cazadores y cazados

La irresistible progresión del jabalí

Este cerdo salvaje abunda tanto en la península, que prácticamente se abate en los cuatro puntos cardinales de España

VALLADOLID Actualizado: Guardar
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Es probable que, para todos los que alguna vez hemos leído las aventuras de Astérix y Obélix, el jabalí tenga ribetes de animal místico. El pobre animalito era la comida favorita de los habitantes de la irreductible aldea, pero a pesar de la presión a la que les sometían, en la escena final siempre aparecían tres o cuatro sobre la mesa mientras Asurancetúrix, el bardo, permanecía amarrado y amordazado para evitar que cantara. Pues al igual que por la imaginación de Uderzo y Goscinny no pasaba que el jabalí desapareciera, por la mente de los cazadores tampoco transita esa idea.

Aventurar un número de jabalíes abatidos en España es una quimera. Este cerdo salvaje abunda tanto en la península, que prácticamente se abate en los cuatro puntos cardinales de España. Ya sea a la espera, ya sea en monterías, ya sea en cacerías organizadas, con la llegada del otoño empiezan los meses malos para tan peculiar animal.

Y el caso es que el jabalí es de esas especies que, recelando del ser humano más que ninguna, ha sabido sacar provecho de la actividad agrícola. La mejora de los sistemas de riego, por ejemplo, ha permitido que en muchos lugares se siembre maíz, un cereal limitado en su cultivo durante muchos años a la España húmeda. Los valles de los grandes ríos alimentan ahora muchas parcelas en las que se cultiva una planta que ofrece a esta especie alimento, protección, frescor en verano y una cómoda zona en la que dormir.

La primera vez que pude disparar a un jabalí fue en un maíz que lindaba con la ladera de una loma, en el valle del Duero. Hostigado por los perros, el verraco salió tranquilamente al claro, convencido de que eludía el peligro. De pronto me olió al cambiar ligeramente el viento, y emprendió la huída colina arriba. Lo reconozco, bajé el arma. El espectáculo de aquel animal de 100 kilos corriendo ladera arriba era más emocionante que la posibilidad de disparar. Cazar no es apretar el gatillo. Esa es la consecuencia. Y a veces, no merece la pena. El agricultor al que el verraco estaba dañando la cosecha no puso buena cara ante mi decisión. Comprensible, pero dudo mucho que el animal tuviera en mente regresar.