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9.288
MURCIA Actualizado: GuardarVale, esto es lo que hago. Tengo 38 años, vivo en casa de mi madre y esto es lo que hago: sirvo hamburguesas. Estudié Historia del arte, Literatura y Lengua. Obtuve matrícula de honor en cada año. Prodigio, me decían mis amigos, eres un prodigio. Yo les sonreía. Me gustaba creerles. Y ahora, mientras frío la carne y corto rebanadas de pan, me acuerdo de Van Gogh y de sus girasoles. No es que tenga su talento... pero él tampoco lo tuvo, o al menos así lo decidieron mientras vivía. Me lo repito todos los días para ver si escarmiento: vale, tengo 38 años y esto es lo que hago: sirvo hamburguesas. «¿Qué desea señor?» «Su cambio señor». «Hasta la vista señor». «Bienvenido señor». «Hace buen día señor». «¿Quiere el cupón de oferta, señor?» Se me da bien mentir. Digamos que es el síntoma de mi hastío personal. Y mientras soporto la carga de ser un licenciado que trabaja en un McDonalds, pienso en Monet, Rimbaud, Pauster, Baudelaire y en el infierno inalcanzable de Dante: mentir.
Muchas veces he pensado en suicidarme. Vivo en un quinto. Se acabarían los problemas al instante. Kurt Cobain sí que supo hacerlo. Pero soy un cobarde. Soy de esos que prefieren sufrir. Sufrir y quejarme. Sufrir, quejarme y rezar. Voy todos los domingos a misa. El cura me dice que tenga paciencia; que al final el talento se recompensa. Yo me callo. Me callo y lloro en silencio. Ni siquiera me salen las lágrimas. Pero lloro, lo juro por Dios. No se jura, me dice de vez en cuando el cura, pero ya no hago caso de esas tonterías. Ya tengo 38 años y juro lo que me da la gana. Ni siquiera creo en Dios, pero el cura me escucha. Es triste, pero es así.
Por las noches escribo en mi diario pensando que soy un buen escritor. Aunque nunca termino nada. Empiezo un montón de historias pero no consigo acabar ninguna. Es como una maldición; como mi propia vida; una especie de laberinto sintáctico que se retuerce y se expande y estalla en mil añicos contra el caótico universo que me desprecia cada vez que sirvo un Big Mac. ¡Que pase un buen día señor, vuelva pronto!
Y encima tengo que luchar contra mi memoria. Al parecer es prodigiosa y me acuerdo de todo. No puedo evitarlo. Me asaltan los datos cuando menos me lo espero: 9.288 es el número de kilómetros del ferrocarril Transiberiano que une Moscú con Vladivostok. Son cosas así. Las recuerdo y ya está. No sé para qué demonios sirven, pero ahí están, palpitando en mi cabeza hasta que cualquier cosa las hace estallar: 9.288; si sumamos todos sus dígitos sale 27. Y esa es la edad con la que se suicidó Kurt Cobain. Un tiro en la cara y se acaba todo. Él tuvo valor. Sí, son ese tipo de cosas. Las recuerdo y luego me siento como una mierda. Como aquel día en que salí de trabajar y me encontré con el hombre que pide monedas por vigilar los coches en el parking. ¿Tiene una moneda? Me preguntó. No, le dije, no tengo, y llevo prisa. Nadie le está reteniendo, me dijo, metiéndose las manos en los bolsillos. Yo no le dije nada y seguí caminando. Entonces él se volvió hacia mí y me gritó: Gilipollas. Me sacó el dedo y me hizo un corte de manga. ¿Por qué se pone usted así? Pregunté. Porque todos sois iguales, respondió, sois todos unos malditos gilipollas. Entonces me mordí el labio hasta hacerme sangre y le dije que yo por lo menos tenía dónde dormir. Maldito estúpido, le dije, por lo menos tengo una casa y una mujer con la que follar. El tipo escupió en el suelo, dio media vuelta y siguió a lo suyo. Y por un instante, sí, por un instante, me sentí como un auténtico hijo de puta que hubiese ganado el mismísimo debate de la nación.
Cuando llegué a mi casa me conecté a internet y me masturbé con un calcetín en la polla para no mancharme el uniforme de lefa. Mi madre no se enteró de nada. Está medio sorda y bastante tuvo con prestar atención a lo que decía la Esteban en el Sálvame. Claro que no tengo mujer, pero no soy un gilipollas. No, no lo soy... Tengo 38 años y soy Licenciado en Historia del Arte, Literatura y Lengua. Y a veces, cuando la soledad me extirpa el sentido de la vida, imagino que tengo valor suficiente para meter mi cara en el aceite hirviendo de las patatas que todos los días sirvo mientras miento al desear un ¡que lo disfrute!