusia o China.

La situación de Ryanair es peculiar. La aerolínea está en manos de Michael O'Leary -fichado hace 20 años por su fundador- y la ha moldeado a su imagen y semejanza. Dicen que es tacaño y que se pega por cada céntimo con taxistas y camareros. Una filosofía que encaja en la de la compañía irlandesa, que aprovecha para sacar tajada a cualquier pasajero que se olvida la tarjeta de embarque. Ahora plantea más ahorro de costes viajando de pie en los aviones o eliminando el copiloto. La gente ya se pregunta si tras su marcha alguien será capaz de ocupar el puesto de este profeta del 'low cost'.