Alí Saleh: ¿a la tercera…?
El presidente de Yemen ha vuelto a anunciar su dimisión, pero no ha concretado una fecha para dejar el poder
MADRID Actualizado: GuardarSúbitamente, el presidente de la República del Yemen, Alí Abdullah Saleh, anunció que dimitirá en los próximos días. Aunque tal cosa fue prometida al menos dos veces antes y en una de ellas estaban impresas las invitaciones al cuerpo diplomático para que acudiera al acto de renuncia cancelado en el último instante, hay algo que invita a creer que sí, que a la tercera puede ir la vencida…
Si es así hay que preguntarse qué ha sucedido para justificar su cambio y, aunque solo son hipótesis, se dice que entre bastidores y por la mediación de su infatigable vicepresidente se ha alcanzado alguna clase de arreglo con el hombre clave del régimen en su dimensión intransigente, que no es otro que el jefe de los servicios secretos y la temida Guardia Republicana, el hijo mayor del presidente, Ahmed.
La Guardia y la policía política han mostrado una gran fidelidad al régimen, pero, al mismo tiempo, han tenido buen cuidado de no enfrentarse físicamente con el bando militar pasado a la oposición, el que encabeza quien era número tres del escalafón, el general de división Alí Ahmar (sin relación de parentesco con la familia que controla la federación tribal de ese nombre). Sus hombres protegen desde hace meses a los opositores reunidos sin tregua en la “Plaza del Cambio” así rebautizada por los opositores.
Un escenario complejo
El anuncio es, en realidad, la esperada culminación del último capítulo de la crisis, abierto con la vuelta al país del presidente el 23 de septiembre tras casi cuatro meses en Arabia Saudí, donde fue curado de las graves heridas sufridas el tres de junio en un ataque contra su residencia oficial en Sanaa que costó varias vidas.
Apenas vuelto, Alí Saleh dijo que lo hacía con bandera blanca y reconoció que no había más que una salida pacífica y negociada, tras reiterar su disposición a acordar los mecanismos del relevo con la oposición que, aunque muy heterogénea, había conseguido formar un “Frente Común” que desde entonces intenta negociar con el poder. A la hora de difundir este artículo había pocas reacciones opositoras a la última promesa del presidente, pero destilaban pesimismo.
El complejo escenario político, tribal, nacional (el Yemen es un solo Estado desde 1990, pero las tensiones secesionistas en el Sur derrotado se mantienen) y la aguda crisis de suministros no ayuda a fomentar la negociación, pero, al mismo tiempo, un desenlace pactado es percibido como el único medio de abordar la crítica situación económica desde un mínimo de estabilidad.
El papel del vicepresidente
El partido oficialista, “Conferencia General del Pueblo” es, desde luego, una potente red clientelar y tribal polivalente, diversificada y práctica (por ejemplo, el propio presidente y su familia son zaydíes, es decir practicantes de una rama minoritariadel islam shií) pero a su modo es representativa. Eso explica la larga resistencia del jefe y su espectacular regreso, cuando todos los pronósticos vieron su traslado malherido a Ryad como el principio del fin de su largo mandato de 33 años.
No fue así y Saleh, muy trabajado sin duda estos meses por sus socios saudíes y los mediadores oficiales del “Consejo de Cooperación del Golfo”, ha debido encontrar la fórmula para conseguir tres objetivos: a) inmunidad para él y su familia; b) traspasar el gobierno a un gobierno interino de corte técnico (no a la oposición rebelde, lo que sería visto como su derrota cuando, realmente, está acosado, pero no derrotado); c) un calendario adecuado para todo esto que permita enfriar los ánimos.
El hombre clave para enjaretar el arreglo en el interior del régimen es el vicepresidente de la República, Abed Rabu Mansur al-Hadi, un moderado respetado por todas las partes, quien sería presidente tras la dimisión de Saleh y llamaría a una figura aceptada por todos para formar un gobierno provisional. Tal gobierno prepararía unas elecciones legislativas y el nuevo parlamento redactaría una nueva Constitución y solo entonces, se produciría el cambio de régimen. Más o menos un año… si vale el precedente egipcio (destitución de Mubarak a primeros de febrero y elecciones parlamentarias el 29 de noviembre y aún por fijar la fecha de la presidencial).
¿Un país ingobernable?
Todo esto, en realidad, estaba negociado y acordado ¡en abril! cuando Saleh empezó a arrepentirse cada semana. Si ahora, con una compatriota opositora, Tawakul Karman, distinguida con el premio Nobel de la Paz, el presidente tampoco cumple su promesa eso significará que, definitivamente, no es un interlocutor aceptable. La oposición, crecida por el mensaje de ánimo enviado por el Nobel y la presión combinada de Washington (pública y reiterada) y de Ryad (discreta y con garantías) se vería aún más justificada en su actitud.
El escenario social yemení, de todos modos, ofrece todos los ingredientes para ser menos optimistas que en los precedentes tunecino y egipcio (lo de Libia es una incógnita todavía). El número dos del partido oficial, el influyente Sultan al-Murakani, uno de los arquitectos del arreglo pactado, se quejaba no hace mucho que su país solo aparecía en la prensa como un ejemplo de caos y retraso. Algo hay de verdad en su queja, porque el gobierno ha hecho frente a desafíos terribles: una guerra civil terminada en 1990 con la victoria del Norte y la apoteosis de Saleh, una rebelión larvada y/o activa en el norte shií, gran escasez de recursos materiales y, por fin, la activa instalación en su suelo de al-Qaeda.
No se puede ser muy exigente con la conducta del gobierno y hasta se puede recordar sin mentir que hubo un tiempo en el largo reinado de Saleh en que hubo libertad y un recurso a los medios democráticos. Con la participación del islamismo reformador (“Al Islah”, el partido en el que militar la Sra. Karman) hubo vida parlamentaria y he oído elogios de este periodo al mejor especialista occidental en el país, el gran arabista francés François Burgat. El Yemen ¿no tiene remedio? No es seguro…