El nuevo escudo
Si se excluyen las litúrgicas tomas de posición contra el terrorismo, pocas veces se ha visto a la OTAN y la Federación Rusa de acuerdo en algo que involucre una dimensión militar
MADRID Actualizado: GuardarSi se excluyen las litúrgicas tomas de posición contra el terrorismo, pocas veces se ha visto a la OTAN y la Federación Rusa de acuerdo en algo que involucre una dimensión militar. Pero eso ocurrió hace ahora un poco más de dos años, a mediados de septiembre de 2009, cuando la administración Obama resolvió que el eventual despliegue en Europa del llamado escudo anti-misiles debía ser revisado, redefinido incluso de modo que Moscú interiorizará que no era, de hecho, una amenaza contra Rusia, también potencia nuclear.
Moscú se había puesto en guardia porque el gobierno Bush, cometiendo un error más cercano a las relaciones públicas y la pedagogía política que a la mera realidad de las cosas, había hecho saber que la OTAN desplegaría en dos antiguos Estados del extinto Pacto de Varsovia, la República Checa y Polonia, parte del sistema, una mezcla de instalaciones de alerta y control (radares muy potentes) y medios anti-balísticos (misiles en tierra y a bordo de aviones).
Los rusos pusieron el grito en el cielo y no vacilaron en describir la situación como una capitulación de dos gobiernos muy pro-occidentales y desde luego elegidos como “vasallos de Washington”… y reaccionaron en el caso polaco con el anuncio de que desplegarían a su vez misiles nucleares de medio radio en el enclave de Kaliningrado (la vieja Koenisberg alemana, patria chica de Kant) físicamente separado de Rusia, pero de su soberanía, y a solo un centenar de kilómetros de Polonia.
Obama y los europeos
La dimensión checa del proyecto era también muy compleja porque si en Polonia la opinión respaldaba con cierta holgura la llegada de radares y misiles, encuestas muy reiteradas probaron que no era tal la situación en Chequia. El despliegue, que se planeaba muy cerca de la capital, Praga, tenía menos respaldo público que en Polonia y una mayoría de ciudadanos en contra, aunque el gobierno mantuvo sus planes al respecto y se buscó la ubicación idónea.
En esos días del otoño de 2009, Washington pudo confirmar además lo que, en realidad, fue el motor del cambio de planes que tanto gustó en Moscú: con la excepción de Gran Bretaña, incapaz de herir ni un minuto las célebres ‘relaciones especiales’ con los Estados Unidos, los aliados europeos viejos colegas en la guerra fría y cofundadores de la OTAN, tampoco estaban de acuerdo. París, el París de Sarkozy que tanto se ha separado del gaullismo diplomático y ha reubicado a Francia en la estructura militar de la Organización, se felicitó en público por la “sabia decisión de Obama”, como hacía el presidente ruso, Dimitri Medvèdev.
Los cambios fueron de naturaleza técnica y el entonces jefe del Pentágono, Robert Gates, dio algunos detalles: en tanto se redefinía el plan, destinado a contrarrestar eventuales amenazas de países como Corea del Norte o Irán, ambos con una industria balística solvente y casi nunca abiertamente mencionados, se montaría un mecanismo naval que implicaría bases ya operativas y lanzadores móviles (buques con el sistema AEGIS a bordo, lo que explica la aparición de la base de Rota). Turquía anunció hace diez días que instalará en su territorio el primer gran radar y Rumanía, Polonia y Holanda han anunciado también contribuciones.
Queda por ver si los pesos pesados de la OTAN en Europa se unen con la misma contundencia al nuevo escudo. El dispositivo debe estar operacional al completo en 2018 y, por tanto, el proceso no ha hecho sino empezar.