Relatos de verano

Esa flor naturalmente de plástico

Como cada año en vacaciones, también este verano acompaño a padre al cementerio del pueblo a llevar flores a su tumba

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Como cada año en vacaciones, también este verano acompaño a padre al cementerio del pueblo a llevar flores a su tumba. Puede hacerlo durante todo el año, pero espera siempre a que la familia vengamos a pasar unos días de vacaciones, no sé si por no ir solo, ahora que dice que empieza a fallarle la vista, o por reírse a gusto un año más de todos nosotros. Él mismo pasa el estropajo por toda la lápida y la aclara rápidamente para que el agua con jabón no deje corros, cuidando de que queden bien limpios de mugre el nombre de madre y el suyo propio, sobre el que siempre se detiene un poco más, como si estuviera firmando un documento.

– Qué flores más bonitas has traído esta vez, hijo. Hasta parecen de plástico,– observa mientras coloca en la cabecera de su tumba el exuberante centro tropical que hemos comprado esta mañana al salir de Madrid.

La última vez que vino él solo fue aquella víspera de Difuntos que comprobó que la lápida de la tumba de madre se había agrietado de parte a parte. Como, según él, le quedaban ya pocos telediarios, entre cambiar la lápida antes de que el invierno la terminara de romper, o esperar a morirse y que la cambiáramos nosotros, decidió tirar por el medio, y mandó hacer una lápida nueva que ya llevara grabado su nombre completo bajo el de madre. Para ir adelantando materia. La broma del viejo nos cayó muy mal a todos, poniéndonos en lo peor y llevando a mi hermana Tea al borde del infarto, yendo y viniendo todos los fines de semana de Bilbao al pueblo.

De esto hace ya treinta años, creo. A la pobre Tea las casi diez horas de coche todas las semanas y las discusiones con padre para llevárselo a Bilbao le costaron primero el divorcio y después el infarto. Mientras padre sigue en su casa de toda la vida, sin más ayuda que los ratones que caza Barak, un gato sordo que encontró hace un par de años medio muerto en el hueco de la gloria.

– Claro que se irán a hacer puñetas si no las riega nadie. Mira esas rosas y esos lirios de la tumba de los Igualitos. Han perdido un poco de verdor, lo único, pero ya ves que las trajo ese zumbo de su nieto en los Santos del año pasado, y están como el primer día. Claro que naturalmente son de plástico, hijo.

Desde el funeral de Tea hace tres años, la había tomado con las flores de plástico. Entró en el primer bazar chino que encontró en Bilbao y compró todas las flores de plástico que había, porque iba a ser la primera y única vez que iba a ir a aquel cementerio entre la lluvia, y así dejaba toda la faena aviada. Repetía que si la ciencia había sido capaz de hacer flores que parecieran de verdad, lo de ponerse enfermo iba a acabar siendo nada más que cosa de pobres. Y aprovechaba para mofarse de mis salidas a hacer footing cada mañana, y hasta de la bolsa donde guardaba las zapatillas, con el eslogan ‘Naturalmente, Pilates’ del gimnasio al que estuve inscrito tras jubilarme.

– No tengas cuidado, padre, que en noviembre te traigo rosas de plástico,– le respondo, haciendo un rápido cálculo mental y cayendo inmediatamente en la cuenta de que el plazo de tres meses que me ha dado el oncólogo termina precisamente en noviembre. Por un momento, me avergüenzo de hacer chistes con esto, pero yo mismo me he propuesto tomármelo con todo el sentido del humor del que soy capaz, al menos sin herir a mis hijas y a mi nieto.

A mis ochenta y cinco años, y ya viudo, no me importa mucho que la sombra del pulmón hubiera sido solo eso, una sombra, como afirmaba con vehemencia el joven médico del Seguro, o un carcinoma con prisa, como ha confirmado la biopsia. Me da igual, y de alguna manera me alegraría si no fuera por tener que decírselo al viejo. Por tener que decidirme entre si decirle primero que me quedan tres meses o que mi hermano mayor, su primogénito, lleva casi un año sin saber ni cómo se llama, en una residencia donde pronto celebrará su noventa cumpleaños. Por no saber qué le va a hacer más gracia, mientras piensa en su nombre recién limpio sobre el mármol.