Nobel: Merecimientos y matices
Este año que va terminando es, sin duda, el año de los árabes
MADRID Actualizado: GuardarComo ocurre a menudo, la atribución del premio Nobel de la Paz produce interpretaciones diversas, remite a la dificultad obvia de encontrar los santos seres humanos con un cursus honorum inatacable y está siempre amenazada por la sombra alargada de la política. Y hoy ha ocurrido, aunque en tono menor y sin gran polémica, con la concesión del gran galardón a Ellen Johnson Sirleaf, Leymah Gbowee y Tawakul Karman.
Las dos primeras son dos ilustres vecinas liberianas: Ellen J. Sirleaf es nada menos que la presidenta de la República de Liberia, un país desangrado por la guerra civil inducida por el régimen atroz del presidente Charles Taylor (1997-2003), ahora felizmente en manos del Tribunal Penal Internacional que, con toda seguridad, le encerrará de por vida.
Lo que fue percibido en su día como un milagro –su extradición desde Nigeria– fue en buena parte mérito de su sucesora y ahora premiada, pues Ellen Jonson Sirleaf batalló para obtenerla y supo hacer lo necesario, en los terrenos diplomático y puramente político con mucho respaldo occidental y, en particular, del Reino Unido, cuyos soldados, y esto fue mérito de Tony Blair, contribuyeron decisivamente a derrotar a Taylor y acabar con el espectáculo insoportable de los niños-soldado.
El caso Gbowee
La presidenta, sin embargo, no se libró de algunas críticas porque cuando era mucho más joven – hora es una septuagenaria en buena forma –colaboró con gobiernos ya de muy dudosa reputación, los del presidente Samuel Doe, el descubridor de Taylor. Ellen Johnson Sirleaf puso entnces a contribución del país sus amplios conocimientos como economista graduada en Harvard.
Si se añade que es inminente la elección presidencial en Liberia y que la premiada se presenta a la reelección, es razonable que sus adversarios políticos vean en el premio, por mucho que se dé como un impulso a la política de definitiva igualdad de la mujer y su definitiva liberación social, una especie de injerencia en asuntos internos.
Tal cosa no habría ocurrido de atribuirlo solo a su compatriota Leymah Gbowee, desconocida fuera de los círculos de iniciados, pero muy estimada por los medios de asistencia humanitaria y reconstrucción democrática en su país, al corriente de su trabajo social desde cero. Ella, que es cristiana, se unió con otras mujeres activistas de extracciones diversas, musulmanas incluidas, para alentar el movimiento de liberación femenina y estricta igualdad con los varones, lo que ha sido un triunfo universalmente reconocido por ejemplo por las agencias de la ONU. Tal vez con una sola mujer liberiana habría sido suficiente… y el lector podrá escoger a su gusto.
Un guiño a la 'primavera árabe'
Las quinielas sobre eventuales premiados solo tenían este año un candidato seguro, pero colectivo, indefinido y anónimo: el proceso de revuelta social democratizadora bautizado como 'primavera árabe'. Pero premiarla como tal era instrumentalmente imposible, de modo que había que buscar alguien de carne y hueso. Algunos ilustres blogueros egipcios, impulsores iniciales de la revolución popular en el Egipto de febrero pasado parecían favoritos, encabezados por Wael Ghonim, que se ha hecho internacionalmente célebre.
Y una opción excelente en el registro puramente moral habría sido la del pobre desempleado tunecino y verdulero ocasional Mohamed Buaziz quien, acosado por la policía y con su mercancía por el suelo, se autoinmoló el 17 de diciembre en Sidi Buzid. Él fue, sin duda alguna por una vez, la célebre chispa que originó el gran incendio democratizador. El quince de enero el presidente-dictador Ben Alí huía del país: la primavera había empezado con algunas semanas de anticipación.
La fundación noruega que da el Nobel encontró una fórmula satisfactoria: una mujer yemení, Tawakul Karman, bien conocida por los medios locales como animadora del movimiento feminista y, al tiempo, democratizador y eso desde hace unos cuantos años y siempre por medios pacíficos. Con la condición de que es –o era, con seguridad, hace poco– conocida militante del partido islamista Al Islah (La reforma) con fuerte implantación nacional, jugando el juego democrático cuando ha sido posible e inseparable de cualquier arreglo pactado a la crisis.
Su designación es merecida, pero no se habría producido sin la 'primavera', que no podía faltar a los premios de este año. Porque este año que va terminando es, sin duda, el año de los árabes.