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«Hay que meterse en los charcos de la historia»

"Sobre la memoria de los hechos históricos pesan toneladas de propaganda", dice Lorenzo Silva, autor de 'Niños feroces', un relato de la era digital "que se lee como una novela del XIX"

MADRID Actualizado: Guardar
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Diwaniya, Irak. Abril de 2004. Alguien apunta con un lanzagranadas a un soldado español que se mueve en un blindado. El militar español roza en el gatillo. Duda, pero aprecia que el enemigo es un crío. El chaval, que lo mira con odio, baja el arma y el soldado no dispara. Berlín, 1945. Un muchachito alemán con un brazo desgarrado por una bomba sujeta con la mano salva un lanzagranadas. Apunta a un soldado español alistado en las temibles Wafen SS. Son dos 'niños feroces'. Les separan 60 años y les une el horror de la guerra y el cultivo de un odio que apenas ha cambiado desde el alba de los tiempos. En torno a ambas escenas ha armado Lorenzo Silva (Madrid,1966) su último libro, 'Niños feroces' (Destino), una narración con mucho de historia, algo de ficción y gotas de reflexión que indaga, entre otras muchas cosas, en la naturaleza del odio, la condición de los verdugos, y en la voluntad de ser escritor. Sus protagonistas son un soldado de la división azul y de una Alemania al filo de la derrota -Jorge- y un avispado joven que en la era de YouTube, Facebook y Twitter, busca en su peripecia las claves del narrador de largo aliento -Lázaro-.

- Ofrece un relato que fuerza el género novelesco, pero que se le como una novela.

Apenas un tercio es ficción. El resto son hechos reales, documentados y contrastados. Pero es una novela. Un punto experimental, sí, pero sin que se note. Se lee como una novela del XIX sin serlo. Tampoco es un puzle y tiene bastante que ver con una 'webquest', una indagación a través de la red, con imágenes, música, testimonios. Un libro sobre los verdugos, sobre alguien que se convierte en verdugo por casualidad, en el que también están las víctimas.

- ¿Un alegato antibelicista desde el corazón de la guerra?

Puede. Habla de la guerra, sí, de una realidad ante la que es imposible no situarse. La historia te lleva a tomar conciencia de la guerra, una constante que no acaba jamás y que ahora vivimos de otra forma. No afectan a toda la población. A diferencia de los años cuarenta del siglo XX, mandamos solo a unos pocos al frente. Hoy tenemos unos poquitos soldados en Afganistán y unos pilotos en Libia. Pero eso no quiere decir que no estemos en guerra. Si perdemos la conciencia de lo que es una guerra y de lo que causa, la decisión guerrera se toma a la ligera. El ejemplo más catastrófico es Irak. Se decidió a la ligera. Fue un esfuerzo inútil y costoso que salió mal.

- ¿En todas las guerras mueren jóvenes enviados por generales que peinan canas?

Sí. Como dice Robert Graves, la guerra debería ser un deporte reservado a mayores de 45 años. Sabía de qué hablaba. Estuvo en la carnicería de la Primera Guerra Mundial y se preguntó ¿porqué los que nos lleva a la guerra no van a las trincheras?

- La memoria, que tiene muchos filos ¿no es a menudo es un arma arrojadiza?

Sin duda. Sobre la memoria de los hechos históricos pesan toneladas de propaganda, de los vencedores y de los vencidos. Y este libro se mete en muchos charcos: el alzamiento, la guerra civil, la represión de ambos bandos, la posguerra, le guerra mundial y la intervención española, la caída del muro del Berlín, la transición... Hay que pisar los charcos de la historia y de la memoria y eludir la propaganda. Es lo que intenta el protagonista, un joven que aspira a ser escritor y que dentro del legado propagandístico que recibe trata de ir al meollo y desprenderse de la hojarasca.

- ¿Cómo se metió en el charco de esta novela?

Por casualidad. Navegando por internet di hace tres años con una esquela del ABC de 1984. Daba cuenta de la muerte de un militar español que estuvo en la División Azul, teniente coronel de las Waffen SS hasta la caída de Berlín. Precisarlo en la esquela su condición era todo un atrevimiento. La curiosidad disparó la historia. Hay que tener voluntad de hallar historias y olvidarse de las musas, que no hacen nada por nadie.

- ¿Es la historia de uno de tantos verdugos de la historia movido por el odio?

La venganza y el odio a los comunistas que mataron a su padre fueron el motor de la vida de este verdugo por carambola. No hizo caso a su padre, que en una carta alcanzó a pedir a sus hijos que perdonaran y no fueran como sus verdugos. No hizo caso, pero al final de su vida se lo cuestionó. La novela constata que el odio, el resentimiento y la venganza son humanos. Pero que también lo es desprogramarse de esa herencia. Ni la vida, ni el futuro, ni la historia ni la sociedad merecen construirse desde el odio, la venganza y el resentimiento.

- Advierte al lector que el relato es duro, y que plantea más preguntas que repuestas.

Quizá sea mi novela más ambiciosa. Cuenta cosas desagradables y una peripecia difícil, pero apasionante. La de un joven de la División Azul que defendió en 1945 las ruinas del nazismo en un Berlín cercado por los rusos, como otro puñado de españoles. Es incómoda. El desafío era indagar, con todas sus aristas, una historia que aspira a sacudir la interpretación del mudo que tiene cada lector. Es mérito de la historia, no del narrador. También están las víctimas, y la primera víctima de aquella guerra, como casi siempre, fue la inteligencia, que simbolizo en Walter Benjamin, muerto como un perro en Port Bou en su huida de los nazis.

- ¿Que une al joven soldado temerario y al joven escritor que narra su peripecia?

El aprendizaje del soldado y del escritor son parecidos. En su base está el sacrificio. Ambos necesitan coraje. Los cobardes duran poco en la batalla y en la literatura. Los dos han de ser disciplinados y solidarios. Un soldado solo no vale nada. Un escritor tampoco es nada sin sus lecturas, sin los maestros que le alumbraron. Todos hacemos un relato cooperativo. Jorge y Lázaro son dos personajes de ficción a los que presto mi experiencia, como hago con Bevilacqua y Chamorro.

- ¿Por qué apenas se han escrito ficciones de la División Azul?

España es el país de la historias arrumbadas. La conquista de México o Perú, los comuneros, las expediciones del XVIII, las guerras de África . Tenemos un caudal enorme que rumbosamente nos permitimos despreciar. Hollywood ha hecho maravillas con la décima parte. Pero la historia de este libre es la del puñado de españoles, unos cientos de divisionarios, que apostaron por Hitler cuando Franco le había abandonado.