Carrie Underwood, durante una actuación en los premios Grammy. / Archivo
MÚSICA

El country azucarado impone su ley

Estrellas de rostro angelical dominan con sus afilados tacones el territorio que otrora hollaron quienes gastaban botas con espuelas

MADRID Actualizado: Guardar
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Rudos vaqueros ataviados con sus sombreros y sus botas con espuelas. Rostros ajados y manos curtidas por el efecto del sol que luce abrasador sobre los campos yermos. Caballos atados junto al abrevadero cuyos cascos resuenan sobre el empedrado. Tímidas doncellas que aguardan a que el gramófono se ponga en marcha para dar rienda suelta a la diversión tras un largo y ajetreado día de trabajo en la granja. Y un buen trago de aguardiente con el que regar el gaznate. Es el escenario que se viene a la mente cuando uno escucha una canción country. El estilo musical perfecto para retrotraerse a los tiempos en que bandidos, indios y sheriffs libraban sus combates a punta de pistola y disparos de flechas. Pero algo está cambiando. El country se está edulcorando. Le han echado azúcar y la bebida resultante ya no satisface el sentido del gusto de los más puristas.

Es la acusación que vienen vertiendo de un tiempo a esta parte algunos de los eruditos de este género musical que nunca ha calado demasiado hondo fuera de Estados Unidos pero por el que los habitantes del país de las barras y las estrellas sienten especial predilección. Hank Williams, Willie Nelson, Back Owens o Johnny Cash son algunos de los que han marcado su nombre con letras de oro en la historia de la música country. Pero también las mujeres han triunfado con letras que hablan de forajidos, vasos de whisky, rufianes colgados en la horca y corazones rotos. Patsy Cline, Dolly Parton, Emmylou Harris o June Carter vendieron millones de discos y acapararon premios Grammy por doquier merced a sus respectivas formas de abordar esta música que tiene en lugares como Nashville (Tennessee) o Bakersfield (California) algunos de sus templos de culto.

Ahora hay otros nombres reluciendo en el firmamento. Brad Paisley o Keith Urban figuran en las listas de éxitos. Pero también lo hacen otras cantantes que convencen menos a algunas veteranas y respetadas leyendas del género. Es el caso de dos de las 'niñas mimadas' de la industria discográfica estadounidense: Carrie Underwood y Taylor Swift. Jóvenes, atractivas y con un punto de dulzura que ha seducido a millones de personas.

Tacones y guantes de terciopelo

Carrie Underwood se encumbró tras ganar la cuarta edición de 'American Idol'. Desde entonces, es decir, desde 2005, ha publicado tres álbumes, consiguiendo colocar millones de copias de todos ellos y engalanando su casa con cinco premios Grammy, entre otros numerosos galardones.

Taylor Swift ha logrado registros, si cabe, más impresionantes. Llamó la atención ya con su primer trabajo. Pero fue el segundo, 'Fearless', el que le permitió situarse en lo más alto, consiguiendo el Grammy al Mejor Álbum del Año. Es uno de los trabajos de country más vendidos y galardonados de toda la historia. Más importante aún: inoculó el veneno del género en las nuevas generaciones. Amiga de Miley Cyrus -cuyo padre, por cierto, también es un aclamado representante del estilo- y de otras estrellas Disney, su imagen angelical en el videoclip de 'Love Story', una canción que permaneció durante semanas y semanas en el primer puesto de las listas estadounidenses sedujo a riadas de adolescentes que siguen desde entonces cada uno de sus pasos. Se la ha relacionado con todo tipo de 'rompecorazones', desde Joe Jonas, quien habría cortado con ella por teléfono, hasta Taylor Lautner, uno de los actores de 'Crepúsculo', con quien compartió créditos en 'Historias de San Valentín'.

Carrie Underwood y Taylor Swift son esas modernas estrellas que dominan el country de comienzos del siglo XXI. Lo han azucarado, dicen algunos, le han robado el espíritu y la identidad, según sentenciaba uno de los mitos vivientes del género, George Jones -quien, no obstante, reconocía el talento que ambas poseen-. Tal vez solo hayan hecho lo que tantos y tantos otros antes que ellas: transformar el sonido y adaptarlo a lo que demandan los nuevos tiempos. Quizás con el paso de los años se constate que fueron ellas quienes garantizaron la supervivencia del sonido sureño. Solo que ahora, en lugar de botas y espuelas, lo que se lleva son afilados tacones y guantes de terciopelo.