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Merkel, Sarkozy y la intendencia

La canciller alemana y el presidente francés han acordado varias medidas para luchar contra la crisis económica

MADRID Actualizado: Guardar
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Que Angela Merkel no es Konrad Adenauer es seguro. Pero también que Nicolas Sarkozy no es el general de Gaulle. Los grandes actores de la vida franco-alemana reciente lidiaron con la historia y sus sucesores, con la intendencia: el encuentro de hoy en el Elíseo, precedido incluso de incomodidades diversas por las filtraciones sobre sus condicionamientos y su misma naturaleza, traduce una cierta falta de envergadura en el gran dúo que entendió, protagonizó y puso los cimientos de la presunta Europa unida.

El vendaval financiero en curso y la confirmación de la atonía económica (segundo trimestre con crecimiento cero en Francia, 0,1 en Alemania, 0,2 en España y 0,3 en Italia, los cuatro grandes de la UE, porque a estos efectos – y a otros muchos, la verdad sea dicha – Gran Bretaña no cuenta) han succionado toda posibilidad de encontrar un ápice siquiera de envergadura política y altura de miras en el encuentro, reducido a los escombros históricos de una prosaica crisis económica.

Un eco creciente pretende en los países industrializados de Europa occidental que Angela Merkel prefiere ser recordada como una intendente atenta a la buena administración y cercana al siempre al bendito alemán medio y, por tanto a las necesidades de una campaña electoral oficiosamente ya abierta, que a una sucesora de Helmut Köhl, quien estuvo a la altura del doble desafío de la construcción europea en nombre de la reconciliación con Francia y a la reunificación de su país dividido.

Las aprensiones de París

Pero tampoco Nicolas Sarkozy es un fasseur d´histoire, título que se reservó para sí, como último titular, un tal François Mitterrand quien negocio su encuentro con la vida europea durante sus catorce años en el Elíseo desde un criterio de relativa presidencia imperial. Intelectual y escritor, con una corte de iguales en torno suyo y una visión de Alemania que correspondía exactamente a la de la izquierda francesa de su generación, el presidente entendió, no sin alguna vacilación, que todo iba a ser diferente con el hundimiento soviético y que la reaparición en escena de una Alemania poderosa era inevitable.

Los mitterrandistas incorregibles sostienen que a él se debe la conocida humorada irónica de los días de la eventual reunificación alemana, vista con poco entusiasmo en París: “nos gusta tanto Alemania que no nos importaría que hubiera dos o incluso más”. Pero hay más indicios de que la ocurrencia es, en realidad, obra de Nikita Jruschef y, en todo caso, no tradujo en la práctica ninguna animosidad particular. Jacques Attali, que le trató a fondo y mucho tiempo, dejó en sus célebres cuadernos, “Verbatin”, muchas pruebas de que Mitterrand desdeñó los consejos de mantener bajo vigilancia a la “Alemania” eterna”, la que había reñido con Francia tres guerras en 1870, 1914 y 1939.

Gaullista de hecho en asuntos de política exterior y seguridad, el presidente socialista fue realista, metódico y cordial y anudó con Kohl una relación (de la que Felipe González algo sabe también) inseparable de lo que hoy es la Unión Europea. Hoy los críticos de ambos, reclutados a izquierda y derecha, les echan de menos y los observadores veteranos, también. Los sucesores oficiales de ambos, Jacques Chirac y Gerhard Schröder, se atuvieron con idéntica disciplina y sentido de la responsabilidad al viejo y útil statu quo en Europa y en el contexto bilateral.

Volar más alto

Las crisis de esos periodos, que las hubo, tuvieron una dimensión más propiamente política sobre todo mientras se mantuvo el poder comunista en Moscú. Por entonces un de Gaulle muy realista defendía con su inolvidable toque anti-americano, la necesidad de hablar con la Rusia eterna, intuyendo genialmente que a fin de cuentas el periodo soviético sería solo adjetivo y que Rusia, como ha sucedido, sería lo que es hoy, el país de la Iglesia ortodoxa y el nacionalismo pan-ruso más o menos remozado. Y esto, además, manteniéndose fuera de la estructura militar de la OTAN… lo que mantuvo Chirac, todavía percibido como al menos neo-gaullista.

Nada de eso queda en la Francia de Nicolas Sarkozy, que cumple el rito del anual homenaje al general y los resistentes, pero es un francés de aluvión (hijo de inmigrantes este-europeos de buena posición emigrados a Francia) y supo, hábilmente es verdad, meter a la multitud gaullista en un redil simplemente de centro-derecha, con pocas veleidades propias, sin una hoja de ruta clara y volando mucho más bajo. Tanto que, por etapas, remetió a Francia en la OTAN y pidió, y obtuvo, a cambio, algunos mandos regionales que le convenían.

Presos del peligro letal que en política y en pensamiento es siempre el relevo generacional y la ausencia de un planteamiento vinculado al mundo de la posguerra olvidada, el presidente francés ha mantenido la relación bilateral con Berlín (que, entre tanto, sucedió a Bonn como la capital de Alemania) como una prioridad y ha hecho así lo correcto y… lo único posible. Decidido además a evitar todo conflicto político con los alemanes, el presidente francés ha creado de hecho una especie de directorio franco-alemán que los otros 26 Estados de la UE perciben como inevitable por razones históricas pero también prácticas (las dos grandes economías de la zona euro)… que carece de una palpitación política genuina. Y, sobre todo del lado alemán, encuentran los franceses algo más que reticencias a volar algo más alto, correr algún riesgo adicional y mostrar la autonomía de lo político frente a los célebres mercados.

En esa atmósfera se celebró la reunión del martes en el Elíseo que, de creer a ciertos medios, la Sra. Merkel desvalorizó desde el principio y habría preferido evitar… No siempre está Helmut Köhl a mano…