Sin vencedor claro
El acuerdo entre republicanos y demócratas salva a EE UU de la quiebra pero deja la imagen del país dañada
MADRID Actualizado: GuardarLo sucedido ayer en la cámara norteamericana de diputados – y que será refrendado esta tarde en el voto final de ratificación en el Senado, donde todo está bien atado – es un ejemplo arquetípico de que a menudo las cifras no traducen necesariamente la realidad política, tan poliédrica y compleja. Y en ausencia de un diagnóstico claro sobre quien ganó se extiende la tesis de que hubo un perdedor: los Estados Unidos como el sujeto colectivo que ejerce de líder mundial desde hace unos 70 años, y cuya imagen sale un poco tocada.
El debate versaba sobre un asunto relevante, cómo financiar el Tesoro y garantizar los pagos a los acreedores para lo que era necesario fijar de nuevo, como docenas de veces en el pasado, el techo de deuda pública que se acepta. Pero la indiferencia general con que tal techo fue elevado antes se convirtió en una batalla campal entre republicanos y demócratas pero, sobre todo, entre republicanos … y Casa Blanca.
Así las cosas, y vista la dimensión general y la condición de referéndum oficioso que tomaba el asunto, el presidente, muy en su estilo (una tendencia a la cautela y) aún al retroceso cuando percibe una oposición muy correosa, empezó a hacer concesiones en busca del acuerdo que alcanzaron lo que de hecho era el objetivo republicano: impedir que parte del aumento del techo de deuda se obtuviera mediante nuevos impuestos.
Encuestas y el calendario electoral
Adepto de la tesis de que en política transigir es vencer y al corriente de que la historia prueba que en los Estados Unidos es el célebre centro el que hace y deshace presidentes, Obama ha optado por hacer todo lo necesario para garantizarse un segundo mandato, del mismo modo que el ala dura republicana (con el “Tea Party”, pero no solo, en cabeza) se ha juramentado para impedirlo a cualquier precio. Eso es, tácita y crudamente, lo que de hecho estaba en juego en términos políticos: no dar en bandeja una victoria a Obama.
Adepto a las encuestas, el presidente estaba al corriente de que una mayoría holgada (del orden del sesenta por ciento) del público deseaba un acuerdo pragmático, una síntesis. Kate Zernike recuerda hoy en The New York Times algo notable: muchos simpatizantes de “Tea Party” no tienen el techo de deuda pública como una de sus preocupaciones esenciales que se concentran en la creación de empleo y más crecimiento económico y se unen al consenso del arreglo parlamentario sin el encarnizamiento que se ha producido. Obama no dudó, que se sepa, y optó por ceder en la aritmética (no impuestos adicionales, no incremento de la deuda más allá de lo digerible, plan decenal de drástico ahorro presupuestario…) y, en cambio, se atrincheró en el calendario: no permitiría – y no permitió – que un arreglo provisional permitiera resucitar el debate mezclado con la campaña electoral que, de facto, empieza en seis meses con los primeros “caucus” y el proceso de primarias.
¿Se puede disentir del cínico aserto de que la primera obligación de un presidente es hacerse reelegir para ser realmente autónomo en su segundo y último mandato? Lo han hecho, por sanas razones de principio, nada menos los 95 diputados demócratas, de 193, que votaron en contra, un espectáculo inimaginable en cualquier parlamento europeo, donde una desobediencia semejante sería el fin del gobierno. Pero los republicanos tampoco fueron unánimes: lo apoyaron 174 de 242… lo que en términos aritméticos abona la tesis obamista: siempre con la corriente principal. Realismo se llama esa figura …