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La amenaza del 'lobo solitario'
EE UU ve muy difícil que vuelva a producirse un macroatentado terrorista
CORRESPONSAL EN NUEVA YORK Actualizado: GuardarAntes del 11 de septiembre de 2001, la Administración Bush había centrado su acción exterior en China y Rusia, en determinar si un acuerdo de paz para Oriente Próximo era factible o en considerar la mejor manera de lidiar con países 'desafiantes' como Irán, Libia y Corea del Norte. Aunque Al-Qaida había mostrado su músculo salpicando la era de Bill Clinton con sangrientos ataques contra intereses norteamericanos en África y la península Arábiga, Washington había colocado el islamismo radical al final de su lista de prioridades.
Richard Clarke, entonces responsable del Consejo Nacional de Seguridad, contaba con elementos para asustar al Gobierno sobre la inminencia de nuevos ataques, y George Tenet, el director de la CIA tan desprestigiado luego, interpretó malamente la situación cuando algunas luces de alarma estaban en rojo. No hicieron nada. Lo peor es que, por encima de ellos, el secretario de Estado, Colin Powell; el de Defensa, Donald Rumsfeld; y la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, vivían en un extraño limbo donde la amenaza terrorista parecía haberse evaporado. No es de extrañar que con este ambiente George Bush se marchara raudo a su rancho en Texas en agosto de aquel año para pasar unas largas vacaciones. Osama bin Laden no era desde luego su preocupación primordial.
Mientras la ineficacia de la cúpula política no se tradujo en una reestructuración del Gabinete tras los atentados -el trío anterior salió reforzado merced a las guerras desencadenas contra Irak y Afganistán-, la comunidad que aglutinaba los servicios de inteligencia se llevó el grueso de las críticas y las dimisiones.
Después de todo, sobre esta vasta red de agencias descansaba la responsabilidad de detectar e interceptar ataques contra EE UU dentro y fuera del país. La acumulación de evidencias sobre su pésima coordinación propiciaría una transformación radical en su funcionamiento y el concepto mismo de lucha antiterrorista.
Como ejemplo del caos y la frustración que golpeó los despachos de los jefes de Inteligencia, uno de sus protagonistas, el exdirector de la Agencia Nacional de Seguridad Michael Hayden, relataba hace poco a la agencia AP los dramáticos momentos vividos después del impacto de los aviones. Enseguida recibió una llamada urgente de su homólogo al frente de la CIA, George Tenet, quien alarmado le preguntó: "¿Qué tienes por ahí, Mike?". Hayden, responsable del brazo dedicado interceptar las comunicaciones, le respondió escuetamente: "Lo están celebrando". En cuestión de minutos sus hombres habían detectado cientos de mensajes de militantes de Al-Qaida alrededor del mundo en que se felicitaban del éxito de la operación. Luego añadió: "George, no tengo nada concluyente, pero está claro quién ha provocado esto". "Todos supimos pronto que había sido Al-Qaida", admite el exfuncionario.
Pero si, como parece claro, sabían dónde estaban, ¿por qué no fueron capaces de detenerlos o advertir sobre la posibilidad de un ataque inminente? Esta es la pregunta que ha sobrevolado las agencias de inteligencia desde aquel fatídico día. Los críticos lo han denominado el mayor fracaso de estos servicios desde que el país falló en detectar el ataque sorpresa de Japón a Pearl Harbor en 1941.
Piezas sueltas
Hayden, quien sustituyó a Tenet al frente de la CIA, atribuye la cadena de errores a "una falta de imaginación". "El patrón de Al-Qaida hasta ese momento había sido atacar a Estados Unidos en el exterior", contra un buque de la Marina en Yemen y dos embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania. "Aunque sabíamos que el demonio estaba al acecho, fuimos incapaces de calibrar hasta dónde estaba dispuesto a llegar".
En sus demoledoras conclusiones, la comisión especial del 11-S certificó que el entramado de agencias de inteligencia contaba con valiosa información, suficiente para detener el complot. Nadie, sin embargo, se había preocupado de unir las piezas del puzle.
Siguiendo las recomendaciones de esa comisión, el Congreso creó un nuevo cargo ministerial en 2004: el de director nacional de Inteligencia. Dennis Blair, que ocupó el puesto hasta mediados del pasado año, asegura que el problema no fue tanto compartir información como el exceso de ella. "El intercambio de datos no era el problema. Había tal cantidad de documentos que la combinación de personas y máquinas a nuestra disposición se mostró incapaz de separar lo realmente importante".
Aunque se ha avanzado mucho, Blair destaca que la mecánica de compartir información está lejos de ser perfecta debido a las resistencias y los recelos de algunas agencias. La Casa Blanca admite que siempre habrá alguna grieta por la que puedan penetrar los terroristas. El sentir general es que se tratará de atentados a pequeña escala tales como el tiroteo en Fort Hood en 2009, que se saldó con la muerte de trece personas, o el intento de explosionar un coche bomba en Times Square (Nueva York) el año pasado. "Estamos en condiciones de prevenir un gran ataque al estilo del 11-S", afirma Blair. "Las amenazas más probables vendrán de un terrorista, dos a lo sumo. Aun así, esto no excluye que se logre hacer un daño importante a la nación".
Los mismos temores ha expresado Barack Obama en vísperas del décimo aniversario de los atentados. "El escenario más probable contra el que hay que tomar precauciones es una operación llevada a cabo por un 'lobo solitario' antes que un ataque masivo y bien coordinado".