El presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás. / Ap
ORIENTE PRÓXIMO

El escándalo de un Estado palestino

El reconocimiento de la ONU puede ser un revulsivo de un proceso de paz en el que se imponga la solución de dos Estados

MADRID Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

En el debate o discusiones en torno al conflicto palestino se ha impuesto un extremismo que no suele admitir matices. Con Israel y su Gobierno se está a favor o en contra. No puede haber medias tintas. Cualquier matiz o crítica se interpreta como una acción hostil cuyo objetivo último es la destrucción del Estado israelí. Da igual que defiendas su existencia y sientas una sincera admiración por el pueblo judío. La crítica o discrepancia es sinónimo de ataque.

En España, además, la cuestión se envenena todavía un poco más al integrarse en el alineamiento ideológico y político: la derecha del PP a favor de Israel y la izquierda socialista partidaria de la causa palestina. Ante esta cerrazón, resulta reconfortante que personalidades como Mario Vargas Llosa o destacados intelectuales israelíes como Amos Oz, David Grossman y Abraham B. Yehosua aporten una visión lúcida y honesta del conflicto.

Todo ello ha vuelto a salir a flote con la petición de reconocimiento de Estado en la ONU por parte la Autoridad Nacional Palestina. Con el previsible veto de de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad, la propuesta sería previsiblemente aprobada por una gran mayoría en la Asamblea General bajo la condición de "Estado no miembro", el mismo estatus que tiene el Vaticano. Reconocer el Estado palestino dentro de las fronteras de 1967 reforzaría además la legitimidad de la propia existencia de Israel.

Conflicto irresoluble

Resulta cuanto menos curioso que la diplomacia israelí acuse a la Autoridad Palestina de actuar de forma unilateral y de romper los Acuerdos de Oslo, cuando no paran de ampliarse y crecer los asentamientos ilegales sobre los territorios ocupados. Netanyahu ya le ha soltado en la cara a Obama su rechazo tanto a parar las colonias como a aceptar como marco de negociación las fronteras de 1967, además de no querer poner plazos ni tiempos a las negociaciones.

En suma, el primer ministro israelí transmite la idea de que el conflicto es irresoluble y que es preferible seguir como hasta ahora: los extremistas de Hamas y la población de Gaza encerrados en una ratonera, bajo la permanente amenaza de otra drástica operación de castigo como la de Plomo Fundido, y el presidente Abbas convertido en una mera comparsa de unas negociaciones indefinidas.

Mientras, la ocupación se amplía y consolida a través de nuevas colonias, tanto en Cisjordania como en Jerusalén, en una política de hechos consumados que aspira a ser irreversible. Con esta dinámica y como declaró en 2004, Dov Weisglass, negociador israelí y estrecho colaborador de Ariel Sharon: "los palestinos tendrán su Estado cuando se conviertan en finlandeses".

La petición de reconocimiento del Estado palestino ha roto esa inercia inmovilista. La iniciativa, similar a la que permitió a los israelíes crear su Estado en 1947, es un movimiento pacífico que busca el respaldo mayoritario de la comunidad internacional. Va en la línea de lo que muchos comienzan a pensar sobre el conflicto: que la paz tiene que ser propiciada desde el exterior ante la manifiesta incapacidad de ambas partes en ponerse de acuerdo.

Equilibrio de fuerzas

Resulta urgente actuar en un escenario que no va a ser ajeno a todo lo que está ocurriendo en su entorno y a los vientos de cambio en el mundo árabe. Lo que puede provocar un nuevo estallido de violencia, o la tercera Intifada como dicen el Ejecutivo israelí, no es precisamente un cambio de estatus en la ONU sino el aumento constante del sentimiento de fracaso y frustración en la población palestina.

Tras un recorrido histórico marcado por la ignominia de las persecuciones y que culminó en el Holocausto, resulta comprensible que Israel solo confíe en sí mismo y en su fuerza militar para asegurar su futuro frente a la hostilidad de sus vecinos, pero debería poner su horizonte más allá de las próximas cuatro o cinco décadas. Las fortalezas derruidas que proliferan en el entorno de Tierra Santa recuerdan la fragilidad y temporalidad de los Imperios que por allí pasaron basados en la superioridad militar.

El actual equilibrio de fuerzas que hoy favorece con creces a Israel puede no ser eterno. Su aislamiento regional crece –el deterioro de las relaciones con Turquía y Egipto constituye una nueva señal de alarma– y la mejor garantía de supervivencia pasa por mejorar las relaciones con los países vecinos. Y para conseguirlo, la condición imprescindible es una solución del problema palestino a través de la fórmula de dos Estados. El reconocimiento de Palestina por la ONU puede ser un primer paso en esa dirección.